El magistrado orteguista de la Corte Suprema de Justicia, Francisco Rosales, arremetió con virulencia verbal contra los obispos de la Iglesia católica, en particular contra monseñor Silvio Báez, porque se pronunciaron mediante un comunicado sobre un tema crucial de interés nacional: el descarte de la observación internacional en las próximas elecciones y la exclusión de la participación en ellas de la principal fuerza opositora del país.
Hablando en representación de la Corte y, por ende, del régimen orteguista, el magistrado Rosales atacó a los obispos porque según él se meten en política y hablan de democracia, a lo que —dijo—, no tienen derecho porque la Iglesia católica “es lo más antidemocrático en el mundo”.
No tolera el totalitarismo, que los obispos cumplan su deber pastoral cristiano de “velar por lo que es justo”, ejercer el “ministerio de la reconciliación” y “ofrecer como pastores de la Iglesia una palabra de luz y esperanza en el complejo momento que vivimos…” Esto aparte de su legítimo derecho constitucional de pronunciarse, ya sea de manera personal cada uno de ellos o colegiadamente como Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), sobre los problemas de interés público.
Es precisamente en cumplimiento de su misión pastoral, que los obispos, ante la decisión del régimen de Daniel Ortega de no permitir que la principal fuerza de oposición del país pueda participar en las elecciones nacionales del próximo 6 de noviembre, han advertido que “todo intento por crear condiciones para la implantación de un régimen de partido único en donde desaparezca la pluralidad ideológica y de partidos políticos es nocivo para el país, desde el punto de vista social, económico y político”.
Y preocupados por el mantenimiento de la paz social han llamado la atención a que “es posible vivir en armonía y tolerancia aún en medio de una sana diversidad social y política que enriquezca en todos los ámbitos a la nación”.
Esta no es la primera vez que la Iglesia católica sufre el ataque del poder autoritario. Durante la revolución sandinista los obispos sufrieron incluso la represión física y después han sido hostilizados de distintas maneras, porque no permanecen como “perros mudos” (según la expresión bíblica) sino que cumplen su misión de “velar por lo que es justo” y ofrecer “una palabra de luz y esperanza”.
Qué bueno sería, para todos los nicaragüenses, que los líderes del Gobierno y sus agentes en los poderes del Estado atendieran la palabra de los obispos. Si la hubieran atendido en los años ochenta mucho daño material y sufrimiento humano se hubiera evitado. Y de igual modo ahora se podrían evitar nuevos sacrificios innecesarios, si los gobernantes bajaran de la altura de su arrogancia y escucharan las recomendaciones de los obispos, para que en Nicaragua se pueda “vivir en armonía y tolerancia”, “en medio de una sana diversidad social y política que enriquezca en todos los ámbitos de la nación”.
Pero los obispos, como cristianos que son están acostumbrados a esos desvaríos del poder. No van por ello a renunciar a su misión pastoral de proclamar la verdad.