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Beatrice E. Rangel

Se busca un Antonio Lacayo

Se nos ha ido un amigo a quienes tuvimos el privilegio de conocer a Antonio Lacayo y tejer una entrañable amistad con él y con Cristiana. Su súbita partida nos llena de lágrimas al perder un amigo. Pero también hay lágrimas por el vacío que deja toda persona que es constructora de consensos en una hora de polarización Latinoamericana.

Conocí a Toño como todos le llamaban afectuosamente en las duras horas del fin de la guerra en Centro América. Los jefes de Estado de la región habían solicitado individual y colectivamente a Carlos Andrés Pérez, líder de la social democracia venezolana que actuara como buen oficiante.

Yo trabajaba con Carlos Andrés Pérez en el área de las relaciones internacionales. El ojo del huracán belicista estaba situado en Nicaragua ya que la geopolítica de la Guerra Fría era implacable con el comunismo de cualquier signo. Y aún cuando el movimiento sandinista no se había declarado comunista sus instrumentos de política pública eran los del comunismo.

Había que continuar la tradición venezolana del siglo pasado de construir consensos para desactivar conflictos, estabilizar la región y crear avenidas al desarrollo. Nicaragua, país hasta ese entonces virtualmente desconocido para mí se convirtió en el centro de gravitación de mis labores profesionales y preocupaciones intelectuales.

Fue en este contexto que conocí a Antonio Lacayo. Dos virtudes saltaron de inmediato a mis ojos. Su ponderación y su pasión por la construcción de consensos. Pensaba Toño que los conflictos solo traían miseria y de ella nacía el resentimiento y del resentimiento la destrucción. Prefería Toño un mal arreglo que luego se pudiese revisitar, a una buena pelea cuyo poder destructivo no se podría corregir. Pensaba Toño que nuestra cultura caribeña plena de decisiones hormonales le había hecho mucho daño a las perspectivas de desarrollo de nuestras naciones y le hubiera gustado gobernar a Nicaragua si hubiese existido una coalición que le permitiera desarrollar una política económica participativa y de fomento a la creación de valor.

La oportunidad no solo no se presentó sino que le fue bloqueada con una enmienda constitucional que contradecía muchos de los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esto no le quitó el entusiasmo por luchar por Nicaragua en otros escenarios. Con verdadera pasión se dedicó a promover las inversiones hacia su país. Y uno se pregunta ¿cuántos líderes políticos aceptan el fallo de las mayorías aun cuando sean circunstanciales y se reinventan para seguir creando valor? Y es en ese contexto que brillan las virtudes de Toño y que le echaremos más de menos.

Ha dejado el escenario vital cuando más necesarios son sus talentos consensuadores. Porque tenemos la mitad de América Latina en estados de polarización peligrosa que no solo hacen imposible promover el desarrollo sino que apuntan hacia una involución violenta. Quizás Toño pueda en su nueva dimensión constituirse en inspiración para que en la región surjan hombres y mujeres puentes que unan en lugar de dividir. Y esos hombres y mujeres construirán países como Toño construyó en Nicaragua.

La autora fue asistente en el área de Relaciones Internacionales del expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez (Q.E.P.D.)

Opinión Antonio Lacayo Nicaragua archivo
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