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Fernando Bárcenas

Si Dios quiere habrá elecciones

En estos días, Ortega eliminó de la contienda electoral la única coalición opositora que, pese a una crisis severa de credibilidad popular, se mantenía políticamente independiente respecto al orteguismo. Ocupó, además, las estructuras electorales que por ley le pertenecen al Partido Liberal Independiente (PLI) opositor. Expulsó del país a tres funcionarios de Estado Unidos (dos de ellos tenían varios años de arribar aquí a solicitud de los empresarios locales, para agilizar los procedimientos de verificación de los productos exportables a esa nación). Desató una persecución ilegal contra extranjeros que vienen a realizar cualquier tipo de estudio o a impartir talleres ecológicos a campesinos (por lo que las delegaciones diplomáticas pusieron en marcha la Convención de Viena, para asistir legalmente a sus ciudadanos objeto de represión policial ilegal). En adición, el proceso electoral se realiza sottovoce, en una clara intención de fomentar —como política de Estado— la total apatía ciudadana al respecto.

Estas políticas gubernamentales provocativas de las últimas semanas —con las que Ortega innecesariamente se abre espacio a codazos— tienen confusos a sus seguidores, que pensaban que eran más fuertes que nunca y que podían vencer con elegancia las elecciones.

Incluso los voceros y dirigentes del Cosep, que intentaron moderar las posiciones de Ortega bajo el esquema del cogobierno corporativo, fueron reconvenidos públicamente que no intervinieran en las decisiones políticas, ya que debían limitarse a gestiones de índole económica. Y no fueron recibidos en audiencia privada. De manera, que la alianza no es de carácter estratégico, sino, de oportunidad. Fue un balde de agua fría, que debería despertar al gran capital para comprobar que el poder absoluto (objetivo de Ortega) conduce al medioevo precapitalista, no al neoliberalismo. Ortega, con su pragmatismo corrupto, es más retrógrado que Pinochet.

Después de todo, Ortega es un voluntarioso, cuya experiencia le induce a pensar infantilmente que cualquier cambio político responde exclusivamente a decisiones subjetivas. Así conquista terrenos escabrosos, a empellones contra la realidad política.

Ortega cree que el respaldo que le atribuyen las encuestas, en lugar de servir para ganar limpiamente las elecciones de noviembre próximo, le permiten avanzar abruptamente hacia un régimen mesiánico de corte feudal, en el cual, su guía predestinada tendría origen divino, no electoral.

¿Qué ha ocurrido?

Ortega, con una política suicida de autoaislamiento, cortó el tallo y las raíces que podían nutrir de legalidad su régimen, y ahora cree que es más independiente como planta sintética.

La debilidad de la autocracia es su anacronismo: su falta de credibilidad y de ideología. Por ello, no conviene atraer demasiado la atención. Ortega se ha ensimismado en su personaje fantasmal, despreciando totalmente el mundo real, y piensa que como espanto puede adquirir mayor impunidad. Así, se ha trazado como política sacarle la lengua al mundo entero. En el metalenguaje esotérico del régimen, anuncia: “Verificación significa ya un paso irreversible. Si Dios quiere. Dios nos dé un poco de tranquilidad con la naturaleza, para que se puedan llevar a cabo estas elecciones”.

Usa un lenguaje conspirativo, de quien ejecuta un plan secreto con hitos y fechas preestablecidas para la activación de etapas sucesivas. En ese plan, la verificación cumplía dos propósitos.

Permitía comprobar el grado de apatía electoral conseguido en la población; y cuantificaba la influencia partidaria sobre la militancia obligada a favor de Ortega.

Del recuento de la verificación resulta que el 66 por ciento es apático o contrario a Ortega, y 33 por ciento es orteguista obediente. Consecuentemente, un proceso electoral limpio sería, estadísticamente, un riesgo para Ortega. En su plan conspirativo, entonces, interviene Dios. Las elecciones que Ortega deja marchitar, que languidecen sin sol ni agua, están en las manos de Dios.

Será él quien las suspenda, conforme al plan de Ortega: “Si Dios quiere habrá elecciones. Digo siempre: «Si Dios quiere», porque recordemos que el mundo está amenazado por los Fenómenos de la Naturaleza… ¡terremotos por todos lados! Aquí también hemos tenido terremotos”.

Al fin, cualquier desastre natural será la señal de Dios para suspender las elecciones. Y Dios —según Ortega— inspirará la prolongación del absolutismo por medios burocráticos más seguros. Ortega, prisionero de su retórica medieval, políticamente se suicida…

Parafraseando a Mario Benedetti, diríamos: un tirano no se redime suicidándose, pero, algo es algo.

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión #EleccionesNi2016 Daniel Ortega Nicaragua archivo

COMENTARIOS

  1. Pepe Turcon
    Hace 8 años

    Otro de los buenos Don Fernando, Siempre leo ávidamente sus escritos, tan al grano, puntuales y le prenden la luz al asunto.

    Solo anadiria el hecho de que gracias a Dios Ortega hace lo que hace porque esa semilla de la autodestrucción vale oro.

    Dejémoslo pues que siga aunque lamentando ya que cuando se va el nos vamos muchos sino casi todos. Que le vamos a hacer? Esta ultima es la pregunta que nos debemos hacer todos ya que nuestro esfuerzo es a evitar que esto se vuelva a repetir y el primer paso (así como con el alcoholico) es aceptar nuestra mas total y absoluta falta, somos TODOS un país disfuncional, fallido.

    Comencemos esa charla que ahi he la solución a los Somozas, Ortegas, etc,etc.

    Gracias

  2. Hace 8 años

    Yo pienso que el tirano lleva a Nicaragua al aislamiento del mundo igual que Cuba y Corea del Norte!!!

    1. Ojo al tiro
      Hace 8 años

      Calificada la Corea del Norte de Centro America ?

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