Estuve esta semana en Miami para una entrevista en el programa Al Punto, del periodista Jorge Ramos en Univisión. Y en un anticipo de la entrevista, que se pasará este domingo, la periodista Tifani Roberts me preguntó para las redes sociales por qué en las manifestaciones de la oposición, protestando ante el Consejo Supremo Electoral, había tan poca gente.
El tema, en verdad, es recurrente, y se pone de ejemplo como muestra de la debilidad de la oposición a Ortega. Es más, cuando se compara con las multitudinarias manifestaciones de la oposición en Venezuela, o las que vimos el año pasado en Ecuador protestando contra la reforma fiscal de Correa, se acentúa el perfil de la supuesta debilidad de la oposición nicaragüense.
Pero, ¿es cierta esa debilidad de la oposición en Nicaragua, y más aún cuando se utiliza como contraste para demostrar la popularidad de Ortega?
En el análisis de la supuesta debilidad de la oposición se suelen olvidar y en el caso del extranjero con frecuencia se desconocen, algunas de las razones que la explican.
En primer lugar, cuando a los partidos de oposición se le cierran las oportunidades electorales, con fraudes o con decisiones judiciales como este año, es como a un pez que se le quita el agua. En Venezuela ha habido veinte elecciones bajo el chavismo, y salvo irregularidades relativamente menores o falta de equidad en la competencia electoral en cuanto a recursos y medios de comunicación, los votos se han contado básicamente bien. Y Chávez hasta aceptó los resultados negativos de un referendo, y Maduro no pudo impedir la derrota legislativa en diciembre pasado. Diferente es el abuso de poder negando las facultades de la Asamblea Nacional, o posponiendo indefinidamente el referendo revocatorio. Lo que queremos ilustrar es que la oposición en ese país ha tenido una y otra vez oportunidades de manifestar a través de los votos su descontento. Eso no ocurre en Nicaragua.
Y es el caso de Bolivia y Ecuador, también países del eje bolivariano. En ambos falta equidad en la competencia electoral, pero los votos se cuentan como en Venezuela. Correa aceptó las derrotas en las Alcaldías de Quito, la capital, y Guayaquil, la ciudad más importante, entre otras. Y Evo Morales en Bolivia aceptó los resultados negativos de un referendo que le permitiría continuar en la Presidencia, y la derrota en la gobernación de varias alcaldías y provincias.
En todos esos casos la oposición ha tenido la oportunidad de ejercicios electorales creíbles, y con la expectativa de que los votos se contarán bien ha podido movilizarse. En Nicaragua no, todo lo contrario. De nuevo, la oposición en Nicaragua es como un pez al que se le sacó el agua.
Pero hay otra razón. En ninguno de los casos mencionados hay un monopolio de la violencia en las calles como el que ejerce el orteguismo. No solamente los votos no se cuentan bien, y por tanto no hay el incentivo para que la oposición se movilice, sino que cuando se moviliza es reprimida.
En las elecciones de 2011, el orteguismo intentó impedir la concentración de inauguración de la campaña de la oposición aglutinada en la Alianza PLI. El Consejo Supremo Electoral (CSE) desautorizó una y otra localidad. Cuando el candidato opositor Fabio Gadea Mantilla con energía dijo ¡Sébaco va!, con menos de una semana de anticipación en Sébaco se concentraron decenas de miles, la inmensa mayoría movilizados por cuenta propia, en una explanada bastante más grande que la Plaza la Fe, de Managua.
A eso teme Ortega, y por eso este año cerró toda opción electoral a la oposición.
Y en cuanto a la represión de las turbas, que infunden miedo, los nicaragüenses sabemos por nuestra propia experiencia, como le dije a la periodista Roberts, que la otra cara del miedo es el resentimiento, y el tránsito del resentimiento al rencor es muy rápido, y del rencor a la protesta es aún más breve. Eso es lo que veremos, y más temprano que tarde.
El autor fue candidato a la vicepresidencia de Nicaragua.