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LA PRENSA/CORTESÍA

El teatro de presos

Son los únicos presos del Sistema Penitenciario de León que salen de sus celdas por el día para convertirse en artistas y regresan tras las rejas para cumplir sus condenas.

Uno quería ser médico, otro había compuesto una que otra canción. Un par había actuado en obras de teatro. Pero todos han cometido delitos. Ahora son los únicos presos del Sistema Penitenciario de León que salen de sus celdas por el día para convertirse en artistas y regresan tras las rejas para cumplir sus condenas. Fueron escogidos por su buen comportamiento para formar el grupo Lleca Teatro y ahora se presentan en universidades y teatros municipales con la intención de extender su recorrido teatral por todos los departamentos de Nicaragua.

Se llaman Lleca “por la realidad en la que viven ellos”, dice Mick Sarria, un joven teatrista, director de la compañía y principal impulsor de lo que él llama “una loca idea”: el teatro de presos. “La calle es la ‘lleca’ para ellos, esa palabra los representa. Representa su vida en las calles”, explica Sarria, quien ya lleva seis meses trabajando y armando la obra Caín y los Perros.

“Chancha” es uno de los artistas, originario de León, quien llega a ensayar todos los días al igual que sus 11 compañeros, entre ellos dos mujeres, a una casa en las afueras del municipio, habilitada por Asuntos Juveniles de la Policía de este departamento. Él asegura sentirse agradecido con el proyecto. Y así piensa el resto, porque según comentan, estando en Lleca no solo han podido salir de la cárcel a un espacio libre sin puertas, rejas o siquiera mallas que los retengan, también han aprendido que tienen talento para la actuación y que tienen más oportunidades que “seguir en las calles”.

“Hay algunas personas que están libres y creen que como somos presos no podemos, pero sí. Aquí estamos demostrando que podemos y vamos a seguir demostrando que somos capaces de salir adelante, de borrar nuestros problemas y ponerle un punto final a nuestro pasado”, dice “Chancha”, quien personifica a uno de “los perros” en la obra que ha montado principalmente Mick Sarria con la idea original, pero a la que han aportado todos los miembros de la compañía de teatro.

CAÍS, LOS PERROS, ABEL Y LOS PRESOS

Tiran sus brazos a la izquierda como si no les pertenecieran. Los tiran luego hacia la derecha. Caín, un joven blanco, de músculos marcados y cabeza rapada está en el centro, va tomando a los hombres, apresándolos por sus manos y convirtiéndolos en perros. Comenzó con Abel, un jovencito delgado de pelo tan largo que cubre su rostro. Caminan entonces los perros en cuatro, apoyando sus puños sobre una carpa, luego se levantan, caminan en dos. Caminan inclinados sobre la punta de sus dedos. Más tarde alzan el rostro y fijan sus miradas unos en los otros. Gruñen, se empujan cabeza con cabeza y siguen gruñendo.

Esta es solo una de las 12 escenas que componen la obra en la que Caín, recordando el pasaje bíblico, mata a su hermano, Abel. Y en este caso lo tira a sus perros. Los actores y actrices de esta obra cumplen condenas menores, “ninguno es un asesino, yo ni siquiera les pregunto qué fue lo que hicieron, algunos lo cuentan por iniciativa propia, pero otros no les gusta ni tocar el tema”, dice Sarria, quien así les demuestra que ellos, aunque sean presos, también merecen respeto.

“Pero todos cumplimos condenas de entre dos y cinco años”, responden a grupo los presos. Y añaden que están ahí debido a su buen comportamiento. Los ensayos son intensos, pues el tipo de obra que realizan no tiene diálogos, está construida con expresiones corporales, gestos y sonidos, nunca palabras. Y el esfuerzo físico que eso requiere es gigante, asegura el director. “Todos al terminar están sudando a chorros, no parece pero solo con caminar lento o gruñir el cuerpo está ejerciendo una fuerza increíble”, comenta.

“La mayoría no lo entiende y nosotros sabemos que esta obra es de libre interpretación. Nosotros quisimos agarrar a Caín, la figura humana, que cometió el error de matar a su hermano, pero que como hombre también se muestra arrepentido. Y por otro lado está la figura del perro que representa la marginalidad en la que estamos sumidos y el abandono de la sociedad que nos rodea”, explica Sarria sobre su creación.

“Yo nunca imaginé caer preso y mucho menos que estando preso pudiera actuar en teatro”, dice otro de los “perros”, que es un joven de barba, bigote y todavía con acné en su rostro. “En realidad se siente maravilloso escuchar los aplausos de varias personas, los demás pueden pensar que por ser privados de libertad somos perros o cualquier basura, una escoria de la sociedad, pero la verdad es que ellos están muy equivocados, tienen que saber que todos cometemos errores, nadie es perfecto y aquí estamos demostrando nuestro talento en el escenario”, comenta el reo.

UNA SALIDA MOMENTÁNEA

Por las mañanas, al escuchar las llaves que abrirán esas celdas que los retienen en la cárcel, no pueden contener la adrenalina que les produce salir, explican los reos. “Tenemos la costumbre de estarnos fijando por un espejo a ver a qué hora llegan los compañeros a sacarnos”, cuenta “Bluefield”, otro de los actores de tamaño mediano, moreno, robusto y también de barba. Él es el mayor de todos, de unos 30 años, pues la mayoría aún son adolescentes o dejaron de serlo hace muy poco.

“Bluefield” asegura que al inicio entró al teatro para “no estar acalambrado en la celda”. “Yo dije, hombré pues voy a salir, ya que los veo a ellos que van a estar ahí distraídos. No le hallaba mucho sentido a estarme moviendo o hacer ese tipo de expresiones. Pero ya con el tiempo logré sentir la temática y expresarla. De forma personal lo que yo entiendo es que en la vida todo ser humano se viene convirtiendo en un perro o en un Caín, por la avaricia o el egoísmo, el no pensar en las demás personas. Todos conocemos la historia de Caín y Abel y en la vida eso nos pasa, nos convertimos en un perro con odio con rencor y cometemos errores y así es que venimos a parar donde estamos”, reflexiona “Bluefield”.

Para “Abel”, un joven delgado y de pelo largo que personifica al hermano que muere en la obra, también fue difícil al principio “nos daba pena actuar, pero ahora ya nos hemos adaptado”, comenta. Él asegura que encontró en el teatro cosas con las que nunca antes se había topado. “Siento que estoy desarrollando algo que nunca pensé que lo iba a hacer, que más bien pensé no podía hacer. Y esto es muy bonito porque te aleja de los problemas, se trata de sentirte tranquilo. El teatro es una manera de expresar lo que se siente sin necesidad de decirlo, sino actuarlo”.

Aun así, no todo es felicidad para los que ya se consideran teatristas, porque después de cada presentación deben regresar a sus celdas, deben volver a su realidad. Y eso es “lo más horrible de todo”, aseguran.

“Estar en la cárcel es lo más triste”, dice “Bluefield”. “Pero es más triste salir y regresar”, añade otro actor. “Eso lo vivimos después de que nos presentamos por primera vez en el teatro municipal. Estábamos todos alegres de ver la reacción de la gente que se puso de pie y nos aplaudió, pero en la mera salida lo que nos estaba esperando era el microbús para devolvernos a la celda. ¡Qué horrible sentir eso! En el momento fue la emoción y cuando ya miramos el microbús ya todo vuelve a la realidad que ya vamos para adentro”, agrega otro de los reos.

Pero son esos aplausos los que los hacen seguir. “Nosotros sabemos que hay gente que no lo entiende, que nos mira como locos o incluso como maricones. Pero esos aplausos, tener la oportunidad de salir y saber que tengo talento es una de las cosas por las que no me arrepiento de haber caído preso. He descubierto cosas que no pensaba que existían en mí”, dice el muchacho de músculos marcados y muy poco conversador que personifica a Caín. “Esta es nuestra realidad —añade Caín— y tenemos que aceptarla. Tratar de ser mejores ahora que estamos aquí y tener un mejor futuro cuando logremos salir”.

“Yo cuando salga quiero seguir estudiando y tener una carrera porque antes trabajaba en construcción, pero si me dejan que siga actuando y me pagan bien, me quedo en el teatro”, bromea “Bluefield”. “Yo quiero comenzar mi carrera, iba a estudiar Medicina antes de llegar aquí”, agrega otro de los “perros”. “Yo estoy condenada a dos años”, dice una de las dos mujeres que están en el grupo, “y espero salir de aquí, tener más oportunidades y sí espero ayudar a otros que estuvieron en igual condición que la mía a que puedan salir”. “Yo ya encontré mi carrera, no tengo que buscar otra cosa, el arte es lo mío”, dice un poco más bajo Abel, antes de regresar al vehículo, que como todos los días lo llevará de regreso a su celda.

LA FORMACIÓN DEL TEATRO

Mick Sarria viene de una familia de artistas, sus padres actuaron al igual que él. Es el mayor de tres hermanos.

Antes de irse a estudiar a Europa tuvo un episodio en la cárcel que luego le daría la idea de hacer algo con presos.

“Fueron horas nada más por un pleito en una fiesta, pero fueron las peores horas de mi vida”, dice Mick. Cuando ya estuvo en Europa conoció a unos teatristas que habían logrado una obra con presos en Chile y de ahí le surgió la idea.

Primero lo intentó en el penal de Matagalpa y ensayó con un grupo casi por un año, pero la obra nunca salió a la luz, pues las condiciones no se dieron.

Luego decidió probar suerte en su natal León, donde la Dirección de Asuntos Juveniles de la Policía, que ya trabajaba proyectos de reinserción social como talleres de cerámica, viveros y cursos de Inglés, le permitió realizar la obra.

La primera presentación de Caín y los perros se hizo en el teatro municipal de León y actualmente están realizando una gira por todos los municipios del departamento.

En diciembre planean presentarse en el Teatro Nacional y también están en conversaciones para hacer una gira por todo Chinandega.

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