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La palabra

Querida Nicaragua: tengo la buena costumbre de leer y cuando leo me gusta anotar algunas frases y oraciones de gran significado en la vida diaria

Querida Nicaragua: tengo la buena costumbre de leer y cuando leo me gusta anotar algunas frases y oraciones de gran significado en la vida diaria. Por ejemplo esta: “No hay espejo que refleje mejor la vida de un hombre, que sus palabras”. Al hombre o a la mujer, naturalmente, se les conoce por lo que dicen; sus palabras son la imagen perfecta de su personalidad.

Horas y horas y horas hablaba Fidel Castro, discursos hasta de ocho y nueve horas seguidas martirizando al auditorio, monologando delirante odio contra el imperialismo, a don Fidel inmediatamente se le asocia con un charlatán, y en el contenido de sus peroratas se adivinaba que es un mentiroso, irrespetuoso de la vida de los demás, un perfecto demagogo. Y lo peor, hablaba de revolución y liberación, pero nunca dio libertad y fusilaba a quienes no pensaran como él.

Otro que hablaba y hablaba incansablemente era el fallecido expresidente Chávez, supuesto heredero del reino caribeño. Sus palabras eran un clarísimo espejo de su carácter tiránico, de sus intenciones dictatoriales vitalicias, de su megalomanía de creer que él era el único en el mundo, que había nacido como la reencarnación del libertador Simón Bolívar, que Dios lo había puesto ahí para entronizarse para siempre en el poder y para no permitir que nadie levantara la mano sin recibir su castigo.
Tan solo dos ejemplos para darnos cuenta del valor de las palabras y lo que nos enseñan de la personalidad de los seres humanos. Pero aquí estamos hablando de dos personajes públicos cuyas acciones están a la vista y reflejan exactamente la demagogia de sus palabras. Al ciudadano que ejerce cualquier profesión, al ciudadano común y corriente, cuando le escuchamos estamos recibiendo el retrato de su personalidad. Sus palabras son el espejo de su carácter, de su educación, de su estilo de vida.

En el periodismo son palabras las que se expresan y en cada periodista podemos ver como un espejo su propia personalidad. Por ejemplo, yo leo un escrito del doctor Humberto Belli, o del doctor Carlos Tünnermann Bernheim y sus palabras me dicen cómo son ellos.

Un escrito a máquina de Pablo Antonio Cuadra era precisamente la palabra de Pablo y reflejaba como un espejo lo que aquel grande hombre era: un cristiano completo, un caballero andante, un poeta de enorme sensibilidad, un nicaragüense que conocía más que nadie a su país y a su gente. Cada escritor enseña en sus palabras su propia vida, y cada persona, escritor o no, periodista o no, refleja en sus palabras, en su conversación su propio carácter.

Y ¿a qué vienen estas reflexiones? A que no hay que fiarse del todo en las promesas de los dictadores, en las maravillas que ofrecen, en los paraísos con que siempre engañan a los pueblos, en los regalitos para conseguir votos, y en los proyectos utópicos de construir miles y miles de viviendas, miles y miles de kilómetros de carreteras, imposibles súper canales interoceánicos que cuestan miles de millones de dólares. Hay que fijarse en el tono sincero de las palabras, en la naturalidad de un ofrecimiento, hasta en la vestimenta con que se presenta el funcionario, en la forma en que se acomoda en las tarimas para no sufrir el sofocante calor que sufren los demás. Si dice que es pobre y anda en un vehículo de lujo está mintiendo, no es pobre. Sus palabras lo están delatando. Por eso dice el sabio: “No hay espejo que refleje mejor la vida de un hombre, que sus palabras”.

Hasta en una simple conversación con grupos de personas, que estamos conociendo en alguna reunión social, cuando alguien habla y comienza a relatar sus trabajos, los sitios donde se mueve, los amigos que tiene, conocemos por su conversación la clase de persona que tenemos al frente. La palabra nunca falla, es el sello de nuestra personalidad.

El autor es gerente de Radio Corporación y excandidato a la Presidencia de la República en 2011.

Columna del día lectura Nicaragua archivo

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