En el seno del pueblo hay quienes aprecian al cardenal emérito Miguel Obando y Bravo y también quienes lo detestan. Así es en política. La mitad te quiere, la otra mitad te detesta. Es persona colmada de singularidad porque hacia él convergen sentimientos invertidos. Quienes lo detestaban en el pasado supuestamente lo aprecian hoy y quienes lo apreciaban en el pasado ciertamente lo detestan hoy.
Hay una vieja fotografía de monseñor Obando publicada en LA PRENSA bajando las montañas chontaleñas en las ancas de un burrito, cuando fue nombrado arzobispo de Managua, hecho que lo dimensionó y gestó el cariño del pueblo. Reemplazaba el arcaico y detestado liderazgo de sacerdotes somocistas. Cuentan que Somoza Debayle, representante de la firma Mercedes Benz, le envió como obsequio un automóvil y que monseñor lo rifó y dio el dinero a los pobres. No sé si es cierto.
En los ochenta, monseñor era detestado por la dictadura sandinista; esta conspiraba ante su autoridad promoviendo la Iglesia popular. El sandinismo traía a Nicaragua sacerdotes rebeldes a Roma como Arceo de México, llamado pomposamente “el papa Rojo”, Frei Betto, Cámara; curas nacionales eran favoritos del sandinismo. En sectores extremadamente radicales del sandinismo, monseñor tenía un feo alias. Cuando el sandinismo lo necesitó para mediar en los sucesos de Los Robles y del Palacio Nacional, monseñor fue solidario aportando su reputación para el fin de las crisis. Su imagen era arrolladoramente querida.
Hoy en día todo eso ha cambiado; en esta vida nada es para siempre, todo es evanescente, más aún si los actores están en la desagradable y ardua actividad política en que caben: la soberbia, el egoísmo, el robo, el mesianismo, la generosidad, el tráfico de influencias, el perdón, la venganza, el odio, la lisonja, el olvido, la vida y la muerte. Bien lo explica don Salomón de la Selva en sus Prolegómenos para la educación que debe darse a los tiranos.
La estrella del cardenal emérito, “emeritus, del lat. ex meritus”, cesó de brillar cuando cumplió 75 años y Roma lo envió —con justicia— a descansar sus últimos años en paz y en gloria. Ya no pertenece a la Conferencia Episcopal pero una fuerza misteriosa conquistó al emérito a continuar su vida pública, pero esta vez bajo una sombra que, lejos de sostener su otrora sólida reputación, lo reduce y desprestigia.
La dictadura ha cometido desliz por nombrar al emérito prócer. Este, inevitablemente no podía rehusar. Debe compartir la ridiculez. En Nicaragua solo hay dos próceres: Miguel Larreynaga y el sacerdote Tomás Ruiz, firmantes del Acta de Independencia de 1821 y 12 héroes nacionales; uno de ellos el general Sandino. Prócer es más que héroe. Darío, el nicaragüense que más gloria da a Nicaragua no es héroe ni nada.
No es la dictadura quien califica de prócer o héroe, sino el pueblo. A mí me llena de decepción cada vez que veo por televisión al emérito en los actos del orteguismo vistiendo sus distintivos de cardenal; prefiero recordar a aquel monseñor que bajó de las montañas sobre un borrico para servir a su feligresía y que se ganó el amor de su pueblo; él es ahora una parodia de lo que fue. Debe haber una fuerza misteriosa que le impone esa conducta.
Leía en Sir Bernard Shaw que solamente mueren quienes son olvidados. Me pregunto si dentro de medio siglo el emérito cardenal será más recordado que quienes dieron su vida por la patria o más que Darío. Ahora, los zombis de la Asamblea a firmar el decreto, y después, nuevamente, caerá el telón.
El autor es abogado.