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Danilo Arbilla

Después del Carnaval

Apagados los fuegos de la fiesta quedan las cenizas. Después de la alegría desenfrenada del Carnaval, que solo dura tres o cuatro días, reaparece la realidad. El PBI, la inflación, el desempleo.

Tras el verano, las ferias judiciales, los recesos parlamentarios, y los carnavales, otra vez la cuesta arriba para Dilma Rousseff y Luiz Inácio Lula Da Silva.
Como dice la canción de Jobim, la tristeza no tiene fin, pero la felicidad sí.

¿Qué pasará en el Congreso en relación al juicio político a la presidenta Rousseff? Nadie lo puede prever con certeza. Pero no le será del todo fácil para la heredera de Lula, la que, además, si la situación se torna insostenible aparece como el chivo expiatorio “cantado”. Sobre todo para la suerte de Lula.

De cualquier forma, este necesitará mucha fortuna. En las causas judiciales en que se le involucra, ya transita de “testigo” a “indagado”. Y no son casos chicos: el de Petrobras y el del sector automotriz. Se habla de miles de millones “desviados”, ya sea para mejorar patrimonio propio o de familiares o de amigos o para continuar en el poder, que es aún mejor y más redituable. Y a esos dos casos se añade el de tráfico de influencias en beneficio de poderosas empresas cuyos mayores ejecutivos ya están en la cárcel, o en vía de. Y ni que hablar si se reabre o reinvestiga el “mensalao”, cuando su amigo y hombre de mayor confianza, y ministro de gobierno —también preso—, lograba, —“compensaciones extras mediante”—, el voto de congresistas de la oposición, sobre lo que Lula siempre ha dicho que no sabía nada.

Se asegura que las Fuerzas Armadas, siempre fuertes y vigilantes en Brasil, han resuelto dejar hacer. Esto es, no meterse, no aconsejar ni recomendar. No presionar.

Es que por más que mantengan las riendas y que no hayan sido “investigadas por violaciones de los DD.HH.” como le ha ocurrido a sus camaradas del resto del continente —Lula se ocupó muy bien de frenar ese tema— los militares brasileños no son indiferentes a los reclamos populares y al clamor de las tribunas.

A su vez Lula, su Partido de los Trabajadores y algunas organizaciones sociales amigas o dependientes —cada vez menos— saben de la fuerza del “pueblo” y se movilizan para mostrar su vigencia y en la calle patentizar el respaldo de la gente.

No les habrá de ser tan fácil frente a tanta “cosa” que se destapa. Pero además, están los números. La inflación más alta de los últimos 13 años (10.7%), caída del PBI (3.2%) en el 2015 y del 3.5 por ciento prevista para el presente, constituyendo el mayor retroceso desde 1930-1931 (85 años). Desocupación del 8.3 por ciento al cierre del 2015 (en el 2014 fue del 6.8%).
Y con perspectivas aún peores.

Para los bancos Credit Suisse (CS) e Itau (brasileño), la caída del PBI puede llegar al 4 por ciento en este año. Itau estima un cambio en el 2017 (magro crecimiento del 0.3%), pero el banco suizo prevé que se mantendrá la tasa negativa, de entre el 0.5 al 1 por ciento, lo que implicaría una situación —tres años consecutivos de caída— que no se da en el país desde 1908.

Similar o peor es el panorama futuro respecto al paro: ambos bancos creen que seguirá creciendo el desempleo y el CS estima que puede llegar al 13.5 en el 2017 y el Itau al 13.

En lo que hace a la agitación social y “a la calle”, parece difícil, como decíamos, que Lula y el PT canalicen a su favor toda esa inconforme energía apuntalada por las cifras y la realidad. Es más probable que esta empuje a otras fuerzas —FFAA, empresarios, justicias, oposición política— a ubicar los “chivos expiatorios” en el actual y pasados gobierno del PT, con Lula y Dilma a la cabeza.

Encontrar y juzgar a los responsables de los problemas de la gente sirve para calmar las ansiedades populares.

Esto es, mientras se acomodan los números; lo que tampoco es fácil y va requerir un cierto tiempo y mucha firmeza.

El autor es periodista uruguayo. Fue presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa.

Opinión Brasil Carnaval Dilma Roussef Lula Rousseff archivo
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