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Rosa Argentina Reyes Matamoros, propietaria de la única casa que queda en el costado este de la catedral vieja de Managua

La vecina de un barrio en peligro de extinción

“Ellos decían que por qué mi casa no”, dice Rosa Argentina sobre el cuestionamiento de los vecinos que ignoran que ella fue a juicio para defender su propiedad, que mide “33 por 33” varas.

Apartada de las otras casas. Las paredes y el portón apenas se distinguen. Se pierden entre la cantidad de árboles que rodean las paredes de bloques que se levantaron hace más de veinte años. Parece un pequeño oasis en medio de un predio enorme por el que pasa maquinaria pesada —camiones, palas mecánicas, excavadoras— que borraron las huellas de las casas de dos manzanas del barrio Rubén Darío, en el costado noreste de la vieja catedral de Managua. Si no se pone atención la vivienda pasa por una extensión del parque El Vivero, que abrió hace un par de semanas la Alcaldía, frente a la prolongación del proyecto del malecón.

Las hojas del cerco de nim que rodea la propiedad de Rosa Argentina Reyes Matamoros están café del polvo que levantan los camiones de la Alcaldía y las dos empresas constructores que trasladan materiales para las obras que se hacen en el sector del malecón. Un vigilante del Goliat comenta que el nuevo proyecto estará listo para “el 19 de julio”.

Mientras que en este predio que está en el costado este de la vieja catedral, donde la única casa que está es la de Rosa Argentina, hay por lo menos dos versiones: una, que será un parqueo, y la otra, que se construirá un hotel.
En cualquiera de las dos opciones, de las que no está enterada la única vecina, espera que respeten su salida.
“¿Qué le han dicho?” Es una pregunta habitual que le hacen a Rosa Argentina.

Ella pone un gesto de extrañeza, generalmente, y contesta. “Yo sigo en mi casa”. A veces, les contesta: “¿Qué me han dicho de qué?”

Ella sabe que los vecinos, la secretaria del partido de gobierno del barrio, y otros conocidos, le preguntan por si seguirá allí o saldrá ahora que los proyectos gubernamentales están más cerca. Rosa Argentina dice que ella “duerme tranquila” porque tiene sus papeles en regla. Dice que así lo demostró hace 16 años, cuando la Alcaldía que presidía Roberto Cedeño intentó sacarla de allí, pero entabló un juicio y después de seis meses, lo ganó.

LA PRENSA/ A. MORALES
INTENTOS DE DESALOJO

“Yo dije ‘esto quiero’. No me dieron eso, yo me quedé y me fui por la vía legal. Si yo perdía el juicio, que me metieran la pala y me sacaran, dije. Pero lo gané y el doctor Alemán respetó”, dice Rosa Argentina. Aunque en el escrito legal que ella muestra aparece el nombre del exalcalde Roberto Cedeño, quien estuvo al frente de la comuna capitalina entre 1996 y 2000, ella se refiere a la “administración del doctor Arnoldo Alemán”.

En esa ocasión, recuerda, que el resto de la gente que accedió a irse, fue indemnizada. “El doctor Alemán los indemnizó”, afirma. Fueron demolidas las casas y poco a poco el vecindario que había en ese sector se borró del mapa. Ahora no hay señales de que allí, en medio de esos escombros post terremoto de 1972, hubo casas.

La pala mecánica y la excavadora despejaron el sector, pero recuerda Rosa Argentina, que cierto tiempo aparecían familias nuevas con intenciones de apropiarse de esos predios, pero enseguida llegaban los antimotines a repeler cualquier intento de los precaristas.

Rosa Argentina, de 54 años, es estilista, y dice que llegó a vivir a este barrio cuando todavía era soltera.

“Ellos decían que por qué mi casa no”, dice Rosa Argentina sobre el cuestionamiento de los vecinos que ignoran que ella fue a juicio para defender su propiedad, que mide “33 por 33” varas.

La segunda vez que las autoridades volvieron a sacar gente masivamente del Rubén Darío fue hace casi dos años. Dice Rosa Argentina que llegaron con el cuento de que venía un ventarrón. “Supuestamente iba yo (desalojada). Cuando miré estaban todas las casas en el suelo”, afirma.

Esa vez llegaron vecinos a preguntarle si ya estaba censada. “Esta casa está censada hace más de veinte y pico de años”, contestó Rosa Argentina y explica que volvió a enseñar sus documentos legales, los vieron, dijeron que todo estaba en orden y se largaron. A ella la sorprendió lo rápido que fue la demolición. Cuando se asomó las casas ya estaban en el suelo. Muchas de esas familias fueron trasladadas a Ciudad Belén. “No sé dónde queda eso, pero muchos no están para nada contentos”. “Tenemos que madrugar. Llegamos solo a dormir”, le cuentan a Rosa Argentina sus antiguos vecinos. La mayoría de ellos se autoempleaban en el Mercado Oriental y desde el Rubén Darío estaban a un paso. Algunos quieren volver y le dicen a ella “ayúdenos para eso, como que soy tomatierra. No, esas tierras son del Gobierno, les digo yo”.

Aunque la casa más próxima está a unos 100 o 150 metros, Rosa Argentina dice que vive tranquila. “Lo bueno que hicieron fue sacar un poco de ladrones. A mí nunca se me metieron, pero se miraban las carreras para acá. No podía venir un turista a la catedral porque si le miraban sus lentes, se lo llevaban”, explica y aclara que ella nunca tuvo problemas de seguridad con sus vecinos y que siempre vivió tranquila.

Ahora, cuando sale a hacer sus gestiones y mandados se siente más segura porque en la zona hay vigilantes.
A veces con el trajín de las nuevas obras ocurren algunos percances. Una vez se quedó sin agua porque reventaron una tubería, pero casi al instante la arreglaron. Otra vez se quedó un rato sin energía, pero al poco rato también resolvieron.

Le asombra ver lo rápido que construyen las obras. “Ese parque lo hicieron en dos meses”, dice sobre El Vivero, que está detrás de su casa.

En este momento tiene problemas con Unión Fenosa. Su medidor está a más de 100 metros, en uno de los postes al pie de la casa más próxima del vecindario. Y pese al movimiento de tierra, de materiales y postes, Rosa Argentina dice que por ahí no se ha aparecido ningún funcionario de la Alcaldía o del Gobierno para hablar con ella. Cuando eso suceda, ella mostrará sus papeles.

A OTRO BARRIO SÍ

La vecina del nuevo parque El Vivero, Rosa Argentina Rayo Matamoros, quien vive con su esposo desde hace más de veinte años en el costado este de la vieja catedral, dice que no se iría a vivir a uno de las ciudadelas fundadas por el Gobierno fuera de Managua.

“A un barrio sí”, con una casa del tamaño similar a la que ella y su marido han construido sí lo haría. A pesar de que en ese predio se prevé construir algún proyecto, un parqueo, ella asegura que nadie le ha planteado salir de la propiedad, que habita desde hace 29 años.

Reportajes barrio Rubén Darío Managua archivo

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