Una vez más subió al escenario, del Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, el cuarteto genuinamente clásico por su formación instrumental y el contenido específico de sus obras.
Pero lo que más ha trascendido en la junta de los cuatro, es la imagen de Irma Kock a la cual se le distingue por ser más humanista que maestra, no obstante las páginas vitales de sus estudios y de su experiencia en la música.
Llegada a Nicaragua desde la lejanía de otro continente, dispuso ser la formadora de los nuevos valores, de los jóvenes muchos de los cuales, gracias a su bondad espontánea, se han convertido en miembros de la Orquesta Filarmónica Juvenil, algunos bien seleccionados con la venia de la capacidad para ser solistas.
La maestra recibe con amor las cuerdas del cello, madera bendita e hilos sagrados ante los cuales se inclina con respetuosa reverencia que no exime a su filantropía.
En esa entrega a las diversas formas del concierto, se le ve con frecuencia como el que acaba de presidir en los cuartetos originales de Michael Haydn, Juan Sebastián Bach representado en la fuga, Franz Xaver Richter y Joseph Haydn.
No obstante hizo una excepción explícita, valedera, privilegiada en el compositor nicaragüense Erwing Krüger, fundamentada en reconocimiento en Juan Manuel Mena al poner en escena La Madrugada de Erwing, una pieza que ofrecía las posibilidades de inclusión en la formación cuarteto por su riqueza melódica pasiva y poética, susceptible de alcanzar en la parsimonia del adagio.
El arreglo, un rayo de luz concomitante con la vecindad del alba y la circulación nubosa de los pájaros. En ese sentido bien pudo establecer un parangón imaginario por cierto, aunque distante en tiempo y lugar entre la madrugada del vernáculo nicaragüense y el clásico austríaco. Haydn tituló como el “Pájaro” a su cuarteto.