No fueron perfectos, pero sí memorables. Igual que su país anfitrión.
Desde aguas sucias hasta aguas verdes, un caso telenovelesco de robo inventado y el adiós de dos leyendas, los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro dejaron recuerdos para todos los gustos, un legado cuestionable para Brasil y un abanico de lecciones e interrogantes para el próximo anfitrión Tokio.
Las advertencias a los viajeros olímpicos parecían sacadas de un manual de supervivencia: no toque el agua contaminada, cuidado con los mosquitos, ojo con el crimen.
Pero más allá de algunos incidentes sin consecuencias graves, la justa fue principalmente una fiesta de 17 días, si bien con bastantes menos visitantes de lo que esperaban los organizadores.
En medio de su peor recesión en décadas, Brasil tuvo que montar el espectáculo con enormes recortes presupuestarios.
Aunque no afectaron las pruebas deportivas, se sintieron en la reducción de voluntarios, la ausencia de material promocional en la ciudad y otros detalles de logística.
Hasta hubo problemas con el agua de las piscinas de clavados y waterpolo, que súbita e inexplicablemente se tornó verde en medio de las competencias, y muchas sedes estuvieron medio vacías.
“Ha sido difícil”, comentó el vicepresidente del COI, John Coates. “Para ser justos, en parte se debe a la situación económica y política que impera”. Los organizadores vendieron la idea de que uno de los legados de la justa sería la limpieza de los cuerpos de agua.