14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
Tomasa Dominga junto a su familia. LA PRENSA/Uriel Molina.

Tomasa Dominga junto a su familia. LA PRENSA/Uriel Molina.

La prole de doña Tomasa

Doña Tomasa Dominga es madre de 13 hijos, abuela de un ejército de nietos que ni puede contar, y su tataranieta está embarazada de su sexta generación. Tiene 96 años y casi nada de memoria.

En 1919 aún no se había inventado la penicilina, la Primera Guerra Mundial recién concluía y Emiliano Chamorro era el presidente de Nicaragua. También en 1919 nació doña Tomasa Dominga Obando Corea. Fue un 3 de diciembre, en Chichigalpa, un pueblito azucarero de occidente que apenas se estrenaba como ciudad.

La muerte de su mamá y el rechazo de su padre, hicieron que desde niña saliera de aquel pueblo para irse a vivir a Granada, donde conoció a quien sería el único hombre en su vida, y con quien más tarde tendría 13 hijos.

Hoy, doña Tomasa tiene 96 años y el tiempo ha hecho lo que ha querido con su memoria: a duras penas recuerda los nombres de sus hijos y no sabe cuántos nietos, bisnietos y tataranietos tiene. Pasa mañanas y tardes en una silla con ruedas en el porche de su casa, construida con tablas, en Granada.

Su rostro parece sacado de un cuadro surrealista de Salvador Dalí. Los años lo han ido derritiendo y las arrugas han marcado el territorio que el tiempo les va cediendo. Cansada y encorvada, sentada en una silla, con lágrimas y algunas carcajadas recuerda lo agridulce de su vida.

Mientras los niños corren de un lado a otro, doña Tomasa trata de reconocerlos y ubicarlos en la generación a la que pertenecen. “Este es nieto”, dice cuando difícilmente logra identificar a uno. “Es grande la familia, ¿verdad?”, se jacta y ríe. Sí, es una familia grande, pero ello ha requerido mucho sacrificio en la vida de la ancianita.

Doña Tomasa es madre de 13 hijos y ya perdió la cuenta de cuántos nietos tiene. Uriel Molina/LAPRENSA
Doña Tomasa es madre de 13 hijos y ya perdió la cuenta de cuántos nietos tiene. LA PRENSA/Uriel Molina.
Florida descendencia

Doña Tomasa había sido criada por su mamá bajo la religión católica y se habría prometido a sí misma que tendría los hijos que Dios quisiera darle. “Antes no había como evitarlos. Tuve los hijos que Dios me dio”, dice. Y de los 13 solo uno nació en el hospital. Su primer hijo los tuvo a los 14 años. Su esposo, don Julio Reyes, tenía 25.

Dar a luz se había convertido en una rutina: la fuente se rompía, los dolores comenzaban y doña Tomasa trataba de calmarse solita. Tomaba agua de raíz de limón para que el dolor no fuera insoportable y aligerar el parto, pero cuando se acercaba el momento llamaba a una partera para que le ayudase a continuar. “Casi todos fueron en la casa. Cuando me veía bien mal me llevaban al hospital, y cuando no, una señora me veía en la casa”, cuenta.
´
En total fueron cinco mujeres y ocho varones, y de estos últimos han muerto dos. Algunos de sus hijos han seguido los pasos de su madre y se han convertido en padres y madres de 13 o 14 hijos. Actualmente, Hazel, una de sus tataranietas, está embarazada de la que sería la sexta generación de la descendencia de doña Tomasa. Según el sitio www.genealogía.com estos son conocidos como “chozno” o “trastataranieto”.

Para ella, sus hijos y su esposo la vida no fue fácil. Don Alejandro Reyes Obando, uno de los ocho varones que tuvo, recuerda que desde muy niño le tocó ir a trabajar con su papá al campo, y que muchas veces no tenían qué comer o con qué vestirse. “Se puede imaginar usted, cuando yo quería vestir a uno el otro estaba desnudo. Así me pasaba. Mi marido era pobre”, cuenta doña Tomasa.
A don Julio Reyes, su ya fallecido esposo, lo ponían a cuidar una cuadrilla de mozos. No sabía leer. “Y como no sabía leer en su brazo apuntaba con rayitas cuántas tareas hacía cada peón. Y así ganaba”, dice la ancianita. Y a como recuerda don Alejandro, una vez que crecieron ellos también buscaron cómo trabajar.

Es originaria de Chichigalpa. Doña Tomasa trabajó vendiendo en el mercado desde muy niña, pues su mamá era pobre y su papà nunca la reconoció.
Es originaria de Chichigalpa. Doña Tomasa trabajó vendiendo en el mercado desde muy niña, pues su mamá era pobre y su papà nunca la reconoció. Uriel Molina/LA PRENSA
“Lo perdonaba porque estaba casada”

Don Julio era bajo, blanco, rubio y 11 años mayor que doña Tomasa. Ambos se conocieron cuando ella tuvo que irse a vivir con su madrina a Granada porque su mamá había fallecido. Según recuerda, habrá tenido unos once años en ese entonces. “Como me quedé solita me llevaron donde la familia de él y ahí me gustó el ambiente: horneaban, hacían nacatamales, mataban chanchos, hacían fiesta. Él era músico: tocaba la guitarra y la bandolina. Me gustó y me quedé ahí donde mi madrina, ahí vivía él”, relata.

Se enamoraron y tuvieron cuatro hijos juntos antes de casarse en el hospital. Él tenía pulmonía y estaba grave; a ella le dijeron que si quería verlo morir debía casarse con él. Y así lo hicieron. Primero llevaron a un abogado para hacerlo civil y luego a un sacerdote para hacerlo por la Iglesia.

Y aunque la muerte fue lo único que los separó, doña Tomasa no fue precisamente feliz. “Él era bueno conmigo, pero picado no. Tenía mal guaro. Lo perdonaba porque era casada”, se lamenta. Y ella misma se pone como ejemplo ante sus hijas: “Yo le aguanté a tu papá apaleadas, arrastradas y de todo, pero nunca se la pegué”, les dice. Aunque ella dice que era “fea” sí tuvo enamorados, pero cada que uno aparecía, aunque no le hiciera caso, ya sabía que su esposo la enfrentaría con reclamos y golpes.

Don Diego Manuel Reyes también recuerda a su papá golpeando a su mamá. “Cuando andaba ya ebrio le pegaba. Yo lo vi. Ella se iba para otras casas. Una vez se fue para Managua y otro día donde una vecina. Era difícil porque nosotros no podíamos hacer nada. Si nos metíamos nosotros también… Era horrible”, describe Reyes.

“Cuando yo estaba de doce años ella nos daba de comer a todos. Echaba tortillas, güirilas, nos hacía pinol, y nos alimentó bien, por eso hemos aguantado. Fue trabajadora, recogía tamarindo, hacía escobas. Nos castigaba, igual que mi padre, porque teníamos que caminar recto. Así eran los dos ellos”, recuerda don Alejandro Reyes, quien no sabe con exactitud su edad, porque doña Tomasa perdió la cuenta, pero dice que tiene “aproximadamente” 66 años.

Padece de artritis y le cuesta mucho caminar, por eso pasa la mayoría del tiempo en silla de ruedas. Uriel Molina/LA PRENSA
Padece de artritis y le cuesta mucho caminar, por eso pasa la mayoría del tiempo en silla de ruedas. Uriel Molina/LA PRENSA.
Niña trabajadora

Flora Obando tuvo tres hijas. La menor de ellas era doña Tomasa Dominga. Su papá se llamaba Tomás, y la hermana de este Dominga: de ahí deriva su nombre, aunque su papá nunca la reconoció. Era dueño de fincas y estaba casado.
Doña Flora tuvo que jugárselas para mantener a sus hijas. Se levantaba desde muy temprano para irse a vender al mercado. “Mi madrecita era sola. Hacía atolillo, nacatamales, horneaba, iba a vender al mercado y así nos daba de comer”, recuerda doña Tomasa.

Sus otras dos hermanas también lo hacían mientras ella se quedaba sola en casa, pero cuando ya tuvo edad su mamá también tuvo que contribuir para llevar dinero a su casa. “Yo echaba tortillas y mi mamá me mandaba a vender. Me iba al mercado y cuando veía gente que iba con su plato corría donde ellos para que me compraran tortilla. Y así las vendía. Ya cuando llegaba a la casa solo llevaba los reales”, cuenta.

Cuando iba a la escuela se alegraba porque podía usar zapatos y calcetines. Sin embargo, cuando tenía ocho años e iba para segundo grado su mamá falleció. Durante un tiempo se quedó con sus hermanas en Chichigalpa, pero más tarde se fue a vivir a Granada, donde su madrina. Aunque abandonó los estudios cuando apenas empezaba la primaria dice que nadie la engaña, que a como sea ella cuenta.

Todos los días doña Tomasa reza el rosario. “Así me enseñó mi madre. Me llevaba a la iglesia en Semana Santa y ahí pasábamos el día. Nos íbamos a comer y luego de regreso a la iglesia. Ahora estoy esperando el día que me manden a mi madrecita santa”, confiesa.

En las noches se encomienda a la Virgen de Lourdes, patrona de los enfermos, para que se apiade de ella, pues ya casi no puede caminar, padece de artritis, gastritis, no escucha bien y no puede ver con un ojo. “A veces le digo al Señor que no me deje morir”.

Dice que agradece a Dios porque le dio una vida “no muy mala”, aunque asegura que también han sido 96 años de sufrimiento. Cuando se va a acostar lo hace pensando en que ya se entregó al Señor. Y luego de que uno de sus nietos llega, pidiéndole su bendición y que lo persigne, se pone su rosario y empieza a repetir la oración del viacrucis: “Por tus sangrientos pasos, Señor, seguirte quiero, y si contigo muero, dichosa moriré. Piedad, perdón, te pido. Pequé, mi Dios, pequé”, reza, hasta que se queda dormida.

La Prensa Domingo dia de la madre Granada Tomasa Obando archivo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí