Si no hubiera contado con el enorme privilegio de tener una red de contención emocional a lo largo de mi crisis depresiva mayor y resto de momentos difíciles, por causa de la violación que sufrí en mi infancia, estuviera probablemente muerto. Agradezco profundamente a mi familia entera que, aunque desintegrada por la historia bélica de mi país, nunca ha perdido su unidad y amor incondicional en los momentos cruciales. Compañeras vinculadas a organizaciones nicaragüenses como Aguas Bravas y yo te creo, me han acompañado. Otras personas maravillosas me han compartido información práctica y sus propios testimonios de sanación de abusos. La contención es una prueba de que la sanación individual es parte de un proceso colectivo mayor.
Tengo la bendición de tener vista y poder leer. Hay textos medulares que han sido amigos íntimos de consulta, yo les llamo mis “bombas atómicas de sanación”, son cinco: El coraje de sanar de Laura Davis y Ellen Bass; Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés, Marcar límites/Respetar límites de Anselm Grün; Despertando el don bipolar de Eduardo Horacio Grecco y Sentados en el fuego de Arnold Mindell. Los libros no nos sanan, es así, pero son herramientas complementarias para el trabajo interior que vamos haciendo cada día.
La ayuda terapéutica me ha sido fundamental en momentos de crisis. Puedo decir que los terapeutas que conocen el infierno en carne propia y han salido de él son quienes pueden acompañar procesos de manera adecuada. Me ha sido perniciosa la intervención terapéutica de profesionales incompetentes vinculados a supercherías de la Nueva Era: una psicóloga me dijo que fui “abusado por amor”, mientras una consteladora familiar me ubicó en el papel de un asesino ardiendo de culpa ajena sin sacarme del papel nunca y, por último, un psiquiatra afirmó que mi experiencia “no es abuso en sí porque venía de una empleada doméstica supeditada a los posibles antojos sexuales de un varoncito”. Hay que dudar de todo terapeuta, dudar de toda terapia y de toda doctrina. Sea lo que sea que nos llegue a la mano: aquello que nos empuja a canalizar lo que realmente estamos sintiendo, a darle espacio a nuevas emociones y a accionar en el presente es lo único que vale. El resto es basura. Sanar no es una gimnasia, sanar es ser responsables de nuestra propia vida y asumir sus retos cotidianos. Lo ideal es que un especialista en abuso sexual infantil aborde el proceso horizontalmente, de lo contrario el abuso puede repetirse desde el poder de la silla del terapeuta. Lo peor: hacer migas con el terapeuta, inmediatamente lo descalifica como tal.
“El abuso —me decía una vez una escritora sobreviviente de incesto— me partió en dos”. Tengo muy pocas cosas claras en la vida. Una de ellas es que la vida es muy breve y que merezco vivir de forma saludable; la otra es que el perdón que sí me es útil es el autoperdón, exclusivamente ese.
Las religiones y las prácticas espirituales, casi sin excepción, han vuelto pecaminosa la rabia, el enojo, la ira, la sed de venganza retributiva. A mí me fue de gran ayuda por un tiempo unirme a un grupo cristiano que aplica los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, pero al cabo de un tiempo descubrí que no me resultaba sano agregar culpas extras a la culpa infantil que, de origen ya, no me pertenecía, ni mucho menos seguir sofocando la rabia contenida durante tantos años. Así que, agradecido, lo abandoné.
Los indígenas lacandones encarnan el concepto vivo de la “digna rabia”. La rabia, cuando se canaliza cotidianamente, sin padecer culpa, sin hacernos daños ni dañar a otros, es altamente curativa y dignifica el espíritu. El niño herido habita en el adulto sobreviviente y quiere ser defendido. Dentro de uno existe una gigantesca fuente de rabia que, muchas veces, por no encontrar vías para su debida expresión, termina por generar síntomas corporales o trastornos psíquicos graves. La depresión es odio a sí mismo, pero al odio hay que verlo, aceptarlo sin tapujos religiosos y dirigirlo hacia los agresores.
Las grandes crisis nos llegan para invitarnos a hacer cambios contundentes y ajustes de creencias.
Mi sanación interna se ha activado desde la vía de la ocupación laboral, el ejercicio físico, la creatividad expresiva en todas sus formas, el contacto continuo con ambientes naturales, el cuido de la nutrición y sentarme a respirar en silencio (zazen). La sanación es un acto de voluntad tan personal, tan único como posible, real. El entorno en que nos movemos y los hábitos que absorben nuestra atención son determinantes.
Cuando uno ha roto el silencio calcificado sobre un secreto doloroso del pasado, sanar es irreversible y el poder personal aumenta. Obvio: se necesitan personas aliadas que no nos carguen, pero sí que nos animen. El proceso agudiza la consciencia de sí, mi proceso va en marcha junto con la vida misma.
Romper el silencio me brindó la posibilidad de zurcir el mundo roto, prevenir traumas de abuso en el futuro de las familias que me rodean y en la comunidad en la que vivo.
La neurociencia ha comprobado que el proceso de sanación de abusos sexuales en la infancia dura toda la vida, pero quienes afrontan conscientemente dicho proceso modifican significativamente sus percepciones. Luego de cinco años de trabajo interior, entre subidas y bajones, puedo dar fe que una vez que se ha avanzado con voluntad, sinceridad y pies sobre la tierra, las heridas duelen mucho menos, dejan de supurar pus y, por fin, comienzan a cicatrizar.
Cuando me preguntan a qué “religión” o “ideología política” pertenezco, respondo sonriendo: “Soy devoto de Lo Que Es. Pertenezco al Clan de las Cicatrices”.
El autor es abogado, artista multidisciplinario y activista de derechos humanos.