Nunca habíamos visto tanta energía, tanta pasión, tanta tenacidad, pero además bien canalizada, en un cuerpo sin mayor despliegue atlético como el de Everth Cabrera.
Quizá porque siempre se sospecha que el máximo nivel del beisbol es la patria exclusiva de los vigorosos y no de quienes tienen su potencia oculta en el corazón.
Pero Cabrera se lanzó a la aventura del beisbol, donde no solo existe una feroz competencia, sino también poco espacio y lo hizo sin más equipaje que su voluntad.
Tal vez por eso apreciamos más que en otros casos, su ascenso a Ligas Mayores, porque fue imprevisible. Y una vez arriba, Cabrera demostró que pertenecía ahí.
El muchacho despreciado en el beisbol nacional estaba, de pronto brindando cátedra en las Grandes Ligas, con una velocidad que escapaba a nuestra imaginación.
Y cuando se pensó que su estadía sería breve, se asentó como titular en San Diego. Y se volvió un corredor electrizante, un fildeador seguro y un bateador dañino.
Más que eso, se volvió un ejemplo de determinación, de superación personal y sus críticos, los dudosos y hasta los neutrales, debieron admitir su notable calidad.
Pero justo en la cima, Cabrera no pudo sostenerse. Y apareció su vínculo con los esteroides y la detención por conducir a alta velocidad y con posesión de marihuana.
Ahora se ha conocido que está hospitalizado porque las adicciones lo han estrangulado en extremo. Lo único que nos queda es desearle una total recuperación.
Quienes hemos recibido varias oportunidades luego de caer, vamos a animar a Cabrera a salir a flote, con esa determinación que ha sido su carta de presentación.
Ver en la versión impresa las páginas: 14 B