Cuando el 25 de abril de 1990 entramos al antiguo edificio del Banco Central convertido en sede de la Presidencia de la República, había un sentimiento de alegría reprimida, expectativa y esperanza. Inaugurada la sesión en donde fue el primer piso del Banco, los ministros fueron juramentados uno tras otro, estaba sucediendo un imposible.
Y es que la ascensión al poder de doña Violeta Barrios de Chamorro fue un imposible hecho posible por la voluntad de Dios, así como también lo fue el ascenso del ingeniero Antonio Lacayo al ministerio de la Presidencia como coordinador y jefe del gabinete de la señora presidenta.
Un persona formidable
Conocía a Antonio desde muy joven, compartíamos profundos valores cristianos y nos teníamos una gran confianza, cimentada a través del tiempo y la práctica de ejercicios en Cristo en los diversos movimientos cristianos de nuestros años escolares.
Toño era una persona formidable, con una inteligencia privilegiada y una paciencia providencial, con firmes y profundos valores y convicción cristiana, franca y sincera a la vez de prudente y amable, hablaba cortésmente pero era firme en sus decisiones y con una gran tenacidad para lograr sus metas. Tenía claro siempre lo que era correcto y si cedía temporalmente no era capitulación sino estrategia para lograr el objetivo.
En la primera sesión de gabinete, los reportes eran similares, y ante el desánimo de varios Toño era optimista, veía siempre el vaso medio lleno, no medio vacío. Y los informes seguían, “el instituto de estudios del Atlántico fue trasladado, con todo y edificio, al ejército”, no había oficina para el funcionario nombrado para temas del Atlántico. Y finalmente se fue la luz. Esa primera reunión la terminamos a la luz de candelas.
Un ingeniero empresario
Además de su formación jesuita Toño era ingeniero de formación, graduado en Georgia Tech. y el MIT (Massachusetts Institute of Technology, el instituto politécnico de mayor prestigio del mundo), metódico y sistemático por entrenamiento, y después de varios años en el sector empresarial, pragmático y centrado en objetivos. Era capaz de visualizar con claridad los pasos necesarios para alcanzar el objetivo y se dedicaba a lograrlo.
Nicaragua era un caos. Existían dos ejércitos que peleaban una sangrienta guerra civil, y ninguno de los dos ejércitos obedecía la Presidencia. Uno era la contra y su liderato político estaba en Honduras y Miami; el otro era el ejército sandinista y su liderato político estaba en la dirección nacional de FSLN y el Chipote.
El Estado de derecho no existía, la revolución era la fuente de derecho y el Ejército el sostén de la revolución. Bajo estas condiciones el derecho dependía del poder y hasta entonces el poder estaba en manos de la dirección sandinista.
La economía estaba centralizada, las principales fuentes de producción estaban en manos del Estado, las leyes de la oferta y la demanda no se aplicaban y el mercado había desaparecido. La economía estaba estatizada. Los precios estaban controlados, la distribución de bienes y servicios estaba racionada, el comercio internacional en manos del Estado, hasta el transporte interno de alimentos estaba controlado.
El Banco Central existía de forma, había desaparecido como institución a cargo de la regulación de la oferta monetaria y la administración del crédito. Era un instituto emisor de dinero de acuerdo con las instrucciones recibidas por el órgano de planificación central.
El país estaba hiperendeudado, no había disponibilidad de fuentes de créditos formales e institucionales, la deuda no se servía. Nicaragua llego a batir todos los récords de deuda conocidos.
Más del 25 por ciento de la población había sido desplazada por los acontecimientos y más del 15 por ciento vivía en el exilio. Nicaragua era una población desarticulada y desestructurada, el miedo estaba en todas partes y la confianza había desaparecido. Algo que me impresionó: ¡la gente reía poco! Esa era la Nicaragua de 1990.
De empresario a estadista
“La diferencia entre un político y un estadista es que el político piensa en las próximas elecciones y el estadista en las próximas generaciones” (James Freeman Clarke). El ingeniero Antonio Lacayo fue un estadista.
Desde un inicio la principal preocupación de Toño y la que lo guió a través de los años con doña Violeta fueron las próximas generaciones de nicaragüenses. Su amor por Nicaragua lo llevó a querer una Nicaragua mejor, en paz, en armonía, en donde todos conviviéramos, en democracia y libertad. Hasta lograr convencer a muchos de sus adversarios a creer en él y volverse sus amigos.
Siempre dijo la verdad, por dura que fuera y a quien tenía que decírselo, no necesitaba mentir ni caer bien, de hecho tuvo muchos detractores. No buscaba ser popular, sino hacer las cosas bien. Y si bien tuvo detractores que lo atacaban inmisericordemente, sabían que era necesario para el país y que le hacía bien, hoy lo reconocen.
Antonio estaba decidido a que Nicaragua triunfara, a que el pueblo triunfara, no a que su grupo triunfara. Y todo esto es lo que hace un estadista. Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7: 15-20). Y es que “el intento de combinar la sabiduría y el poder ha tenido éxito solo en raras ocasiones y por un corto tiempo” (Albert Einstein). El caso de Antonio fue una de esas raras ocasiones.
Cuando el 10 de enero de 1997 caminábamos de salida del gobierno en el Estadio Nacional con doña Violeta, llevábamos la frente en alto. Y Antonio, a la orilla de la presidenta, dejaba un legado de estadista a la historia de este país.
Nicaragua estaba en paz y el país reconciliado. Los ejércitos desmovilizados y a cambio un ejército y policía que empezaban a ser nacionales. El Estado de Derecho había sido implantado y los cuatro poderes del Estado eran genuinamente independientes. Las propiedades habían sido devueltas en su gran mayoría a sus legítimos dueños. Nicaragua tenía una verdadera economía de mercado con una moneda estable y fuerte. Ese fue el legado de Antonio Lacayo Oyanguren, el estadista.
El autor es doctor en Economía. Fue ministro de cooperación externa de Nicaragua en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
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