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Luis Sánchez Sancho, editorialista de LA PRENSA.

La otra Dido

No pudo ser mejor la presentación de la ópera Dido y Eneas que hizo el Conservatorio de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), en el Teatro Nacional Rubén Darío, el lunes 23 de noviembre.

No pudo ser mejor la presentación de la ópera Dido y Eneas que hizo el Conservatorio de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), en el Teatro Nacional Rubén Darío, el lunes 23 de noviembre.

Todo fue magnífico: las voces de los intérpretes principales y secundarios, el coro, los números de danza, la ejecución orquestal, la escenografía, la dirección general de la obra… todo realmente.

Como comenté la semana pasada, el libreto de esta ópera del compositor inglés del siglo 17, Henry Purcell, se basa en la leyenda latina de Dido, la reina de Cartago que se enamora del príncipe troyano Eneas, sobreviviente de la guerra y la destrucción de Troya. Al final Dido se suicida cuando Eneas se marcha a Italia, donde debe cumplir una gran misión encomendada por los dioses.

Pero la leyenda de Dido, que el poeta latino Virgilio desarrolla en su poema épico La Eneida, está basada a su vez en otra leyenda de origen semítico.
En la historia legendaria original, Dido es Elisa, hija de Belo, rey de Tiro, una de las principales ciudades de la antigua Fenicia fundada más o menos tres mil años antes de Cristo.

Elisa tiene un hermano llamado Pigmalión, quien al morir Belo hereda el reino y después que asume el poder se muestra como un tirano cruel y sin escrúpulos.

Elisa se casa con Siqueo, un rico sacerdote de Hércules que saca su tesoro del templo donde lo guarda y lo oculta en el jardín de la residencia matrimonial. Aparte de Siqueo solo Elisa sabe dónde ha sido guardada aquella riqueza.

Pigmalión, además de ser un déspota es un hombre en extremo codicioso y quiere apoderarse del tesoro de su cuñado. Para eso trata de obligar a su hermana a revelar el escondite, pero Elisa lo engaña, diciéndole que se encuentra debajo del altar del templo de Hércules. Pigmalión va al templo, encuentra a Siqueo y después de fracasar en su intento de que el sacerdote le entregue voluntariamente el tesoro, asesina al cuñado.

Elisa busca a Siqueo por todas partes hasta que la sombra del difunto se le aparece en sueños y le cuenta cómo y dónde fue asesinado por Pigmalión. Siqueo advierte a su mujer —ahora su viuda— que debe huir de Tiro porque su hermano tratará de asesinarla pero le recomienda que se lleve el tesoro escondido en el jardín.

Con un grupo alrededor de ochenta hombres que habían sido fieles a su padre, y ahora lo son a ella, Elisa organiza la huida de Tiro y al hacerse a la mar lleva con ella el tesoro de Siqueo, pero también las riquezas de Pigmalión que pudo recoger. Además la astuta Elisa hace cargar sacos llenos de arena, para arrojarlos al mar cuando la persiga Pigmalión y hacerle creer así que el tesoro se ha ido al fondo del mar.

Elisa y sus hombres llegan a la isla griega de Chipre, el lugar donde nació Afrodita, raptan allí a ochenta mujeres jóvenes y hermosas para que formen familia con los hombres que han huido de Tiro y luego siguen su viaje.

Llegan por fin a un lugar en la costa de África del Norte, donde desembarcan. Elisa negocia con el rey local, Yarbas, la compra de unas tierras para fundar una nueva ciudad que fue llamada Cartago, que en el idioma fenicio antiguo significaba “ciudad nueva”.

No mucho tiempo después Cartago es una ciudad floreciente donde Elisa reina con bondad y sabiduría. Yarbas pretende casarse con ella pero lo rechaza porque quiere mantenerse fiel a la memoria de Siqueo, su esposo asesinado.

Furioso por el desaire Yarbas declara la guerra a Cartago y amenaza con destruirla si Elisa no lo acepta como marido. La afligida reina le pide tres meses de plazo para tomar una decisión, al cabo de los cuales rechaza definitivamente a Yarbas y toma una decisión fatal.

Elisa no quiere ser causa de la destrucción de Cartago y la desgracia de su pueblo y para evitarlo se clava un puñal en el pecho y se arroja a una hoguera que ella misma ha mandado a preparar para su incineración.

La leyenda de Elisa, convertida en Dido por Virgilio, ha inspirado numerosas representaciones artísticas clásicas, como la ópera Dido y Eneas que el Conservatorio de la Upoli ha puesto en escena en el gran teatro de Nicaragua con una calidad artística sorprendente y realmente admirable.

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