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La crisis actual y el debate de las ideas

Se ha repetido con insistencia que vivimos un momento de crisis mundial. El sentido principal de esa afirmación se desprende de los hechos de violencia que llenan de dolor e indignación la conciencia de la humanidad.

Se ha repetido con insistencia que vivimos un momento de crisis mundial. El sentido principal de esa afirmación se desprende de los hechos de violencia que llenan de dolor e indignación la conciencia de la humanidad.

Cierto es que la violencia está presente en diferentes formas: terrorismo; fanatismo; narcoactividad; corrupción; intolerancia; represión; violencia contra la mujer; tráfico de personas… y que tales expresiones de barbarie no pueden ni deben ser ignoradas, pues, por el contrario, deben motivar a todos a una actitud que conlleve a la defensa de valores y principios, tales como: derecho a la vida e integridad del ser humano; libertad; justicia; dignidad; educación; salud, entre otros.

Sin desatender en ningún momento esos hechos concretos, que exigen una atención inmediata y una respuesta radical, es necesario, además, tener presente otras situaciones como la existencia de causas profundas, internas al sistema, que están en la raíz de un proceso de desestructuración del mundo contemporáneo.

Cuando se dice que vivimos un momento de crisis mundial, de alguna manera se está planteando también que el mundo que se forjó con la Ilustración y el Racionalismo, ha entrado en crisis, no tanto porque los valores y principios que de él provienen se han devaluado, sino porque su aceptación de parte del sujeto individual y de la sociedad ha disminuido.

Junto a la consideración anterior, habría que señalar que el llamado neoliberalismo y la globalización y sus expresiones de capitalismo corporativo transnacional y capitalismo financiero especulativo, que pretenden ser, aunque no sea así, la continuidad política y económica de la Ilustración, ha entrado en crisis en tanto sistema absoluto que trata de ser; sin que, por otra parte, se haya llegado a proponer una alternativa en la que desemboque la nueva sociedad, el nuevo sistema económico y su relación con el sistema político, aunque en el debate contemporáneo, y frente a esa situación, hay indicios que permiten avizorar las opciones que pueden surgir en ese sentido.

La crisis, como nos hemos permitido señalar, además de la multiplicidad de conflictos en varias partes del mundo, y de la barbarie del terrorismo y otras formas de manifestación del fanatismo, es también la de la ruptura todavía no restaurada entre idea y realidad, teoría y práctica, pensamiento y acción, lo que hace imperativa una nueva propuesta filosófica y necesario un nuevo contrato social.

El momento que estamos viviendo que se caracteriza, como se ha dicho más que como cambios en el mundo como un cambio de mundo, exige una formulación ética, teórica y política que dé sentido y dirección a una nueva organización social, y favorezca la unidad y solidaridad en defensa de esos principios y valores.

La acumulación de poder, la concentración de intereses económicos, financieros y políticos, y la irrupción envolvente del totalitarismo de mercado, han puesto en crisis los paradigmas conceptuales y reales de la democracia moderna, vigentes desde el siglo XVIII hasta nuestros días.

La velocidad de los acontecimientos, que en cierto sentido responden a la velocidad de los cambios tecnológicos y de las relaciones de poder que de ellos derivan, pone en evidencia las correspondientes velocidades con que avanzan la acción y el pensamiento y la necesidad de revisar las categorías conceptuales de la política, con frecuencia insuficientes para explicar y dar respuestas a los vertiginosos y a veces brutales hechos del presente.

En la historia del género humano las ideas y los hechos han interactuado dialécticamente. En algunos momentos pareciera que los hechos son la confirmación de las ideas. Podría decirse, por ejemplo, que la Revolución Francesa fue el hecho político que hizo realidad las ideas de razón y libertad de la filosofía de la Ilustración.

Pero igualmente podría afirmarse que la revolución política fue consecuencia de los cambios materiales de la revolución industrial, los que operados en la base económica, primero, se proyectarían en el plano político, después, al situar en la estructura de poder del Estado, a la clase social que era ya la clase dominante en el ámbito económico.

La verdad es que las tres grandes revoluciones europeas constituyen lo que me atrevería llamar una unidad histórica. La revolución industrial; la revolución filosófica y la aparición de la ciencia experimental (el racionalismo y el empirismo); y la revolución política, (la Ilustración y las revoluciones europeas), forman un tejido dialéctico, en el que entre las ideas y los hechos hay una interacción en la que cada uno de ellos, pensamiento y acción, es a la vez causa y efecto del otro. Así se forma la era moderna, al sedimentarse una situación de relativa coherencia entre idea y realidad, teoría y práctica.

En el momento actual, la fractura de fondo que disgrega en forma altamente peligrosa la estructura moral de nuestro tiempo, se da entre acción y razón, conducta y ética.

Los hechos no responden a la razón ni a la ética y no existe todavía una nueva propuesta conceptual y moral, los medios se han transformado en fines y actúan en forma arbitraria sin un principio ordenador.

La ética y la filosofía están desplazadas en una situación en la que el poder y la tecnología, actúan por sí y ante sí, sin ningún referente, principio o finalidad moral.

En ese contexto, caracterizado, en términos generales, por una fusión (Estado y mercado), y por una ruptura (razón y acción), que ha conducido al naufragio de los valores, debe analizarse la crisis de la democracia y la política y buscar una racionalidad y una ética que fortalezcan su naturaleza y ejercicio.

La reivindicación del Estado como instrumento de concertación, integración y regulación social, debe provenir de un acto consciente y de un acuerdo de voluntades nacional, regional y mundial, capaz de construir un nuevo contrato social.

Igualmente es necesario todo aquello que conduzca al fortalecimiento de la libertad y dignidad del ser humano, a la reafirmación de la sociedad civil y la participación de la ciudadanía, y al reconocimiento y desarrollo pleno de derechos como los de integridad, libertad y dignidad del ser humano; igualdad de género; protección de la niñez y adolescencia; defensa del medioambiente, lo que conlleva la limitación de aquellas acciones que afectan la condición ecológica y el ecosistema.

Se trata del desarrollo de un pensamiento, que a la vez que reafirma los valores existentes, sea capaz de proponer la incorporación de nuevos valores, en la teoría y en la práctica, adecuando el marco conceptual y la estructura política, económica y social, a los hechos que conforman las realidades del mundo contemporáneo.

Un contrato social planetario a nivel de Naciones Unidas, que prefigure lo que podría ser la nueva sociedad, es imprescindible para desarrollar la idea y la práctica, que reafirme a la persona humana, como sujeto y destinatario de todo proceso histórico, como fin y no como medio del desarrollo de la humanidad.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día crisis debate filosofía Opinion archivo

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