14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Fátima Obregón y sus hijas Miriam y Luz Celeste Largaespada Obregón cuidan el huerto familiar que han construido en el patio de la casa de la abuela. LA PRENSA/ A. MORALES

Un huerto orgánico familiar con poca tierra y agua

Como si se tratara de un juguete que se le ha perdido entre las plantas, escarba las hojas, la mira y dice: “El tomillo sabe muy rico en sopa. No le gusta el sol. Le gusta el espacio y la humedad”.

Como si se tratara de un juguete que se le ha perdido entre las plantas, escarba las hojas, la mira y dice: “El tomillo sabe muy rico en sopa. No le gusta el sol. Le gusta el espacio y la humedad”.

Miriam Largaespada tiene 9 años, pero habla como una experta en Botánica mientras toca las hojitas de la planta que acaba de nombrar, que se esconde debajo del romero, el llantén y los tallos largos de ajicebolla que están sembrados en el primero de los cuatro bancos de tierra, cuyas separaciones se distinguen por hileras de tejas enterradas en la tierra en un espacio que no mide más de tres metros de ancho por unos seis de fondo u ocho de largo.

Hace poco más de un año Miriam comenzó con su papá y su mamá a cultivar un huerto orgánico en el patio de la casa de la abuela donde ahora viven, en Dolores, Carazo. Aunque la idea de crear un huerto saludable sin utilizar ningún tipo de químicos para fertilizar o curar las plantas la traían desde Jinotega, donde vivieron seis años.

Los esposos Fátima Obregón y Guillermo Largaespada vivieron en Jinotega por razones profesionales. Ella es ecóloga y él ingeniero agrónomo. Y allá trabajaban como consultores en algunas fincas y haciendas.

Obregón, originaria de Dolores, Carazo, graduada en la Universidad Centroamericana (UCA), recuerda que en una ocasión estaban en la finca de un productor de repollo y les llamó la atención el tamaño enorme de esa verdura. Le preguntaron al productor a qué se debía semejante tamaño y con franqueza el hombre les dijo que era así por los químicos que le echaban.

“¿Y usted come de lo que cosecha?”, le consultó la ecóloga y el productor le contestó: “Yo no lo como, eso va para Managua”. Prácticamente, dice Obregón, “la cantidad de veneno que le echan es una bomba”.

Otro caso los hizo reflexionar sobre la necesidad de hacer su propio huerto. El hermano de un exprofesor de Ecología, un vegetariano, resultó con cáncer. ¿Cómo podía resultar con cáncer alguien que toda la vida se había cuidado y que creía que al consumir vegetales estaba alargando su vida y protegiendo su salud? La respuesta para ella fue simple: la cantidad de químicos que le echan a gran parte de los vegetales es escandalosa, cree Obregón mientras coge las hojas de uno de los repollos que crecen en su huerto.

“Este es un cultivo de contacto”, recalca Obregón, y por eso cualquier químico que se le aplique se impregna en su hoja.

A sus nueve años, Miriam Largaespada, es una experta en botánica, le da clase a cualquiera. LA PRENSA/ A. MORALES

PLANTAS QUE CURAN Y ALIMENTAN

En los cuatro compartimientos en que se reparte el huerto hay lechuga, repollo, zanahoria, tomates de varios tipos, uno de ellos es el tomate gallina, como le dicen a una variedad que da un fruto pequeño y jugoso que crecía de forma silvestre en las tierras caraceñas, según explica Obregón, y agrega que también hay plantas medicinales y comestibles como tomillo, albahaca, orégano, apazote, llantén, entre otros.

A esa mezcla de plantas le llaman “cultivos asociados” para evitar plagas. El romero y la albahaca, por ejemplo, dice la ecóloga, funcionan como repelentes.
Esta mañana Obregón, quien sigue trabajando como consultora desde su casa y que por temporadas permanece más en su casa cuidando a sus hijas, preparó de desayuno huevos revueltos con tomate, romero y cilantro cortados en el huerto.

Miriam se ha hecho experta en cortar la dosis de hojas necesarias para hacer los huevos revueltos o las de la lechuga para las ensaladas, comenta la madre.
La ecóloga explica que lo primero para hacer un huerto es preparar la tierra. La tierra se puede abonar con cascarilla de arroz, lombriz humus, que descomponen los desechos orgánicos y ceniza. Una vez que se prepara se definen los bancos de tierra y se combinan las plantas.

LAS NIÑAS EN EL HUERTO

Vincular a las hijas, a Miriam y a Luz Celeste, de 4 años, fue otra idea de los esposos al hacer el huerto en la casa. Los fines de semana para las niñas era una especie de juego con los padres preparar la composta o fertilizante casero que el papá hacía con la basura orgánica.

Curiosas preguntaban por todo. “Se aprende más que en la escuela”, dice Fátima, orgullosa.

Miriam, que estudia cuarto grado, ha sido una alumna sobresaliente en los grados anteriores. Uno de sus pasatiempos favoritos es pintar campos verdes y cielos azules. Es amante de la naturaleza. Tras un año de este nuevo huerto, Miriam sabe muy bien cómo se hace un fertilizante orgánico, pero también sabe que el repollo se cosecha a los tres meses y la lechuga a los 45 días.

Uno de los aspectos clave del riego es el riego. Para no desperdiciar agua con manguera, Obregón explica que utilizan regadera y se riega dos veces en la mañana y en la tarde, aunque se puede regar solo en la noche. Se conserva más la humedad, explica la experta.

Además de los cuatro “bancos”, como le dicen a las secciones cercadas por tejas, tienen otro banco pequeño donde han plantado estevia, un edulcorante natural que casi no se cultiva en esta zona del país, pero que comienza a tener demanda en el mercado local.

El huerto, explica Obregón, “es un estilo de vida. Estamos anuentes para compartir con otras personas que quieran saber cómo hacerlo”, dice la ecóloga y cree que en los vientos que corren esta es una apuesta necesaria. Dentro y alrededor del pequeño huerto, que contribuye a mejorar la dieta de esta familia, hay frutales y flores. “Esto no es solo para alimentarse y curarse, sino también para sanar espiritualmente. Todo es importante”, dice la ecóloga.

Hojas de llantén que crecen en el huerto. LA PRENSA/ A. MORALES

UN HUERTO COMERCIAL TAMBIÉN ORGÁNICO

El cierre de espacios de investigación ha obligado a la ecóloga Fátima Obregón a permanecer más en su casa y a buscar otras alternativas saludables para sobrevivir. Junto con su esposo y con la colaboración de sus pequeñas hijas ha creado otro huerto de unos cuatrocientos metros donde cultivan cilantro y lechuga orgánica, que luego venden en negocios locales en Jinotepe. Fátima va dos veces por semana a cortar los manojos de ambas plantas y luego los distribuye en un puesto del mercado y un restaurante vegetariano malasio que está en Jinotepe.

La lechuga la vende a 10 córdobas y el manojo de cilantro a 5 córdobas. Los ingresos semanales pueden oscilar en los dos mil córdobas “para comprar los alimentos con proteína y otras cosas que el huerto no produce”, explica. En estos momentos, su esposo, Guillermo Largaespada, agrónomo que había estado concentrado en el huerto, está trabajando para una organización. La idea de ambos profesionales en un futuro es ampliar la producción de estos productos orgánicos.

Del huerto salen los ingredientes naturales para las ensaladas y para aderezar las comidas. LA PRENSA/ A. MORALES

CONTACTO

Fátima Obregón está interesada en compartir la experiencia del huerto familiar. Para cualquier información pueden contactarla a este número celular: 87074964

 

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí