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Preparando la fiesta

Ahora que ya se sienten los vientos de diciembre, me plantea un gran reto el prepararme para vivir el camino de preparación para la gran fiesta cristiana, la Navidad. La Navidad es, sin duda alguna, una fiesta eminentemente cristiana. ¡Ojalá que lo fuera, a sí mismo, para todo ser humano!

Ahora que ya se sienten los vientos de diciembre, me plantea un gran reto el prepararme para vivir el camino de preparación para la gran fiesta cristiana, la Navidad. La Navidad es, sin duda alguna, una fiesta eminentemente cristiana. ¡Ojalá que lo fuera, a sí mismo, para todo ser humano!

En toda fiesta celebramos siempre algo, y en Navidad celebramos, nada más y nada menos, que Jesús, el Hijo de Dios, tomó carne de nuestra carne, nació en un pesebre y empezó a caminar codo a codo con el hombre con todo cuanto ello significa. Como dice San Juan: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn. 1,14).

Desde ese momento la historia humana empezó a ser otra y es que Dios siempre está de camino viniendo en busca del hombre. ¿Hay alguien que no se asombre de ver a Dios empeñado? ¿en llegar apresurado al encuentro con el hombre?

Este acontecimiento necesita celebrarse, lógicamente. En primer lugar, por todos aquellos que nos hemos comprometido en llevar a cabo su proyecto: Hacer realidad la construcción de un hombre nuevo capaz de hacer posible una sociedad también nueva. Si Dios se hace hombre para rescatar al hombre, alguien demasiado importante para Dios debe ser el hombre. Ayudemos a Jesús en esta Navidad a rescatar la dignidad de todo ser humano.

Pero así como toda fiesta necesita su preparación, también esta fiesta necesita prepararse con el mayor esmero posible. A esta preparación nos van a ayudar los profetas como Isaías que es la voz clara y valiente que nos va a anunciar la llegada del Mesías, el hijo de David: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará” (Is. 11,1). Isaías es el profeta de la esperanza, el sembrador de esperanzas, el profeta que anuncia la llegada del Emmanuel que nacerá de una doncella (Is. 7,14) y será luz para “los que viven en tierra de sombras” (Is. 9,1-2); por eso, llamaba a abrir los caminos al Señor: “Una voz clama: ‘En el desierto abrid caminos al Señor… Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado’”. (Is. 49,3-4).

Este tiempo ha de fortalecer en nosotros la esperanza. Por eso, nos dice Isaías: “Fortalezcan las manos débiles, afiancen las rodillas vacilantes. Diga a los de corazón tranquilo: ¡Ánimo, no teman!… Él vendrá y nos salvará” (Is. 35,4).

Otro gran personaje que nos va a ayudar a preparar la gran fiesta de la Navidad, es Juan Bautista: “Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderezcan sus sendas; todo barranco sea rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios” (Lc. 3,4-6; Is. 40,3-5).

Y María será la figura central del Adviento: Ella es la mujer de la fe sencilla, la sencillamente esclava del Señor (Lc. 1,38), la Purísima, la bendita porque ha creído (Lc. 1,45), el primer sagrario viviente que tuvo la dignidad de dar su propia carne y su propia sangre al mismísimo Hijo de Dios, la que hizo posible todas las esperanzas del Antiguo Testamento.

Adviento será esa voz que nos invitará permanentemente a vivir esa fe sencilla, como fue la fe de María, capaz de poder decir: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1,38).

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