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Los mesías políticos

En el pueblo de Israel siempre ha habido hambre de un mesías que fuera capaz de sembrar la justicia y la libertad.

En el pueblo de Israel siempre ha habido hambre de un mesías que fuera capaz de sembrar la justicia y la libertad.

En el tiempo de los jueces (s. XII a.C.) el pueblo pidió a Samuel un rey que los salvara (1 Sam. 8,5).

En el tiempo de los reyes (s. XI a.C.) sobresalió un rey, David, que parecía que iba a ser su verdadero salvador; pero a su muerte los demás reyes llevaron al pueblo a la ruina y hasta la esclavitud de Babilonia.

Por eso, los profetas (s. IX a.C.) empezaron a hablarle al pueblo de un Cristo, un ungido, un mesías, capaz de reinar al estilo de David: “Saldrá un vástago de Jesé y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé… Juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra” (Is. 11,1-4).

En el tiempo de Jesús el hambre de un mesías había llegado a su apogeo: Eran demasiados los siglos viviendo bajo dominación extranjera. Eran demasiadas las injusticias y las opresiones político-religiosas. Vivían como extranjeros en su propio país. Por eso, al oír cómo hablaba Jesús y ver cómo eran sus obras, el pueblo sencillo y oprimido empieza a soñar que él iba a ser el mesías-político en el que siempre soñaron. Asimismo lo creían también los discípulos de Jesús y, por ello, luchaban entre sí para ver quiénes iban a ser los primeros en su reino.

En estas circunstancias Jesús quiere dejar bien claro quién es él y cuál es su misión. Él sabía bien quién era; como sabía también que sus propios discípulos se habían formado una falsa idea de él.

Por eso: Jesús dice a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lc. 9,18). Y ellos respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta” (Lc. 9,19). Pero inmediatamente Jesús les hace la pregunta que más le interesa: “Y ustedes, ¿quién decís que soy yo” (Lc. 9,20).

Pedro, como siempre, salta el primero y le dice a Jesús: “Tú eres el Cristo de Dios” (Lc. 9,20). Pedro respondió bien, pero mal: respondió bien porque, Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 17,17). Respondió mal porque su idea sobre el mesías era la misma del pueblo y de los demás discípulos: esperaban un mesías-político. Por eso, Jesús, dice San Lucas, que “les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie” (Lc. 9,21).

Jesús no quiere que falsifiquen su identidad. Él sabe muy bien que es el mesías, el ungido de Dios, el Cristo; pero no es un político que tiene como sueño llegar al poder y, por tanto, no alimenta falsas esperanzas.

Llegará el momento de la resurrección y de la venida del Espíritu Santo y entonces sus discípulos lo comprenderán todo, como el mismo Jesús les dijo en la última cena: “El consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn. 14,26).

Los mesías-políticos suelen presentarse ante el pueblo con orgullo, buscándose a sí mismos y echándose todo el incienso que pueden; Jesús, sin embargo, es el humilde por excelencia; por eso pudo decir con toda autoridad: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29).

Los mesías-políticos suelen presentarse como los únicos; Jesús es uno más entre nosotros: “Siendo de condición divina no codició ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo” (Filip. 2,6-7).

Los mesías-políticos anulan a los pueblos humillándolos; Jesús ha venido a salvarlos: “El que crea, se salvará” (Mc. 16,16).

Los mesías-políticos solo piensan en ganar, en llegar al poder sea como sea; Jesús, sin embargo, es el mesías de Dios, nunca buscó poderes; lo llevaron a una cruz por su amor verdadero al pueblo y por dar su vida por el pueblo.

Religión y Fe

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