Que Donald Trump ocupe en pocos meses la Casa Blanca protagonizando un reality show de riesgo mundial, por al menos cuatro temporadas, ha dejado de ser una lejana posibilidad. Conocida su historia, temperamento y limitaciones ¿quiénes crearon el vacío que cómodamente llena?
Los jerarcas republicanos —uno a uno— se rinden a sus pies. Advierten que liderará el partido y deben cerrar filas contra Hillary Clinton, aunque todo apunta a acuerdos de cúpulas y disimular responsabilidades. A continuación, sin ser exhaustivo, algunos de los factores que llevaron a este personaje al estrellato político.
Es innegable que luego de los ataques terroristas del 2001, alarma generalizada, guerras, crisis económica del 2008 —que no terminan— facilitaron que la inseguridad, frustración e ira, añadidas la falta de conocimiento sobre el mundo, más la avalancha de desinformación, hicieran de los estadounidenses presas fáciles de populismo y manipulación.
Este fenómeno, que ahora muerde, mostró sus dientes en la elección de Barack Obama en 2008, presentado como candidato sin compromisos con las élites, promesas a la carta y demás. Hoy, la diferencia es que Trump energiza al lado contrario, verbalizando su versión del Mein Kampf (Mi lucha) de Adolfo Hitler, demostrando que racismo y discriminación están vivos y votan. Al electorado, como solitaria niñez, le basta que reconozcan sus miedos y tomen sus manos en la oscuridad.
Concuerdo con quienes señalan a medios de comunicación como principal vehículo propagandístico. Una responsabilidad compartida entre tendencias liberal y conservadora. Por razones opuestas, se convirtieron en oficiosos publicistas, contribuyendo a exacerbar los ánimos. Unos quizás pensaban que exhibiéndolo ayudaban a candidatos republicanos de su preferencia, y otros creyendo estimular las inclinaciones de independientes y moderados hacia Hilary Clinton. El tiro les salió por la culata. Trump está en la cima, la credibilidad de Clinton en apuros y Bernie Sanders zarandea el sistema.
Otro factor ha sido la campaña permanente de los republicanos contra Obama, desde 2008 a la fecha. Discurso repetitivo, resentido, sin propuestas, retórica contra inmigrantes, oposición a la reforma de salud (más de 50 intentos para revocarla), provocando la decepción de la militancia hacia su liderazgo partidario, que al final ha quedado como ineficiente, llantos de John Boehner incluidos.
La globalización comercial no parece haber dado los mejores resultados para Estados Unidos, medidos por el traslado de empresas al exterior en busca de mano de obra y costos de producción baratos, generando desempleo y descontento. El Center of Research on Globalization, en California, estima que por estas razones 14 millones de ciudadanos están hoy en riesgo de perder sus empleos. Desde 1990, mientras las corporaciones aumentaban ganancias, decenas de millones quedaron sin trabajo.
La inmigración ilegal provoca rechazo, a pesar que Obama ha deportado a más de 2.5 millones de personas, la mitad con antecedentes penales. Las seis iniciativas migratorias desde 1986 no la han detenido, pasando de 3.5 millones en 1990 a aproximadamente 11.3 millones en 2014, según el Pew Research Center.
Obama, capaz de autorizar el asalto al reducto de Osama Bin Laden, ataques selectivos con drones y espeluznantes bombardeos, en política internacional vino a menos en su último período. En tiempos de incertidumbre, la diplomacia privada se percibe como debilidad y no se reconoce el control de la escalada militar.
La cena anual de la Casa Blanca a periodistas, cargadas de humor irreverente, con políticos, intelectuales y artistas invitados, son memorables. En 2011, sabiendo Obama que Trump estaba presente, lo ridiculizó a más no poder animado por risas y aplausos de la audiencia, en transmisión televisiva directa y redes sociales. Creo que esa noche “el Donald” definió su ruta.
El autor es periodista, con posgrado en Mercadeo y Publicidad.
