En un céntrico distrito comercial de Taipei, la capital de Taiwán, se yergue el imponente rascacielos Taipei 101, llamado así, entre otras razones, porque tiene 101 pisos.
Con sus 508 metros de altura el Taipei 101 es uno de los edificios más altos del mundo y se distingue por tener el ascensor más rápido del planeta. Con una velocidad de 1,010 metros por minuto, en menos de 40 segundos sube a 30 pasajeros desde el piso 5 hasta el 89. Para comodidad de las personas, en el ascensor se usa la misma tecnología de los aviones, de manera que la presión de la alta velocidad no se siente en el ascenso ni en el descenso.
El Taipei 101 es una maravilla de la arquitectura mundial. La isla de Taiwán está sobre una gran falla geológica y con frecuencia ocurren temblores de tierra, incluyendo terremotos de gran potencia. Además, cada año es azotada por tifones (como llaman en Asia a los huracanes) con vientos de hasta 450 kilómetros por hora y más.
Dos movimientos sísmicos de 3.8 y 3.2 grados en la escala de Richter, en octubre de 2004 y marzo del 2005, tuvieron su epicentro exactamente debajo del Taipei 101. Pero como si nada, pues el gigantesco edificio está diseñado para resistir terremotos de más de 7 grados en la escala de Richter. Una gigantesca bola de acero que cuelga en los pisos superiores del Taipei 101 y está a la vista del público, cuando ocurre el sismo se mueve en sentido contrario a la inclinación del edificio manteniendo de esa manera el equilibrio y la estabilidad de la colosal estructura. Y lo mismo ocurre cuando es azotado por los tifones.
Pero no es solo sobre esa maravilla del ingenio técnico que he querido escribir, sino también de una escena representativa de la fragilidad humana que se observa al lado de la torre Taipei 101.
En un pequeño parque justo al lado del enorme rascacielos, un grupo de personas vestidas como monjes realizan cadenciosos movimientos físicos mientras oran sin cesar. A su alrededor, carteles con leyendas escritas en caracteres chinos indican de qué se trata aquello. Pregunto a nuestro acompañante, el funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, Diego Lin, quien me dice que son miembros de un movimiento religioso que protestan contra la represión en China continental.
Se trata del movimiento Falun Gong, cuyos miembros practican cierto tipo de ejercicios físicos y espirituales y predican la verdad, la benevolencia y la tolerancia. Son inofensivos, más bien beneficiosos para la sociedad y la humanidad, pero en China comunista son cruelmente reprimidos.
El Falun Gong fue fundado a principios de la década de 1990 por Li Hongzhi, un antiguo oficial de seguridad de China que emigró y se radicó en Estados Unidos. Pero los fines del movimiento no son políticos, sino espirituales y filosóficos. Proponen el mejoramiento de la calidad moral de la gente, la superación espiritual, el cumplimiento leal de los deberes cívicos, la crianza ejemplar de los hijos, la erradicación de los malos hábitos en las relaciones familiares y sociales, el cuidado de los ancianos, la veracidad, la amabilidad y la paciencia.
Falun Gong adquirió un gran auge en China y se expandió por otros países no solo de Asia sino también de Occidente. En China llegó a tener más seguidores que el Partido Comunista y las autoridades quisieron aprovecharlo para los fines del Estado. Pero, por ser esencialmente espiritualista, Falun Gong no puede subordinarse a ningún poder material y político.
El régimen comunista, al no poder controlar a Falun Gong, comenzó a reprimirlo. Alegó que sus valores espirituales son incompatibles con los principios marxista-leninistas del Estado chino, que es una grave amenaza para la sociedad y el comunismo y, por lo tanto, su existencia no se puede tolerar.
En 1999, varios miles de miembros de Falun Gong se reunieron en la plaza principal de Beijing para pedir a las autoridades que les dejen tranquilos. Pero el régimen respondió con más represión, muchos fueron asesinados y desde entonces son ferozmente perseguidos. Falun Gong denuncia que matan a sus miembros para comercializar sus órganos.
Los miembros de Falun Gong no dejan de protestar, pacíficamente, silenciosos, en Taiwán, Estados Unidos, Europa, México, Argentina, y sobre todo en China comunista. Claman contra una injusticia tan grande como el edificio 101 de Taipei.