A fines de la semana pasada se informó que en Nicaragua hay unas 200 personas ultrarricas, que poseen como promedio unos 30 millones de dólares cada una. En contraste, el 29.6 por ciento de la población vive en la pobreza, según cifras oficiales actualizadas ayer.
El dato es parte de un estudio sobre pobreza y riqueza en América Latina divulgado por Oxfam Internacional, en el cual se indica que el ingreso por persona del 20 por ciento de las familias más pobres de Nicaragua, es 12,197 veces menor que el de los 200 “ultrarricos”. De acuerdo con el estudio, esta enorme brecha entre ricos y pobres es una de las más escandalosas de América Latina.
Pero no es malo que haya ricos en Nicaragua. La riqueza adquirida mediante el esfuerzo, la perseverancia e incluso el sacrificio personal y familiar, enfrentando los desafíos de la competencia y arriesgando capital propio o financiamiento bancario, es meritoria. Lo malo es hacerse rico de manera ilícita, haciendo negocios sucios, engañando y explotando a los demás, evadiendo las obligaciones fiscales mediante amaños y soborno, participando de la corrupción gubernamental y alimentándola, apropiándose de las propiedades y bienes ajenos.
Ciertamente, no es lo mismo la riqueza acumulada a lo largo de más de un siglo de trabajo, riesgos y pérdidas ocasionales, que la de alguien que se apoderó de bienes del Estado y usurpó riquezas ajenas con la piñata sandinista. La primera es una riqueza respetable, pero la segunda es despreciable, a pesar de que ahora todos los ricos del país, de antiguo y nuevo cuño, históricos y piñateros, debido al singular espíritu nicaragüense de “reconciliación” formen parte de la misma clase y círculos sociales.
Lo malo también es que los ricos sean muy pocos y los pobres demasiados. Y que no se ejecuten las políticas públicas apropiadas, ni se cree el ambiente de institucionalidad democrática indispensable para impulsar un crecimiento económico alto y sostenido y procurar una distribución más equitativa de la riqueza producida.
La inequidad económica y social imperante en Nicaragua no se supera con políticas populistas y clientelistas, como las que practica la dictadura de Daniel Ortega, que además son discriminatorias y mezquinas porque solo llegan a quienes el régimen identifica como sus partidarios. Lo que hace el populismo es perpetuar la inequidad.
El informe de Oxfam Internacional dice muy bien que “solo las democracias secuestradas pueden permitir los niveles de desigualdad que exhibe nuestra región.” Denuncia a las “élites políticas y económicas que influyen en el manejo de las políticas de los Estados, que no benefician a la mayoría pero que son efectivas para maximizar los beneficios y ganancias para unos pocos privilegiados, negando los derechos de muchos.”
Y advierte que “los medios a todos nos suenan tristemente conocidos: tráfico de influencias, lobby ilegítimo, corrupción en contratos públicos, clientelismo, compra de votos, concentración de medios de comunicación”.