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Gonzalo Cardenal M.

La mujer cristiana (II entrega)

La mujer cristiana es una mujer de fe.

En muchas partes, y Nicaragua es una de ellas, la mujer fue la gran guardadora y transmisora de la fe. Desde el principio fue así. En su segunda carta a Timoteo 1:5 dice San Pablo: “… evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti”.

Quizás son pocas las mujeres que valoran ese papel tan importante. El ser guardianes y transmisoras de la fe es algo tan grande que de una mujer así puede depender el que generaciones enteras sean o no evangelizadas. Las religiosas Teresianas tienen un eslogan muy acertado que dice: “Educar a un hombre es educar a la sociedad; educar a una mujer es educar a una familia”. Del mismo modo, de la fe de una mujer dependió un día la salvación del mundo entero, y durante un minuto Dios mismo estuvo en ascuas, esperando el “hágase en mí según su palabra” de María.

Pero a la fe está ligada también la fortaleza y la confianza. La mujer que confía y espera en su Señor “se viste de fuerza y dignidad y se ríe del día de mañana”, como la mujer de Proverbios 31. El “nada te turbe, nada te espante”, que repiten tanto algunas mujeres, está tomado de la carta de San Pedro 3. Este es un capítulo dedicado a las mujeres que les recomiendo a todas leer. En una época caracterizada por la mujer nerviosa, por la ansiedad y la angustia, por la Valium y el Librium, la mujer de fe está llena de paz y de alegría, y esto mismo es ya una manera de trasmitir fe, y de ser luz del mundo.

Amor y Servicio. La mujer cristiana es una mujer activa que expresa su amor, sirviendo a los demás. En la carta a Timoteo, San Pablo da una lista de las cosas que normalmente suponían hacer las mujeres de la comunidad, hasta el punto que si alguna no actuaba de esa manera, aunque su marido hubiera muerto no debía considerársele como verdadera viuda, sino como verdadera vaga. Dice San Pablo: “La que está entregada a los placeres, aunque viva, está muerta… que tenga el testimonio de sus buenas obras, haber educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos (es decir haber servido a los hermanos), socorrido a los atribulados, y haber ejercido toda clase de buenas obras”. Luego habla de otro tipo de viudas que “aprenden a ir de casa en casa; y no solo están ociosas, sino que se vuelven charlatanas y entrometidas, hablando de lo que no deben”.

“Espíritu Tranquilo”. La expresión está tomada de Pedro 3:3: “Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón y en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios”.

A los hombres de todas las edades les fascina este tipo de mujer. La mujer así irradia dignidad, madurez, sabiduría. Hay una cierta “majestad” en ella. San Pedro nos dice que esto es una joya imperecedera, y es cierto, porque es posiblemente el único atractivo en la mujer que no desaparece con la edad. Más bien parece acrecentarse. Cuando alguna vez decimos: “Que viejita más linda”, lo que estamos viendo, a pesar de las arrugas, suele ser “eso”. La majestad que irradia el espíritu tranquilo.

El autor es miembro del Consejo de Coordinadores de la Ciudad de Dios
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Opinión cristianismo archivo
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