El 25 de febrero de 1990 un país dijo “no” a la guerra. Casi ochocientos mil personas, el 54.74 por ciento de los votantes, eligieron a Violeta Barrios de Chamorro como la nueva presidente de la República de Nicaragua y pusieron en claro su voluntad: no más muertos.
De 1979 a 1990, el país centroamericano vivió uno de los conflictos bélicos más devastadores de su historia. Una guerra civil entre los hijos de la revolución —que derrocó a la dictadura dinástica de los Somoza en julio de 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)—, y el movimiento de Contrarrevolución (Contras), en total desacuerdo con el nuevo gobierno de izquierda.
Treinta mil personas murieron en esa guerra, según el documento Battle Deaths Dataset del Instituto de Búsqueda para la Paz de Oslo, Noruega.
Poco más de 25 años después de firmados los acuerdos de paz, cuatro protagonistas de la guerra que entonces eran chavalos y anduvieron en las montañas, cuentan la vivencia que más los marcó en una época en que luchaban por lo que entonces creían era lo correcto. Dos fueron Cachorros y dos fueron Contras. Estas son sus postales de guerra.
“BRACK”: A 15 DÍAS DE LA MUERTE
Un muchacho de 16 años se arrodilla en su covacha. Junta sus manos y cierra los ojos con fuerza. “Gracias Dios. Gracias por dejarme vivir”. Es el lunes 6 de octubre de 1986. Noel Valdéz Rodríguez, alias Comandante “Brack”, se encuentra en el campamento de Contras en Yamales, Honduras, unos treinta kilómetros al norte de Nueva Segovia. Está allí gracias a un repentino cambio de planes. Diez misiles antiaéreos estadounidenses FIM-43 Redeye llegaron a manos de la Resistencia Nicaragüense y le encargaron a “Brack” y a unos cuantos más transportarlos hasta la frontera sur de Nicaragua. Inicialmente su misión era ser operador de radio de un vuelo de abastecimiento a las tropas del Comandante “Franklin” (Israel Galeano), que partiría del aeropuerto de Ilopango, El Salvador. El vuelo más famoso de la guerra de los ochenta.
—Yo era el que iba a morir ahí. Iba a formar parte del equipo de Eugene Hasenfus. Me intercambiaron 15 días antes por Freddy Vílchez, que le decíamos Comandante Fortro Víctor. Yo estaba en El Salvador, en Ilopango, de donde salió el avión, y me mandaron a Honduras. Me enteré inmediatamente porque estaba en la parte direccional, administrativa del Estado Mayor (de los Contras). Lo que hice fue orar. Darle gracias a Dios. Mi vida estaba medida por 15 días nada más.
El día anterior, el joven soldado sandinista José Fernando Canales miró un avión de carga estadounidense Fairchild C-123K que sobrevolaba la zona de la frontera con Costa Rica. El muchacho tomó su misil ruso antiaéreo SAM-7 (9k32 Strela-2) y derribó el aeroplano. De los cuatro tripulantes murieron los estadounidenses William J. Cooper y Wallace “Buzz” Sawyer, y el nicaragüense Freddy Vílchez. Eugene Hasenfus, un experto en abastecimiento aéreo con experiencia en la Guerra de Vietnam, fue el único que se salvó gracias a un paracaídas que le prestó su hermano. Lo capturaron el 7 de octubre y la portada del día 8 del entonces periódico oficialista Barricada mostraba una foto para la historia: Canales, nicaragüense, moreno, bajo, con visibles rasgos indígenas, llevaba amarrado de manos a Hasenfus, estadounidense blanco, alto, rubio y cabizbajo. El titular a ocho columnas rezaba: “Se atrevieron (…), ¡y así quedaron!”.
“Hasenfus es como una figura que vino a ser parte de la propaganda del gobierno, que habían derribado a un gringo militar que abastecía a la Contra. Sin embargo no era más que un voluntario”, explica “Brack”.
Esto en parte es cierto. El Gobierno sandinista permitió que la agencia de noticias norteamericana CBS entrevistara el 11 de octubre a Hasenfus y se supo, uno, que fungía como contratista para asegurar el envío de paquetes a territorio nica, no como militar; y dos: que la empresa que le pagaba tres mil dólares al mes por sus servicios, Air America, era una dummy corporation o compañía pantalla propiedad de la Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA). Debido a ello, la captura de Hasenfus es considerada como la pieza inicial del destape del escándalo político Irán-Contra.
ENTRENAMIENTO EN EE.UU.
El pasado militar de Noel Valdéz Rodríguez inició cuando tenía 12 años. Vivía en Matiguás, Matagalpa. Sus padres tenían una finca y eran productores agropecuarios. Según él fueron capturados y encarcelados por el Gobierno sandinista en 1982. “Solo porque estaban produciendo ganado, leche, miraban en ellos una amenaza. Pensaban que podían apoyar a los MILPAS (Milicias Populares Anti-Sandinistas)”, relata.
Su apodo proviene de la base militar Fort Bragg, en Carolina del Norte, EE.UU. Allí Noel Valdéz recibió entrenamiento junto a otros 37,000 soldados del mundo entero. Posteriormente dio capacitaciones en El Salvador y en Nicaragua para el uso de los misiles Redeye y llegó a ser secretario personal del Comandante “Franklin”, jefe del Estado Mayor de la Contrarrevolución.
En la actualidad “Brack” tiene 44 años, vive en Matagalpa y es abogado.
“Yo me fui de mi casa a los 12 años. Regresé a los veinte. Tenía el pelo largo, estaba cambiado, ya con rasgos de adulto. Mi mamá ya me había velado dos veces por mala información. Cuando me reconoció no paraba de llorar”.
Noel Valdéz Rodríguez, ex Contra.
“CHISPA”: REENCUENTRO CON UN MUERTO
Es 1987 y la Tercera Compañía del Batallón de Lucha Irregular (BLI) Pedro Altamirano regresa al campamento sandinista La Piñuela, ubicado casi en la frontera entre Chontales y la actual Región Autónoma Caribe Sur (RACS). Los cachorros van sobre una orilla del río Siquia y el jefe del grupo le encarga al francotirador Nelson Altamires Arnuero, que solo carga con su rifle ruso Dragunov, que apure la marcha de sus compañeros y jale a los que van heridos, enfermos o alicaídos.
“‘Apurámelos que ya vamos cerca de La Piñuela’, me dice. Y ahí venía mi broder, Enrique Pereira. Venía con un tipo bastón que había conseguido. Lloraba y me repetía: ‘Me quiero morir. Me quiero morir (…).’”
Sentado en la sala de su casa en Chinandega, 28 años más tarde, Nelson Altamires, de apodo “Chispa”, afirma que lo más difícil de la guerra es vivir en la montaña. Llamar hogar a una región lluviosa que producía “infecciones y hongos” en los pies a casi todos los soldados, una zona que enfermaba de lepra de montaña o leishmaniasis a unos y de malaria a otros. Verse forzado a comer carne podrida, medio embolsada, medio cocida, y ni siquiera sentir su mal olor. Ingerir, entre muchas otras cosas, mazorcas crudas, culebras, monos, loras, agua de charcos. O comer junto a cadáveres. Sin embargo, la anécdota más impactante que recuerda ocurrió con su amigo Enrique Pereira. El que pedía la muerte.
Así la recuerda Nelson Altamires: “Enrique andaba mucho dolor de articulaciones en los pies y tenía como un hongo, la piel rala, con pudrición. Me decía ‘dejame aquí, dejame aquí. Me quiero morir’. Pasamos un rancho en un cruce y me pidió que lo llevara adentro. Yo no quería dejarlo pero me lo suplicó. Le dije que cuidadito eso me metía a clavos pero me insistió y yo me fui con los demás. Al rato el jefe me llama y me dice: ‘Mirá, traeme al hombre que venía de bastón’. ‘Ahí va adelante’, le digo yo. ‘No. Mentira. A mí no me mintás. Ese hombre se quedó atrás. Andá traémelo, esa va a ser tu misión’. Entonces me regresé con tres compañeros. Cuando ya vamos llegando al ranchito vemos que viene bajando la Contra de un cerro. Se miraba el uniforme de ellos porque era oscuro y le grito a Enrique: ‘¡Apurate que viene la Contra!’ La Contra comenzó a tirar balazos al rancho y ahí estaba mi amigo. ‘Baram-bam-bam, baram-bam-bam, baram-bam-bam’. Nosotros nos escondimos. Los Contras dijeron: ‘Estos hijueputas aquí están escondidos. Aquí están. ¡Nosotros los miramos que ahí venían!’. Y nosotros calladitos, porque éramos cuatro. Ellos eran como veinte. Entonces nos dijimos ‘no, aquí no nos conviene’, pero ahí nomasito el refuerzo llegó y comenzaron ‘bam-bam-bam’ con la araña (lanzagranadas automático ruso AGS-30), que los Contras le tenían miedo. Rapidito se fueron para arriba, huyeron. Yo me meto al rancho a buscar a mi amigo y no lo hallo. Lo buscamos y buscamos y nada. ‘A pues ya lo mataron’, nos dijimos. Nosotros lo dimos por muerto”.
Para ellos estaba muerto, pero no se atrevieron a decirle eso a la madre cuando visitó el campamento. A ella le dijeron que lo habían trasladado a otro BLI. Unos años más tarde, cuando se firmó la paz, a “Chispa” le dio un vuelco el corazón. Caminaba por una calle de Chinandega y se topó a Enrique Pereira, vivo y hablando.
—¿Idiay ‘Chispa’? —le preguntó alegre.
—¡Yo creí que estabas muerto vos!
—Nombre, vivito y coleando.
“Se lo habían llevado los Contras como prisionero. Ya hasta que ganó doña Violeta fue que él reapareció. Me contó que lo anduvieron de arriba para abajo, luego en El Almendro. Lo pusieron a prueba para ver si no quería ser más del Frente y ya lo guardaron. Tomó un curso de electrónica y hasta fue profesor. Ahora tiene un taller. Vive en Monserrat, un reparto de Chinandega”, cuenta Altamires.
“YO SÉ CÓMO FUE”
“Chispa”, carpintero, albañil y pintor de 49 años, dice que en la guerra lo “puyaron” en la pierna y que, sumado a un malestar dorsal, ese fue su boleto para salir de la selva y regresar a casa, en Chinandega, un año y medio después de ser reclutado. Pero cuando se levanta el jean su piel no muestra la marca de una hoja con filo. Lo que hay es un costurón cetrino más claro que su piel trigueña, con una especie de círculo donde pegó una bala. El zurcido de la herida va de un poco abajo de la rodilla hasta la mitad de la pantorrilla.
“Eso no es una puyada, es un disparo. Una bala que impactó la tibia y el rebote bajó. No fue un balazo de frente, pero jamás fue una puñalada”, asegura Eduardo Centeno, traumatólogo exdirector del Hospital Soviético de Chinandega, donde atendió a cientos de veteranos de las montañas que bajaban en filas con todo tipo de apodos: lisiado, amputado, vivo, muerto… El doctor está en casa de “Chispa”. Este lo oye, sonríe y asiente con la cabeza. Después dice despacio: “A veces me encuentro a ex Cachorros y nos reunimos y platicamos de nuestros años en las montañas. Decimos que cómo algunos que ni siquiera anduvieron en las montañas andan de fachentos, hablando cosas que son mentira. Yo no hablo nada ni ando de fachento. Pero sé cómo fue”.
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