Mostró la guitarra su silueta para tentar al amor, pasiva y activa, en el encuentro internacional que tuvo su sede principal en el Teatro Nacional Rubén Darío, en homenaje al nicaragüense Armando Morales.
Más pasiva que activa en el Concierto de Aranjuez con más de adagio, más escueta y fresca en la obra de Joaquín Rodrigo para quien va una salutación.
El recitador de sus cuerdas Isaac Bustos, nicaragüense de origen radicado en Estados Unidos, en plan de lacrimoso concertino, tenía a una novia en sus manos, solista acompañado por la belleza del lirismo en la exquisita particularidad de una arquitectura diseñada por la emoción más pura, por la impecabilidad digital.
El solista dejó a la soledad para vestirse con las prendas de la densidad plural de la orquesta, y más en la distancia de los tiempos y de la geografía al estar acompañado espiritualmente por las imágenes influyentes de Debussy y Ravel, a quienes Rodrigo profesó admiración desde que niño, la luz lo despojó de la solera de sus ojos.
No obstante las sombras del cautiverio fueron superadas para ser el patriarca de la música de Valencia cuyos albores fueron precisamente iluminados por el Concierto de Aranjuez con raíces bien talladas en la profundidad para ser motivo de creación y recreación en una Europa leal a los preceptos del encanto que él supo imprimir poeta lloroso del destino, filósofo con fibra para la serenidad.
El programa incluyó las piezas más clásicas de Rodrigo dentro de las cuales se contó la Fantasía para un genial hombre, el Concierto Andaluz protagonizado por un cuarteto virtuoso de guitarras, el broche inclusivo que tuvo como invitados a la Camerata Bach, la Orquesta Sinfónica Rubén Darío y otros artistas de relevancia internacional bajó la dirección del maestro César Bermúdez.