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Pasillos del planeta amarillo y negro

Estaba completamente seguro que ella no era de este planeta. Esa mirada curiosa ya la conocía don José en sus copiosos viajes a los confines del universo. Sobre todo en las mujeres de un planeta amarillo por el sol y negro por la noche ubicado en una lejana galaxia de la cual ahora no recuerdo […]

Estaba completamente seguro que ella no era de este planeta. Esa mirada curiosa ya la conocía don José en sus copiosos viajes a los confines del universo. Sobre todo en las mujeres de un planeta amarillo por el sol y negro por la noche ubicado en una lejana galaxia de la cual ahora no recuerdo su nombre porque he perdido la memoria, solo tengo mi imaginación furtiva, expresaba José a su noble imaginación. Esa misma sensación de ser explorado desde los pies hasta la cabeza, la había sentido una fría noche, cuando junto a mis laberintos imaginarios tuvimos que descender de emergencia, en tan lejano paraje. Recuerdo entonces cuando a la distancia, unos ojos luminosos me observaban con gran indagación. Casi que me sentí desnudo ante tal manera de contemplar a un ser humano, continuaba conversándole José a Epifanía dentro del laberinto de su imaginación.

José, conversando con el mismo argüía, que sí estaba completamente seguro, es que ella no era de este planeta. Esa mirada curiosa ya la conocía, en sus copiosos viajes a los confines del universo. Sobre todo en las mujeres de un planeta amarillo y negro ubicado en esa lejana galaxia. Y se ponía a reír solo, cuando rememoraba, que en los momentos que dirigía su mirada a aquellos ojos fisgones, inmediatamente se apagaron, pero en mí quedó la sensación, de que más allá de la curiosidad que suscita un elemento foráneo en otra galaxia, era evidente que existía una fascinación sobre lo desconocido.

Epifanía se quedó estática en la imaginación de José, que este  no pudo determinar  por cuánto tiempo y cuando logre restablecer mi prioridad en aquel remoto planeta amarillo y negro José  sintió que su mente alma y cuerpo, también sufrieron los embates de un sortilegio espacial cuántico galáctico. Pasó el tiempo y…, ahora después de tantos años, la casualidad le ha llevado a José  contemplar en esta fría noche de todos los tiempos,  los ojos de aquella mujer y sentir el mismo embeleso por su mirada, que al parecer atravesó distancias inimaginables, para volver a seducirle y esta vez no solo lo conformaría con mirarla. Sí, yo se sé decía José, cuando se trata de mirar a los ojos de una mujer, lo mismo me da que ella sea amarilla, blanca o marrón oscuro; si realmente yo, cuando miro unos ojos bonitos, solamente me fijo en ellos, no en lo que los envuelve o rodea… Y si me guiñara de repente uno solo de ellos, la verdad es que entonces, en ese mágico momento, no sé dónde meterme… Así es la vida; así son las mujeres y así sí soy yo… Es que ¡ya no tengo remedio! Me tendré que ir al planeta amarillo y negro a comprobarlo…, para deslumbrarme de la bella Epifanía de aquí y allá. ¿O quizá no? Pero los  pasillos del planeta amarillo y negro siempre los veo  iluminados y huele muy mal, aunque una termina por acostumbrarse, reflexionaba en su imaginación José.  Pero seguía el rastro con la mirada y al llegar al extremo del pasillo, donde hay una curva, vio que algo se arrastraba sobre el suelo. Parecía una serpiente, al principio pensó  era una serpiente, pero luego, con horror, se dio cuenta que se trataba de un destello superlumínico, que se tambaleaba en dirección a la puerta abierta del planeta, con aquella asquerosidad siguiéndolo. Corrió José  y resbaló en la sangre del piso. Era que el planeta donde se desplazaba era de cebo y aceite como una casa encantada propicia para confesiones del señor de la muerte…, ahí sorpresivamente retornó a la realidad imaginada.

Cultura Cuento muerte PASILLOS archivo

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