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Alejandro Ayón L.

A 100 años de su ausencia

El pasado mes de febrero se celebró en el mundo los 100 años de la muerte del poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío el “Príncipe de las Letras Castellanas”.

Nació el 18 de enero de 1867 en San Pedro de Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, Nicaragua. Primer hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento. Fue criado por su abuela tras la separación de sus padres. La niñez de Rubén Darío transcurrió en la ciudad de León, criado por sus tíos-abuelos Félix y Bernarda, a quienes consideró en su infancia sus verdaderos padres (de hecho, durante sus primeros años firmaba sus trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez).

A los 14 años se trasladó a Managua donde trabajó como secretario en la Biblioteca Nacional. Para este tiempo ya era reconocido llamándole el “poeta-niño”.

Entre los primeros libros que menciona haber leído están el Quijote, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, y la Corina (Corinne) de Madame de Staël.

Se conserva un soneto escrito por él en 1879 a las 12 años de edad, y publicó por primera vez en un periódico poco después de cumplir los trece años: se trata de la elegía Una lágrima, que apareció en el diario El Termómetro, de la ciudad de Rivas, el 26 de julio de 1880.

Sus influencias predominantes eran los poetas españoles de la época: Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega. Más adelante, sin embargo, se interesó mucho por la obra de Víctor Hugo, que tendría una influencia determinante en su labor poética.

En El Salvador, el joven Darío fue presentado por el poeta Joaquín Méndez al presidente de la república Rafael Zaldívar, quien lo acogió bajo su protección. Allí conoció al poeta salvadoreño Francisco Gavidia, gran conocedor de la poesía francesa. Bajo sus auspicios, Darío intentó por primera vez adaptar el verso alejandrino francés a la métrica castellana.

Posteriormente viajó por diferentes países entre ellos Chile, Argentina, Francia y España, donde ocupó diferentes puestos y conoció a diferentes poetas de esos países.

En 1896, en Buenos Aires, publicó dos libros cruciales en su obra: Los raros, una colección de artículos sobre los escritores que, por una razón u otra, más le interesaban; y, sobre todo, Prosas profanas y otros poemas, el libro que supuso la consagración definitiva del Modernismo literario en español.

Tras abandonar su puesto al frente de la delegación diplomática nicaragüense, Darío se trasladó de nuevo a París, donde se dedicó a preparar nuevos libros, como Canto a la Argentina, encargado por La Nación. Por entonces, su alcoholismo le causaba frecuentes problemas de salud, y crisis psicológicas, caracterizadas por momentos de exaltación mística y por una fijación obsesiva con la idea de la muerte.

Llegó a León, cuna de la intelectualidad nicaragüense, la ciudad de su infancia, el 7 de enero de 1916 y falleció menos de un mes después, el 6 de febrero. Antes de su muerte soñaba que se disputaban sus órganos ya fallecido, algo que en verdad ocurrió posteriormente. Las honras fúnebres duraron varios días presididas por el obispo de León, Simeón Pereira y Castellón, y el presidente Adolfo Díaz Recinos. Fue sepultado en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año, al pie de la estatua de San Pablo cerca del presbiterio debajo de un león de concreto, arena y cal hecho por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero; dicho león se asemeja al León de Lucerna, Suiza, hecho por el escultor danés Bertel Thorvaldsen.

En brillantez formal, estilística y musical, apenas hay poeta en lengua española que iguale al Darío de la primera etapa, la etapa plenamente modernista de Azul (1888) y Prosas profanas (1896).

Cuando se aminora su esteticismo, y el ideal del arte por el arte deja lugar a nuevas inquietudes, surge su obra maestra, Cantos de vida y esperanza (1905), en la que el absoluto dominio de la forma ya no tiene la mera belleza como único objetivo, sino que sirve a la expresión de una intimidad angustiada o de preocupaciones socio-históricas, como el devenir de la América hispana.

El Príncipe de las Letras Castellanas ha influido durante su vida y después de ella en miles de personas de todos los países, especialmente de habla hispana. Con qué gusto he leído escritos de diferentes autores en periódicos de varios países del continente americano, quisiera como homenaje al gran Rubén cerrar estas palabras con una estrofa de uno de mis versos preferidos:
“Margarita está linda la mar,/ y el viento, / lleva esencia sutil de azahar;/ yo siento / en el alma una alondra cantar; / tu acento:
Margarita, te voy a contar/ un cuento”.

El autor es Cirujano Pediatra

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