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El amante de la Luna

Dicen los que saben de la vida y obra de Rubén Darío que este usó en algún momento el sobrenombre de Endimión para firmar algunos de sus escritos.

Dicen los que saben de la vida y obra de Rubén Darío que este usó en algún momento el sobrenombre de Endimión para firmar algunos de sus escritos.

Lo que todos sabemos sin ser dariólogos, dariistas o darianos, solo simples y esporádicos lectores del gran poeta nicaragüense, es que Darío tenía un inmenso conocimiento de la mitología clásica. Y al parecer, en su también ilimitada imaginación se identificaba con algunos de los mitos y personajes mitológicos que tan bien conocía.

De manera que no debe haber sido por casualidad que Darío escogió el nombre de Endimión como uno de sus pseudónimos.

En la mitología griega Endimión es nieto de Eolo, patriarca del pueblo de los eolios. Cuando su país es invadido por los dorios Endimión se marcha a fundar una nueva ciudad llamada Élide.

Se dice que Endimión fue el precursor de las competencias olímpicas. Esto sucedió así: Endimión tenía cuatro hijos, Eurícide, Epeo, Etolo y Peón. Cada uno de ellos pretendía suceder a su padre en el trono de Élide y para dilucidar esa disputa Endimión los manda a Olimpia, para que hagan allí una carrera y que quien resulte vencedor sería su sucesor.

Epeo ganó la competencia pero los hermanos derrotados no se resignaron y continuaron luchando por el poder. Entonces Endimión, decepcionado por la actitud de sus hijos, se va a vivir como un humilde pastor en las faldas del monte Latmos.

Endimión acostumbra dormir desnudo, al aire libre y solo cuando hace mal tiempo se refugia en una cueva. En las noches de Luna Llena Endimión la contempla, fascinado, hasta quedarse dormido y sueña que hace el amor con ella.

Selene, la diosa de la Luna, viaja durante las noches por el cielo, conduciendo su carro de luz, mientras su hermano Helios (el Sol) descansa de su jornada diurna y antes de que su hermana Eos (la Aurora) se levante para ir a descorrer las cortinas que abren paso al día.

En uno de sus recorridos Selene ve a Endimión que duerme, desnudo, junto a la entrada de su cueva. Se enamora de él, quiere poseerlo y se acuesta suavemente a su lado. Desde entonces Selene baja cada mes a la Tierra para acostarse al lado de Endimión, al que acaricia mientras sueña.

Pero ocurre que en una ocasión Selene despierta a Endimión al besarle los labios. El pastor no puede ser más feliz al saber que su amor con la Luna no es un sueño, sino una realidad.

—Pídeme lo que quieras y te será concedido —dice Selene a Endimión—, y este, que solo desea ser amante de la Luna para siempre, le responde: —Lo único que quiero es vivir siempre joven, dormido en sueño perpetuo, pero con los ojos abiertos para contemplarte siempre en el esplendor de tu hermosura.

Selene no puede conceder la inmortalidad a nadie, pues a pesar de ser inmortal es una divinidad secundaria. Pero siendo hija de Zeus, Selene ruega a su poderoso padre que haga inmortal a Endimión y su petición le es concedida.

Desde entonces Endimión permanece dormido cerca de la entrada de su cueva en el monte Latmos, y cuando la Luna se pone llena él abre los ojos para contemplarla. Selene baja cada mes a la Tierra y se acuesta junto a su amado para hacer el amor con él y cuenta la leyenda que llegaron a tener cincuenta hijos.

El mitólogo francés Juan Humbert interpreta el mito de Endimión y Selene basado en el historiador latino de la antigüedad, Plinio el Viejo, quien explicó que Endimión era en realidad un sabio astrónomo que solía subir a la cumbre del monte Latmos para observar allí el movimiento de los astros y fue la primera persona que explicó las distintas fases de la Luna.

Acerca del mito de la inmortalidad de Endimión y su amor eterno a Selene, Humbert dice que su significado es que el genio y la ciencia (y la poesía) pueden hacer al hombre inmortal.

Quizás Rubén Darío tenía esa misma percepción y siendo consciente de su genialidad y la magia de la poesía, escogió el nombre de Endimión como seudónimo literario. Sería tal vez la misma razón por la cual Darío se identificó con Pegaso, el maravilloso caballo alado que le sirve a Zeus para llevar los rayos con los que manifiesta su poder, y fue puesto en el cielo como la constelación que tiene su mismo nombre: Pegaso.

Columna del día darianos Luna Olimpia Rubén Darío archivo

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