Soy profesor universitario desde hace más de veinte años. Siento pasión por mi oficio. Trabajé, hasta hace unos días, como decano de la facultad de Ciencias Administrativas y Económicas de la Universidad Americana, de la que fui separado abruptamente, sin recibir mayores explicaciones.
Durante los siete años que ocupé ese cargo se graduaron más de dos mil jóvenes a los que en la mayoría di clases, les escribo a ellos, a sus padres, a mis colegas profesores y a los actuales estudiantes, merecen tener información, es su derecho.
En las aulas conversamos siempre con respeto, abiertos a todas las posiciones, con tolerancia, consideré mi obligación vincular la teoría con la realidad del país; me esmeré en que los alumnos no repitieran conceptos de memoria, a hacer un esfuerzo por ver en las ciencias herramientas para encontrar soluciones.
Para ser proactivo, innovar, ser emprendedores, aplicar las mejores prácticas, tenemos que conocer los problemas, tener e interpretar datos, aprender a escucharnos, respetar al que disiente, ser objetivos, llamar las cosas por su nombre.
Perder el espíritu crítico es renunciar a la oportunidad de mejorar y a la larga es perjudicar a la institución.
La universidad, aun las privadas, tienen una obligación con el país, una misión que cumplir, deben ser instituciones para servir a la sociedad, ser socialmente responsables, obligadas a ser respetuosas con estudiantes, profesores y colaboradores, ser transparentes, informar, dialogar, buscar consenso, promover el diálogo, la discusión y sentir la obligación de explicarle a la sociedad su desempeño.
Se enseña más con lo que se hace, que con lo que se dice.
Si a un académico se le despide por tener el carácter de promover el intercambio de ideas, la libertad de opinión, el amor a la investigación, a la ciencia, a la libertad de cátedra, si se le reprocha haber promovido el pensamiento crítico, la búsqueda del conocimiento para encontrar soluciones, para proponer buenas ideas para sacar adelante a Nicaragua, se le está despidiendo por cumplir con su deber. Si esas son las razones del despido, es un despido arbitrario, que debilita la institución y perjudica a la sociedad.
En lo personal, que se me señalen esas causas, es como una condecoración.
Agradezco infinitamente la lluvia de palabras de aliento, amistad, indignación, que he estado recibiendo, nada más hermoso que la solidaridad. Reitero mi compromiso con la educación de calidad para promover el desarrollo de Nicaragua.
Exhorto a los jóvenes profesionales a defender sus ideas y comprender que nosotros decidimos y construimos la sociedad donde queremos vivir lo que requiere una cuota de valor, pero vale la pena.
Como la mayoría de ustedes, me quedo preocupado ante lo sucedido, realmente no se puede “leer como uno quiere”, la ciencia es terca y si nos peleamos con ella poniendo el periódico al revés, renunciamos a la luz que ilumina el camino y nos vamos a tropezar.
El autor es profesor universitario.
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