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Darío y la política

Si bien Rubén nunca militó oficialmente en ningún partido político, ideológicamente, como hombre avanzado de su época se identificó con el pensamiento liberal de fines del siglo XIX, que por entonces encarnaba los ideales más progresistas.

Ahora que se intenta utilizar políticamente a Darío, calificándolo de “sol que alumbra las nuevas victorias”, conviene tener presente que desde muy joven Rubén abominó la politiquería, a la cual calificaba como “ese tremendo hervidero de la pasión política” que podría contaminarlo todo, incluso el arte mismo. También la llamó “política fangosa”.

Si bien Rubén nunca militó oficialmente en ningún partido político, ideológicamente, como hombre avanzado de su época se identificó con el pensamiento liberal de fines del siglo XIX, que por entonces encarnaba los ideales más progresistas. Sin embargo, en un artículo publicado bajo el título Unión liberal, firmado bajo el seudónimo “Tácito” en el “Diario de Centroamérica” (Guatemala, 11 de junio de 1891), Darío escribe: “…Como liberal sincero propongo a mis correligionarios que nuestro partido imite… a los partidos de los países adelantados en prácticas políticas”. El mismo Rubén nos dice que nunca le interesó el activismo político. Ciertamente, no fue un político, en el sentido criollo de la palabra. Esto no significa que menospreciara la política, como preocupación ciudadana por los altos destinos de la patria y el bien común.

En el Discurso del Retorno (León, 1907) Rubén consideró necesario recordar a sus conciudadanos que él, alejado de las disensiones políticas, había luchado y vivido, no por los gobiernos, sino por la patria, y agrega: “Si algún ejemplo quiero dar a la juventud de esta tierra ardiente y fecunda, es el del hombre que desinteresadamente se consagró a ideas de arte, lo menos posiblemente positivo y después de ser aclamado en países prácticos, volvió a su hogar entre aires triunfales”.

Rubén creció y se formó, ideológicamente, en una atmósfera dominada por el pensamiento liberal centroamericano finisecular, una de cuyas características era la vocación unionista, la pasión por reconstruir la patria centroamericana. El otro ingrediente, propio del liberalismo nicaragüense de entonces y que lo distingue del liberalismo de los otros países del istmo, fue la relación ambivalente con el “Coloso del Norte”, los Estados Unidos, visto, a la vez, como modelo de democracia y progreso y como potencia invasora, entrometida en los asuntos internos de Nicaragua. Esta ambivalencia es visible también en la obra de Darío.

El liberalismo de Rubén, salvo en una etapa de su juventud, nunca fue radical ni se contrapuso a sus creencias cristianas. Darío logró conciliar su fe cristiana con su opción ideológica liberal. Su liberalismo era la expresión de su fe en el progreso, la justicia, la libertad y la perfectibilidad del hombre. Su nunca desmentido cristianismo transformó la fraternidad liberal en el amor a nuestros semejantes, como el más alto principio inspirador de la conducta humana y social, lo que condujo a Rubén a rechazar el liberalismo económico puro, que se rige por las leyes ciegas del mercado, y abrazar un humanismo a la vez liberal y cristiano, sintetizado en su estupenda frase: “La mejor conquista del hombre tiene que ser, Dios lo quiera, el hombre mismo”.

Rubén también abominaba la demagogia política y el uso del pueblo como instrumento de destrucción. Así dice, a propósito de “las turbas”: “Eso es obra de locos corrompidos: llevar las turbas a que despedacen las puertas de los almacenes, y roben primero, y lo den todo al fuego después; conducirles a las tabernas y bodegas para que se emborrachen y así redoblen sus inmoralidades. La muchedumbre va por la calle gritando, amenazante, beoda, brutal, feroz”.

Frente al demagogo barato e irresponsable, Darío pondera al estadista: “El hombre de Estado cumplirá como bueno sus tareas, y su discreción y su conocimiento de los grandes asuntos en que había de ejercitar su pericia no han de quitarle, ni la vivacidad y frescura del ingenio, ni el pensamiento creador, ni el intelletto d’amore para su pasión artística”.

Darío fue un ferviente admirador de la verdadera democracia y sabía que solo ella puede salvarnos de las tiranías, de cualquier signo. En Salmo de pluma Darío repudia a los tiranos: “Temblad, temblad tiranos, en vuestras reales sillas, / ni piedra sobre piedra de todas las Bastillas / mañana quedará. / “Tu hoguera en todas partes, ¡oh Democracia inflamas, / tus anchos pabellones son nuestros oriflamas, / y al viento flotan ya”.

El autor es jurista y escritor.

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