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Joaquín Absalón Pastora

El partido único

Siempre está encendido el faro de la reflexión, pero de su luz no se aprende. La evade el temperamento errátil. La obstaculiza el individualismo. “La historia es la maestra de la vida” puesta por Heródoto en el trono de la cátedra universal. Sobre él poco o nada han aprendido tantas generaciones en las reacciones paralelas del pensamiento y la acción.

Pongo los pies en la patria. Desde que los próceres levantaron las manos para visibilizar la independencia de Nicaragua, la posteridad política ha sido incapaz de saberla conducir, de echarle una mirada a los párrafos ensangrentados de su historia. La apatía prevalece hasta nuestros días con una culpabilidad que pringa a la nación. La nación somos todos. No es el partido único concentrado en la soledad nubosa del criterio no compartido.

Vuelvo después de la introducción acaso mojada por las lágrimas de la crisis civil, por la ausencia sospechada de la pluralidad, al presente de la campaña electoral en que la ciudadanía tiene el derecho de elegir a sus autoridades superiores con la lucidez del discernimiento en la búsqueda espontánea de conseguir lo mejor según su criterio para el porvenir de la nación, razón por la cual le corresponde escoger las opciones más convenientes. Es por ello que los obispos consideran nocivo al partido único aún cuando esté rodeado, adornado diría de satélites figurativos. Se pretende volver a la involución con las mismas tácticas de imitar a otros sistemas de comprobación fracasada donde el estado se confunde con los símbolos de la afiliación oficialista no ofreciendo la fusión ninguna distinción entre lo que es gobierno y es partido. Un solo ejemplo podría convertirse en síntoma de lo que podría pasar: Daniel Ortega, presidente y candidato define con una estirada de voz la ausencia de observadores internacionales con motivo de las actuales elecciones. No afirmo que será real el partido único como el que se estila en países como Corea del Norte o en Cuba. Darlo como un hecho tendría el efecto de una especulación. Con todo y con que el pasado el propio Daniel ha manifestado su simpatía por el Partido único, porque el pluralismo es factor de división. La deducción ha mostrado con trágica crudeza que esa tesis ha sido severamente cuestionada por la realidad con sede en países con habitantes que han sido víctimas de la imposición condenados al éxodo o al sufrimiento dolorosamente resignado en sus tierras.

Una vez más se está haciendo “caso omiso” de las enseñanzas de la maestra de la historia, uno de cuyos artífices en el vasto campo del diálogo dentro de los seres humanos en cualquiera de sus valores es Heródoto. Antes de que se produjera la crisis —las Litis entre las facciones del Partido Liberal Independiente (PLI)— al que yo pertenezco hace más de medio siglo, las partes querellantes se resistieron a concretar un arreglo interno. El doctor Pedro Reyes Vallejos afirmó que fueron varios los intentos de dirimir el drama con recetas más de forma que de fondo. Recuerdo que Eduardo Montealegre se refería a unos payasos en el circo cuando se le tocaba el tema. Sigo creyendo aunque el escepticismo me adjudique dosis de ingenuidad que todavía es tiempo de que la mesa se nutra de reflexión, de los valores de la unidad para evitar la posibilidad de que haya un partido único.

El autor es periodista.

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