El extenso poema Canto a la Argentina, compuesto de 1,001 versos, le fue encargado a Darío por el diario La Nación para conmemorar el Primer Centenario de la Independencia de Argentina. Fue publicado en el número extraordinario que el mencionado diario puso en circulación el 25 de mayo de 1910, en ocasión de tan importante efemérides y ocupó tres páginas del periódico.
Acostumbrado a ser mal remunerado por sus trabajos literarios, para Darío fue reconfortante y un signo del aprecio que le tenían los dueños de La Nación de Buenos Aires, cuando estos le retribuyeron con diez mil francos de aquella época su Canto a la Argentina. El monto era superior a la suma de todos los derechos de autor cobrados por Darío por sus libros.
Rubén escribió el poema en París, donde a la sazón se desempeñaba como Cónsul de Nicaragua. Es el más extenso escrito por el bardo nicaragüense, subdividido en 45 secciones. Para Rubén, componer el Canto significó un reto y, a la vez, una oportunidad para expresar su admiración y afecto por el país que emotivamente consideraba como su “segunda patria”. Cuando Darío aceptó el encargo, no sospechaba la magnificencia con que sería retribuido. Había una razón más para aceptarlo: cumplidos los 40 años Rubén se sentía envejecido y ya no esperaba encargos semejantes. El resultado fue, como observa Bernardino de Pantorba, “un canto de aire moderno, de avanzada, de contextura nueva, con audacias de todo género”.
En 1914, Darío decidió publicar como libro Canto a la Argentina, poema que da título al volumen, y once composiciones más, una de ellas en francés, France-Amerique. Darío toma como leit-motiv de su Canto la letra del propio Himno Nacional de Argentina. Con él se inicia y con él finaliza el poema: “¡Argentina! ¡Argentina! / ¡Argentina! El sonoro / viento arrebata la gran voz de oro. / Ase la fuerte diestra la bocina / y el pulmón fuerte, bajo los cristales / del azul, que han vibrado / lanza el grito: ¡Oíd, mortales, / oíd el grito sagrado!”
Algunos críticos juzgan que varios de los otros poemas incluidos en el libro son superiores al Canto a la Argentina. Y, generalmente, citan, los tres siguientes: La Cartuja, Los motivos del lobo y Gesta del coso. Sin embargo, son también notables La canción de los osos, Valldemosa y La rosa-niña. En la Canción de los osos, según sus críticos, reaparece el poeta de Prosas profanas y, por momentos, el de Cantos de Vida y Esperanza. El cambio de estados anímicos, tan característico de Rubén, se manifiesta cuando pasa de la acritud o sarcasmo de la Canción de los osos, a la piedad y resignación de Los Motivos del lobo. Jaime Torres Bodet, juzga que: “En su género, por su categoría —y hasta por su extensión— el Canto a la Argentina constituye una positiva proeza. Quien era capaz de erigir ese edificio solemne —de fábricas, mármoles, mástiles, metáforas y relieves— había alcanzado una maestría excepcional, no solo en el arte de la instrumentación armónica del poema, sino en el dominio de su arquitectura histórica y cívica”.
En Argentina Rubén enaltece a toda América: “¡Gloria a América prepotente! / su alto destino se siente/ por la continental balanza / que tiene por fiel el istmo…” Al finalizar su Canto, el poeta regresa al Himno Nacional: “¡Argentina, tu día ha llegado! / ¡Buenos Aires, amada ciudad / El Pegaso de estrellas herrado / Sobre ti vuela en vuelo inspirado!/ Oíd mortales, el grito sagrado: / ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”
Para Torres Bodet La Cartuja es el último de sus grandes poemas. El propio Rubén, cuando se lo leyó por primera vez a doña Pilar, la esposa de don Juan Sureda, su anfitrión en Valldemosa, isla de Mallorca dijo: “Doña Pilar, ahora va usted a conocer, la primera, lo mejor que he escrito”. Y comenzó emocionado a leer los estremecidos versos: “Este vetusto monasterio ha visto, / secos de orar y pálidos de ayunos, / con el breviario y con el Santo Cristo, / a los callados hijos de San Bruno”. Esta es una de las joyas más preciosas del rico tesoro poético dariano.
El autor es jurista y escritor.