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Obras no palabras

Hay un dicho que dice: “Hay que dar crédito a las obras no a las palabras” y la verdad es que tiene mucha razón

Hay un dicho que dice: “Hay que dar crédito a las obras no a las palabras” y la verdad es que tiene mucha razón. Este mundo nuestro está lleno de palabras en las que ya mucha gente no cree. Nosotros mismos queremos ver las obras que son las únicas palabras bien dichas.

Tengo presente que la cédula de identidad de ser cristiano es: “En esto conocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros” (Jn. 13,35). Pero no debemos caer en la tentación de convertir el amor en una palabra vacía y sin sentido por muy bella que sea.

Las palabras, por sí solas, no tienen valor alguno y el amor es una joya demasiado valiosa para reducirlo solo a palabras. Es cierto que hoy cada vez se cree menos en la palabra. Hay demasiadas palabras y pocas realidades.

Las palabras de los políticos cada vez se creen menos. El pueblo se ha dado cuenta que una cosa es lo que se dice antes de alcanzar el poder y otra lo que se hace una vez llegado a él.

Los padres desconfían de la palabra de sus hijos; saben que en sus palabras se encierran muchas falsedades y mentiras. Los esposos cada vez se creen menos y hasta se hablan menos. Están cansados de palabras inútiles y vacías. Los sacerdotes hablamos demasiado y muchas veces nuestros hechos no apoyan lo que decimos.

Y se escucha, se pide, se reclama la necesidad de mirar más a los hechos, a las realidades más que a las palabras. Las palabras están en un constante proceso de devaluación. Los hechos son los que cada vez más se revalúan.

El amor, no es cuestión de palabras ni de discursos. El amor es una actitud permanente ante la vida; por eso nos dice Jesús: “El que me ama, guardará mi palabra… El que no me ama, no guarda mis palabras” (Jn. 14,23-24). Con razón nos decía Jesús: “Por los frutos les conocerán” (Mt. 7,16). Jesús, al decirnos esto, lo decía con toda su fuerza moral. Su amor no fue palabra vacía: “Si no creen en mí, crean en mis obras” (Jn. 10,38). “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn. 4,34). “Ámense los unos a los otros, como yo les he amado” (Jn. 13,34).

El amor que no se hace vida es un falso amor. El amor se conoce por los hechos: quien ama, lucha por obtener algo positivo pues ama y respeta; no manipula ni ultraja ni ofende ni arremete.

Quien ama es fiel, consecuente con el amor; se esfuerza por comprender; siembra justicia y se alegra en servir al otro; ama, perdona y se solidariza (Rom. 12,15); confía y se fía; siembra alegría y no llantos.

Quien ama, corrige y a la vez, acaricia; hace libres a los demás; busca la felicidad del otro y comparte su pan para que el otro también coma.

Porque aún hoy, como ayer, no hay otro modo de demostrar el amor que con los hechos, con las obras.

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