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Joaquín Absalón Pastora

Clima eterno

Desde que nace en su origen, desde que la nariz se puso en posición para oler, para respirar, para vivir, la naturaleza creó un diseño milagroso carente de portada pero sí de una invisibilidad cuyos umbrales solamente pueden ser imaginados por cada criatura que viene al planeta provista de todos los elementos para existir sin costo alguno del espectáculo gratuito que le suministra semejante privilegio. Pero cuando ella va creciendo sembrando las semillas de su ambición, de su individualidad, no mide las consecuencias de ser el factor que envenena, ignora la existencia del clima y en esa misma línea se convierte en parte de la suma industrial corporativa, en un monstruo incapaz de suponer por lógica instintiva de conservación que con tanta acumulación de carbonos se está convirtiendo no solo en verdugo del sistema sino en verdugo de su personalidad orgánica.

Bienvenidos los esfuerzos que están haciendo, tanto los seres individuales como los colectivos, por juntarse a nivel de mundo para llegar a la conclusión que es impostergable, hacer una dominante reducción de carbono con la meta de quitarle a la atmósfera las manchas que la cubren y oscurecen desde arriba y de abajo, lo único que producen es la erupción de los gases en acumulación, lavas hirviendo, sequía cuyos efectos igualmente arden, desiertos en la desnudez, vegetación quebrada y tantos enemigos asociados para destruir.

La intención de dinamizar las defensas no es nueva. Ha sido expuesta en los foros internacionales donde ha sido continuo el recurso de la retórica: en Durban, en Doha, en Copenhague, en Buenos Aires, en Marrakech, en Kyoto y a fines del año pasado en París con una concurrencia mucho más nutrida, más crítica, más cruda. Son acuerdos, no son aplicaciones reales, son impulsos solidarios y humanistas con una causa que no tiene plan B.

La marcha apresurada del tiempo es el más convincente testigo para comprobar que ciertamente el tema camina sobre las pistas de la alarma, con topes que ahora se estrellan contra la pared del 2020, con cálculos máximos de plasmar en el 2050 el plazo definitivo para concretar el pacto suscrito que son en la opinión personal un bello recital de buenos propósitos y condiciones alrededor de abrazar al consenso, del reconocimiento de errores cometidos, pero que no cuajan en la realidad. Agregar las reducciones del carbón, los subsidios a la producción de energía verde tan ausente de florecer cuando la sequía la destroza precisamente cuando el hombre asesina a los árboles solo por llevar agua maldita al molino de los intereses. Salvar al clima cuando el daño es inmenso. Los recursos apelados como la energía solar y eólica no están cerca de utilizarse con capacidad y competitividad. Es un factor de salvación que está lejano de la esquina aunque hayan florecido los consensos en los cuales se dan apretones de abrazos. Bien puede decirse que el calentamiento del planeta corre más de prisa que la instalación solar o verde. Ellos deben estar invadiendo con soltura los mercados de la energía. Desde hace mucho tiempo, desde los años setenta se viene diciendo que están cerca de circular.

Cruzamos el umbral del 2016 con el sostenimiento del renombrado optimismo. Hasta cuándo se va a rebajar la temperatura media del planeta y repeler las emisiones de gases contaminantes es la pregunta que no tiene respuesta ni plazos en las dimensiones de la perdurabilidad…

El autor es periodista.

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