Se juntaron los sentimientos vivos en el concierto destinado a festejar la memoria de tres grandes del barroco alemán.
George Philipp Telemann, Johann Sebastián Bach y George Friedrich Handel, interpretados por una trinidad adecuada para el evento histórico musical constituida por la Camerata Bach, la orquesta Juvenil Rubén Darío y Schola Cantorum, dirigidos por Ramón Rodríguez, Cesar Bermúdez y Gregorio Fonseca.
La viveza sentimental despojada de toda pretensión técnica, ensimismada en complementos propios del barroco—los atuendos, la estética—puso en evidencia a la unidad.
Bach mismo, el gigante de la discreción, confesó cuanto trabajo se tomó para encontrar a Handel de quien era un gran admirador, los dos puestos en la Sala Mayor del Teatro Nacional Rubén Darío desde que alzó vuelo la Suite Burlesque de Telemann hasta que concluyó con la asistencia de pie en espiritual solidaridad ante “el evangelio de la paz” el Aleluya de Handel.
Se evidenciaron con el correr del tiempo la teoría y la práctica aliadas en la estimación que Bach tuvo para su compatriota, y la firmeza disciplinada que siempre sostuvo para escribir sobre sus partituras: A la gloria de Dios, Jesús ayúdame.
Nunca fue tan popular La Pasión según San Mateo de Bach, como el Mesías de Handel, uno de cuyos fragmentos bíblicos El Aleluya fue entonado por el coro y la orquesta.
El paisaje hay que verlo con los ojos pintados por el alma. Personalmente doy fe de haber llorado ante el estallido de la redención presintiendo el temperamento tumultuoso de Handel.
Antes de ponerse el coro en unísono hay una apacible siciliana para soprano con magníficas contra melodías de los violines.
Hasta los bajos daban la sensación de cantar. El triunfo del Salvador y luego el aleluya para ser cantado tantos siglos después. Estupenda arquitectura y demostración de la unción ecuménica.