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LAPRENSA/Thinkstock

Los encendedores Ronson

A los 22 años, completando sus estudios universitarios en León, el joven Blas Bermúdez de Masaya, se complicó la vida o hizo mal sus cálculos

A los 22 años, completando sus estudios universitarios en León, el joven Blas Bermúdez de Masaya, se complicó la vida o hizo mal sus cálculos, pues un día amaneció con dos novias, una en Managua y otra en León. La primera, de Managua era una relación que tenía algunos años y se puede decir que había cumplido su vida útil, como decimos cuando evaluamos los autos, la muchacha era encantadora, Ivonne Guerra, muy joven, una morena sonriente, delgada y bonita, pelo corto y de buena estatura, aún estudiante de secundaria. La otra novia, de León, la relación estaba empezando, pero en una edad difícil, ya mayores, de compromiso, cuando se piensa en cosas más serias, es decir, en el matrimonio. Esperanza Terán, alta, guapa, bien vestida, dos años menor que él, había dejado la secundaria y se dedicaba a ayudar a su padre ganadero, en los libros y apuntes y hasta de vez en cuando le hacía las veces de chofer.

La situación no fue fácil para Blas, estudiando para su doctoramiento, había conseguido un pegue en la Universidad, en las oficinas del Rector, una especie de Asistente y jalaba con Esperanza con horario de oficinista de gobierno las noches de lunes a viernes dejando el fin de semana escaso para viajar a ver a su familia en Managua y visitar a Ivonne, su otro romance. Así se las venía arreglando, más mal que bien pues poco a poco los amoríos se fueron complicando y tenía que hacer de tripas corazón como se dice, para resolver. Cuando iba al cine Salazar con Ivonne rogaba para que no los advirtiera alguien conocido de León y fuera con el cuento a alterarlo. Ivonne tenía pequeña vida social, era más dedicada a su entorno familiar y poco inclinada a los cuentos pueblerinos. En cambio la de León, Esperanza tenía vida social activa y aunque no era aficionada a los chismes de provincia, era muy notoria en sus actividades. Una muchacha conocida.

Cuando se acerca la época de Navidad de manera irremediable tenemos la costumbre, casi la obligación de regalar, en especial entre los novios. Para Navidad todos nos preocupamos por el regalo a la novia y viceversa. No se concibe un noviazgo, por muy pelados que sean, que no se den algo entre ellos para Navidad, el intercambio de regalos es un deber, un  compromiso y hasta una necesidad. Para muchos, una angustia. Al pobre Blas le tocó doble esa Navidad, pero su amigo Tito Gutiérrez, con experiencia, le dio la estupenda idea de que si compraba dos regalos iguales en alguna joyería le harían un descuento especial y así fue, se dirigió a la Joyería La Princesa de Ubaldo Ríos y su atractiva hija Palmira y escogió un prendedor de oro bonito y poco ostentoso, una flor de filigrana y logró el veinte por ciento de descuento porque compró dos unidades. De modo que salió contento de la joyería con sus dos problemas resueltos y hasta empacados en papel navideño. Sus dos pasiones quedaron satisfechas, cada una con su preciosa y delicada orquídea de oro. Ivonne la lució orgullosa en la cena familiar del 24 adonde la acompañó Blas a tomarse con ella y su familia una copa de champán. Por su parte Esperanza se estrenó la orquídea de oro en su elegante traje largo el 31 en León, en el Club Social del pueblo.

Mas no sabía Blas, ni sospechaba siquiera, que el destino le estaría jugando una broma similar, a manera de venganza silenciosa, las dos novias, sin hablarse, ni tener ninguna relación la una con la otra habían decidido, cada cual por su cuenta, que su regalo para el pícaro Blas sería un encendedor Ronson, pues él fumaba mucho entonces. Los encendedores Ronson que distribuía la Casa Morlock venían de diferentes tamaños y precios, el mejor y más caro era uno pesado y muy llamativo, que todo joven fumador apetecía poseer. Uno de esos modelos, tenía dos espacios o cuadritos en blanco enfrente, para labrar las iniciales del dueño, otro atractivo de mercadeo.

Ivonne, sencilla, no tuvo la ocurrencia de grabar las iniciales de Blas Bermúdez en el regalo, o quizás ni se lo advirtió la vendedora, se fue el encendedor en su estuche como se lo entregaron en la tienda, sólo tuvo que escribir una linda frase amorosa deseando felicidades a su novio. Mientras tanto, Esperanza, un poco más cerebral, pidió que le estamparan las letras al encendedor. Así recibió Blas, con separación de pocos días, o quizás de horas, dos paquetitos navideños con dos tarjetas de amor y cada una con el mismo regalo, una con sus iniciales y el otro en blanco. ¿Qué hacer? Fue su primera reacción, esto es el colmo, ¿con cuál encendedor me quedo? Pronto decidió guardar por unos días los dos valiosos e inestimables presentes, les explicó a ambas donantes que estaba muy agradecido por el Ronson pero que aún no había comprado gas para el mechero. Estaba dándole tiempo al tiempo para encontrar una solución. Le contó su tragedia a su amigo Eduardo Guerrero Rivas, de mucha experiencia, quien era novio de Mireya, hermanita mayor de Ivonne, cuya sugerencia  fue que debería vender uno de los dos encendedores y con el producto irse los dos al Casino Olímpico del malecón a celebrar. Una solución tan salvaje casi como una película de Tarantino.

Otro brother, Ricardo Amfoot, también experto en lances, pero más imaginativo, aunque no descartó la sugerencia de Guerrero de irse todos a divertir gratis, le ofreció al compungido Blas una solución ecléctica o ajustada, utilizar ambos encendedores  simultáneamente, el de Ivonne usarlo cuando estuviera en Managua y el de Esperanza, en León. Le pareció aceptable a Blas y así empezó las dos primeras semanas. Cuando venía en el tren, al llegar a La Paz Centro escondía el encendedor con iniciales y sacaba a lucir el otro. Lo mismo hacía en el viaje de vuelta, solo que a la inversa, cuando dejaba Nagarote guardaba el Ronson liso y lo sustituía  por el de las iniciales.

Pero es más fácil descubrir a un mentiroso que a un ladrón, el confiado Blas olvidó cambiar el chispero al llegar a Managua y siguió usando el de las iniciales. Pronto lo detectó Ivonne y le reclamó por esas iniciales que no estaban en el original. —Es que se las di a poner en El Cronómetro—, explicó nervioso el susodicho;  cuento que no se tragó Ivonne, al momento en que le incautaba el cuerpo del delito. —Te voy a buscar otro encendedor como  sustituto —le amenazó—, al menos para mientras —y lo guardó enseguida en su cartera.

Una vez más enredado en su propia madeja, Blas no encontró solución inmediata al nuevo problema y optó por dejar de encender sus cigarrillos con encendedores y desde entonces los prendió con fósforos Momotombo, aunque fueran de lamentable calidad.

Cultura Álvaro Porta Cuento encendedores archivo

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