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Edmundo Jarquín

Título que no merecemos

Conocí a Steve (Stephen) Kinzer durante la insurrección de 1978-79, cuando cubría la etapa final de la lucha contra la dinastía Somoza.

Steve escribió sobre su experiencia en Nicaragua de esa época y de los años ochenta, uno de los libros más importantes y conocidos sobre Nicaragua. El título de ese libro, Hermanos de sangre es estremecedor y se refiere a nuestra nada envidiable historia de guerras, insurrecciones, rebeliones y conspiraciones, en que los nicaragüenses nos hemos matado unos a otros, a veces hasta con estrechos vínculos familiares.

Desde entonces le he encontrado en muchas ocasiones y circunstancias. La última, en abril del año pasado en Boston con ocasión de una charla informal que sobre Nicaragua ofrecí en el Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos, de la Universidad de Harvard.

El énfasis de mi charla fue, a propósito del “Socialismo del Siglo XXI”, un término que acuñó el expresidente Chávez de Venezuela, una comparación entre el régimen de Ortega y los de Bolivia, Ecuador y Venezuela, con los cuales se le asocia y que forman parte de ese selecto club. La charla destacaba semejanzas y diferencias entre los regímenes de esos países, con arreglo a diferentes variables, y fue de enorme sorpresa para mí que ese esfuerzo con pretensiones académicas no fuese lo que generara la mayoría de las preguntas de docentes y estudiantes, sino el papel de la esposa de Ortega dentro de la estructura de poder, y su lenguaje comunicacional diario en que se mezclan elementos religiosos, cuasi religiosos, esotéricos, mágicos, transversalmente atravesados con un culto infinito a la personalidad de su esposo, a quien proyecta como algo providencial.

Vinculado a lo anterior, otras preguntas fueron sobre si se estaba gestando o no una dinastía, lo cual ha sido confirmado con la designación de ella como candidata a vicepresidenta de Ortega en unas elecciones cuyos resultados ya se conocen.

No sorprende, entonces, que Kinzer, tan conocedor de Nicaragua y Centroamérica (su tesis doctoral dio origen a otro libro, Fruta amarga, sobre el papel de las bananeras norteamericanas en el golpe de estado de 1954 al presidente Arbenz, en Guatemala), haya publicado esta semana un artículo titulado Dinastías peligrosas, que LA PRENSA reprodujo y que recomendaría a todos y todas las nicaragüenses que lean.

En el artículo Steve hace un rápido recuento histórico internacional de dinastías o intentos dinásticos que terminaron en tragedias, y señala que “ahora Nicaragua está reclamando su título como el campeón del hemisferio en tiranías familiares”.

No queremos, no merecemos ese título de campeón por el cual tanto ha sufrido nuestro pueblo, y tanta sangre ha sido derramada.

Hay formas de impedirlo. También en esta semana la Conferencia Episcopal emitió un mensaje “ante las situaciones de hecho creadas por decisiones irregulares en torno a las próximas elecciones”. Este mensaje pastoral es consistente con la preocupación que en junio, ante el despojo de la personería jurídica del verdadero PLI (Partido Liberal Independiente), formularon los obispos: “Todo intento por crear condiciones para la implantación de un régimen de partido único en donde desaparezca la pluralidad ideológica y de partidos políticos es nocivo para el país, desde el punto de vista social, económico y político”.

Esos dos últimos mensajes de la Conferencia Episcopal también son consistentes con la carta que los obispos enviaran a Ortega y su esposa, en mayo de 2014, en la cual le pedían a Ortega que ofreciera “su palabra de honor para garantizar, en el 2016, en Nicaragua un proceso electoral presidencial absolutamente transparente y honesto”.

Las rogativas pastorales no han sido atendidas. Pero, como señalan en su mensaje de esta semana los obispos, no hay que perder “nunca la esperanza, sobre todo en los momentos más oscuros y adversos”. Y como en el mismo mensaje señalan que “votar es un derecho. La decisión de votar o no votar o la de votar por determinada opción debe ser tomada por cada persona desde el interior de su conciencia”, si queremos impedir el infame título del que advierte Steve Kinzer, el primer paso, en conciencia, es aceptar “que no hay por quién votar”.

El autor fue candidato a la vicepresidencia de Nicaragua.

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