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Alejandro A. Tagliavini

La ley sirve para que exista la trampa

“Si así sale el presidente de la primera potencia mundial, más vale abandonar todo interés en la política mundial”, escribía Pablo Pardo en el diario El Mundo, de España. Sea como sea, lo cierto es que si el mundo está como está, el primer responsable es el Gobierno de Estados Unidos (EE.UU.), por eso es esperable que las elecciones allí despierten gran interés global.

Los resultados de los caucus de Iowa, con los que comenzaron las primarias que se prolongarán hasta junio, han sorprendido a todos, aunque con una importancia puramente psicológica —allí ganó Obama— ya que el candidato más votado obtuvo unos 60,000 votos cuando para ganar la Presidencia en noviembre hacen falta alrededor de 65 millones.

En el Partido Republicano el gran derrotado fue Donald Trump —el segundo en votos, aunque se espera que gane en New Hampshire el 9 de febrero y retome la iniciativa— mientras que el ganador en papeletas fue Ted Cruz gracias a que es evangelista en una zona donde la mayoría de los votantes lo son, siendo Marco Rubio, el tercero, el verdadero vencedor psicológico.

Mientras que Rand Paul hizo un buen papel —por haber acabado entre los “cinco grandes”— dado que es un “rebelde” que en el pasado ha fundado diversas ONG para oponerse al aumento de los impuestos que son, precisamente, el dulce de los políticos. Por el contrario, entre los demócratas, el ganador psicológico es Bernie Sanders —con el discurso más populista entre los precandidatos—, que quedó segundo tras Hillary Clinton, pero por poca diferencia.

Ahora, en 2012 el gasto total en las elecciones presidenciales y legislativas alcanzó los US$7,300 millones, según la Comisión Federal Electoral. En 2016 la agencia Bloomberg estima que el costo total llegará a los US$10,000 millones. Aunque si Michael Bloomberg —con un patrimonio estimado de US$38.000 millones, ocho veces más que Donald Trump— el fundador y dueño de Bloomberg, se presenta en marzo como candidato independiente, puede hacer que las cifras finales sean más grandes.

Es mucho dinero. ¿Quién y por qué desembolsa tanto? ¿Es creíble que solo sea por idealismo? Sean ciudadanos comunes, que esperan que el candidato favorezca su economía familiar, o grandes fortunas o corporaciones, es obvio que hay muchos intereses en juego, ya que el Gobierno —utilizando el monopolio de la violencia— puede imponer, por sobre el mercado, por sobre las personas, leyes que favorezcan a unos en detrimento de otros.

Frente a esta realidad se intentaron transparentar las elecciones limitando con leyes la cantidad de dinero en donaciones y exigiendo transparencia. Entonces, aparecieron las “SuperPAC”, organizaciones que en teoría no tienen relación con las campañas, pero que en la práctica apoyan a un candidato. Gracias a una sentencia de la Corte Suprema, pueden gastar lo que quieran, sin ningún límite o restricción, y sin tener, tampoco, que informar acerca de sus donantes, entre los que hay gobiernos extranjeros.

Por ejemplo, entre las “SuperPac” que apoyan a Ted Cruz, solo Keep the Promise ha obtenido unos US$110 millones de donaciones. Los hermanos Charles y David Koch —que tienen una fortuna combinada de US$90,000 millones— se habrían comprometido a donar US$1,000 millones a republicanos. Corolario: basta que los gobiernos coaccionen leyes para que entre los insatisfechos —por la coacción— surja la trampa.

El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California.

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