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Todos somos Sísifo

Mientras Homero dormía, los pretendientes entraban a la alcoba de Penélope para que no estuviera tan sola. Los tiraba en la cama y tejía sus sueños, suspiros, fantasías y los embrujaba con la carne que tienta con sus frescos racimos. Los deshacía muy temprano al amanecer.

 

Emigdio Quintero Casco

Cuidaba con mucho celo su enorme roca, le dijo el viajero griego al jornalero de un ingenio azucarero que pasó toda su vida cortando caña, sin tomar conciencia de su triste y penoso destino. Su celo, agregó el viajero, era como el del guerrillero con su arma, que no la suelta, que siempre la tiene a la orilla, que duerme y sueña con ella. Así era Sísifo con su roca. Tal era la relación con ella, que la convirtió en su casa.
Cualquiera iba a pensar que de tanto rodar se iba a desgastar o ponerse más liviana, pero, no, era todo lo contrario, se iba poniendo con garras mortales, sólida, pesada y con acumulación de una fuerza destructiva respetable. Roca y titán se veían como algo formidable que vio la vieja raza, al pie o cerca de la cima de aquellos acantilados infernales.
Subir la roca del valle a la cima de la montaña, era la condena que los dioses impusieron a Sísifo, y cuando el condenado estaba a punto de llegar a la meta, los dioses hacían que la roca volviera a caer por su propio peso, para obligarlo a subirla de nuevo, en aquel esfuerzo inútil y sin esperanzas.
Un día soñó que desde lo más alto dejaba caer la roca con toda su fuerza, para aplastar a los dioses, y, en efecto, aquella roca se dejó venir como un bulldozer, sobre la humanidad de los dioses paganos. Uno se pregunta: ¿Qué querían los dioses con esa condena? Probablemente querían doblegar su voluntad, y hacerlo que aceptara sin apelar, su destino inexorable y difícil de cambiar. Sometido a esa rutina maldita, era para volverse loco o para suicidarse, ¿no cree usted? No lo hizo, porque Sísifo tenía un gran amor a la vida, odiaba la muerte, y, en un acto de rebeldía se burlaba de Zeus, sin respetar sus venerables colochos.
Los dioses y sus pandillas lo sometían a toda clase de amenazas y torturas para humillarlo, y para que no intentara hostigar o denunciar las barbaridades que cometía el poder.
Sísifo creía que en su deseo de vivir, con su carácter fortalecido en cada intento, se encontraba la esperanza y su visión positiva de la vida. Que en su permanente rebeldía radicaba el sentido de su existencia, como ser humano o como dios proletario. Sísifo se rebelaba diciendo “No” a su destino y a su condena. En la actualidad, mi amigo cañero, “todos somos Sísifo”, porque la lucha sigue. Los dioses modernos implementan raras ideologías con las que pretenden someter a los hombres y mujeres a la obediencia y la servidumbre, y, mientras sigamos pasivos, inactivos, ante los abusos del poder, nunca nos vamos a liberar de una condena de horror, explotación y muerte.

PENÉLOPE

Emigdio Quintero Casco

Mientras Homero dormía, los pretendientes entraban a la alcoba de Penélope para que no estuviera tan sola. Los tiraba en la cama y tejía sus sueños, suspiros, fantasías y los embrujaba con la carne que tienta con sus frescos racimos. Los deshacía muy temprano al amanecer.

ESTILO DE VIDA

Emigdio Quintero Casco

Había vivido tanto tiempo a costillas de Adán, pero cuando llegó Eva, fue expulsado del paraíso y se vio obligado a salir a la calle, donde, unas veces, vivía de puro cuento y, otras veces, de la caridad pública.

LA NOVIA DE TOLA

Emigdio Quintero Casco

Todavía ayer estuviste en el río con la Juana Gazo, tramando la burla y mancillando mi honor. Sabía que mi corazón miraba a otro lado, y en este preciso momento me estoy casando con tu mejor amigo, en otra parroquia y en compañía de otra gente. Hilaria

A RÍO REVUELTO…

Emigdio Quintero Casco

Te pusiste tu traje de lagarto; tus redes tejidas por una ambición sin límites. Lanzaste tu anzuelo certero en río revuelto. Pero, el río creció y
la corriente fue tan fuerte, que te arrastró con todo y las ganancias.

 

 

BASURA

Emigdio Quintero Casco

Metí mi cabeza en el contenedor. Caí en la trampa. Sentí que me devoraba. Oía sus chasquidos. Pedía auxilio con mis zapatos viejos, con mi pantalón roto, con mis nalgas para arriba; y él se iba hartando mis aletas de tiburón, mi corazón azucarado, mis venas azules, mis ojos rojos, mi lengua en salsa, y con qué crueldad rompía la piel que no se ve, que es la que más duele. Nadie hacía nada para salvarme de la máquina trituradora y compactadora, que sacaría un chorrito sucio. El monstruo de metal no me soltaría jamás; los miserables y pordioseros somos basura que nadie quiere reciclar.

INJERTO EDÉNICO

Emigdio Quintero Casco

Adán se quebró las costillas, tratando de subirse al árbol prohibido. El doctor le injertó de nuevo a Eva; “carne de su carne, hueso de su hueso”. Cerca de su corazón, sentía que la amaba con locura azul.

REMESAS

Emigdio Quintero Casco

Había vivido a la sombra de su santa y milagrosa remesa, sin trabajar, tanto, que cuando le cortaron la luz, él se quedó a vivir para siempre en las tinieblas.

JAMÁS LO IMAGINARON

Emigdio Quintero Casco

Superman y Rico MacPato todo pudieron haber imaginado, menos que por culpa de un chatarrero tendrían un destino común; los metió en un saco de yute y se los llevó. Sus cuerpos fundidos, servirían después para hacer clavos, bisagras y balineras de acero, de regular calidad.

Cultura Penélope Todos somos Sísifo archivo

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