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Historias de un “Rey”

Las luces están fijas en el escenario. Dos mujeres bailan semidesnudas al ritmo de una movida cumbia. Al centro y con micrófono en mano aparece un hombre. Los colochos de su excéntrico peinado también se mueven al ritmo de la música. Está vestido de blanco por completo. “¡Vamos todos a bailar, la cumbia de Nicaragua!”, dice mientras se pasea bailando por todo el escenario. Tiene rasgos indígenas. Es moreno, recio, de cabello largo y ojos pequeños.

Las luces están fijas en el escenario. Dos mujeres bailan semidesnudas al ritmo de una movida cumbia. Al centro y con micrófono en mano aparece un hombre. Los colochos de su excéntrico peinado también se mueven al ritmo de la música. Está vestido de blanco por completo. “¡Vamos todos a bailar, la cumbia de Nicaragua!”, dice mientras se pasea bailando por todo el escenario. Tiene rasgos indígenas. Es moreno, recio, de cabello largo y ojos pequeños.

La multitud se mueve siguiendo el compás de la alegre tonada. El espectáculo puede resumirse en una palabra: chinamo. Y el protagonista que ocupa el centro de la tarima no es ni más ni menos que el mismísimo “Rey”, Gustavo Leytón.

Es el mismo hombre que de niño se sentaba a los pies de su padre bajo un árbol de mango a escucharlo cantar los melancólicos tangos de Carlos Gardel. Era durante la hora de descanso de ambos, pues desde muy pequeño trabajaron juntos sembrando y arando la tierra. En medio de la pobreza, padres ancianos y la necesidad de un trabajo para salir adelante. Ahí nació Gustavo Leytón.

Un niño campesino

Váyase a 1969. Imagine a un niño de 7 años: moreno, cachetón, de mirada tímida y copete caído. Está debajo de un árbol de chilamate sosteniendo una sombrilla sobre su cabeza para protegerse de la lluvia. Tiene un paquete de triquitracas bien envuelto en una bolsa plástica para que no se mojen. Saca una y la enciende a como puede. ¡Trac! ¡trac trac trac! Los zanates huyen volando. Es un espantapájaros humano. Cuidar maizales probablemente fue el primer trabajo del pequeño Gustavo. Solía pasar los días junto con su padre arando la tierra y sembrando frijoles. “Desde pequeño mi papá me enseñó a cuidar lo que comemos”, cuenta Leytón. A tanto tiempo de esas memorias, cada vez le es más difícil recordar; sin embargo, aún recuerda algunas anécdotas de su infancia en el kilómetro 11 de Carretera Sur.

Gustavo Antonio Leytón nació el 7 de junio de 1962, en el Hospital El Retiro, en Managua. Sí, solo tiene un apellido, porque cuando su papá fue a inscribirlo al Registro Civil olvidó el nombre de su esposa, a pesar de que ya tenía cinco hijos con ella. Gustavo es el menor de todos. Cuando nació, su mamá, Petronila Peña, tenía 43 años y su papá, Julio Gregorio Leytón, 57. “Prácticamente yo crecí viendo a dos ancianos que eran mis padres y mis hermanos mayores eran los que me agarraban y me llevaban la rienda”, cuenta el cantante. Su mamá era ama de casa y su papá jardinero y cuidador de una quinta. “Yo siempre tuve el ejemplo de dignidad y humildad de mis dos viejitos”, dice, y asegura que a pesar de que ambos son analfabetas le enseñaron “a tener carácter”.

De su infancia uno de los mejores recuerdos que tiene Leytón es el de las tortillas que solía hacer su mamá. “Unas tortillas que parecían (discos de) acetato. Se ponían cachetoncitas así como yo y le metíamos huevo por dentro, eso era delicioso”, dice el cantante. Precisamente, Gustavo Leytón está convencido de que él no padece de ninguna enfermedad por haber vivido en un ambiente rural, pues a veces almorzaba mango, mandarina o coco.

 Gustavo Leytón junto a los primeros compañeros maestros en la Escuela Monte Tabor.
Gustavo Leytón junto a los primeros compañeros maestros en la Escuela Monte Tabor.
El maestro Leytón

Lo primero que doña Petronila Peña hizo después del terremoto de 1972 fue cambiar a su hijo de escuela: del Salesiano de Masaya a la Escuela Monte Tabor, donde terminó su primaria.

Entró a estudiar la secundaria en el Colegio Cristóbal Colón. “Mi papá me ingresa porque se salía de primero a tercer año con el título de contador privado. En ese tiempo participé en las Olimpiadas y fui campeón de los 100 metros planos”, cuenta con nostalgia Leytón. Luego de tres años salió con su título de contador, pero aún era pequeño para ejercer su oficio, así que decidió cumplir con su vocación y entró a la escuela normal para ser maestro. “Yo quería ser maestro, pero no solo por ser maestro, sino también porque eran apenas dos años (de estudio) y ya te ibas a dar clases. Y yo tenía escasamente algunos años de vida de mi padre para que me pudiera mantener. Necesitaba urgentemente trabajar”, narra el cantante. Y a los 18 años ya estaba en las aulas impartiendo clases en primaria en el que hoy es el Instituto Diocesano Monte Tabor, donde había estudiado la primaria. Entonces llegó la guerra, por la que perdió a varios compañeros. Él se quedó haciendo lo que le llamaban “La retaguardia”, se hacía cargo de los niños. “Nos quedábamos a nivel de ciudad”, cuenta. En los años ochenta fue a alfabetizar a Boaco y Rosita.

La alfabetización terminó y se dedicó de lleno a dar clases. Empezó dando segundo grado, luego lo pasaron a tercero, a cuarto, pero se fue a estudiar dos años más para culminar su bachillerato y cuando regresó fue para fungir como director de la escuela, a los 28 años.

Cuando Leytón empezó a ejercer su cargo como director se enteró de que la población tenía una gran deficiencia educativa, pues en la escuela Monte Tabor solo se impartía primaria y las personas que vivían en esas zonas rurales no tenían dinero para ir a estudiar la secundaria a Managua. “En una reunión con las familias y los maestros me preguntan que si yo no puedo lograr meter la secundaria, entonces pedí una audiencia con el ministro de Educación de entonces, Sofonías Cisneros. Me mandó a sus asesores, hicimos estudios de campo, un censo y salieron casi cuatrocientos alumnos que no habían estudiado la secundaria”, cuenta Leytón. Pusieron un límite de edad, abrieron las prematrículas y fueron un éxito. Se llenaron. Entonces el ministro Cisneros le aprobó fundar el Instituto Monte Tabor y así lo hizo. Más tarde pasaría a manos de la iglesia católica.

La vida de Leytón

Gustavo Antonio Leytón nació el 7 de junio de 1962, en Managua, Nicaragua. Es hijo de Petronila Peña y Julio Gregorio Leytón. Tuvo cinco hermanos, de los
cuales solo dos están vivos. Tenía seis hijos, pero una hija falleció. Es uno de sus recuerdos más tristes.

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La transformación

Los coros de la iglesia y los actos en las escuelas fueron los lugares donde la música de Gustavo Leytón empezó a brotar.

Aprendió a tocar la guitarra de puro oído y un maestro excompañero que había sido fundador de algunos grupos nacionales fue su inspiración para empezar a tocar en conjuntos como Los Panzers y Los Clevers y abandonar definitivamente el magisterio. Entró a Dimensión Costeña, pero más tarde empezó su carrera como solista.

El músico ha causado controversia en diversas ocasiones por los reveladores vestuarios de sus bailarinas, pero afirma que “Dimensión Costeña andaba bailarinas y cuando empecé mi proyecto la gente me pedía bailarinas y por eso surgió. Yo tuve que hacerles el vestuario a mi propio estilo”.

El contenido de sus letras también es polémico; sin embargo niega que estas tengan referencias sexuales. “Mis letras no hacen referencia al sexo, mis letras hacen referencia a la alegría del pueblo e invitarlos a bailar”, afirma.

Según explica, cuando Carlos Mejía Godoy o Víctor Manuel Leiva se referían al “chinamo” era hablar de algo vulgar, de la gente pobre o de los borrachos. Pero él asegura que “hablar de los chinamos es hablar de alegría”.

Un miembro de un grupo nacional una vez le dijo a modo de burla: “Ahí viene el rey del chinamo”, desde entonces es como miles de nicaragüenses lo conocen. “Me lo dijo para hacerme sentir mal, pero quedé bautizado. No se da cuenta de que los chinamos son la energía del pueblo”, dice con orgullo.

“El Rey del Chinamo” quedó enamorado de esta corriente musical cuando su papá lo llevó a pasear por primera vez a los chinamos de Popoyoapa, en Rivas. “Fuimos a la iglesia porque mi papá le prometió a mi mamá que iba a pagar una promesa. Y cumplió. Después me dijo: ‘Vamos a ir a los chinamos, pero no le digás a tu mama’”, cuenta. Fue entonces que aprendió lo que eran los chinamos y descubrió que son la alegría de todo un pueblo.

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COMENTARIOS

  1. Jeffrey Madrigal
    Hace 8 años

    Nicaragua es un Chinamo Repleto de Gente Pobre donde el mas pequeño de Oro aunque Parezca de Cobre.

    Nicaragua es una Tierra Cuna de Hombres Eminentes donde Todas la Mujeres son Bonitas y Decentes

  2. RICARDO
    Hace 8 años

    Adelante Rey,usted hace feliz a una gran parte de los NICAS,continue repartiendo alegria y felicidad,me encantan sus bailarinas.

  3. Merry
    Hace 8 años

    Bonita historia del Sr.Leyton. de todas maneras la gente siempre va hablar, sigue adelante!!!

  4. felix
    Hace 8 años

    son bonitos comentarios que les llena de alegria a muchos al hacer uso de sus reminicencias de la vida,es bueno traer experiencias cotidianas de personas normales que seran bien apreciadas por muchos lectores ya que contienen grandes contenidos en los cuales se puede divagar sanamente,congratuaciones a este senorita reporteray ojala logre muchos exitos.Por favor publquenlo

  5. Bonifacio Tuckler
    Hace 8 años

    Mucha envidia le tienen a este hombre, que se gana la vida decentemente con su grupo de bellas bailarinas.
    Apoyemos lo nuestro!!!

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