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Evangelizando, templos
Gonzalo Cardenal M.

Evangelizando fuera de los templos

¿Se acuerdan de mi primo Manolo Cardenal?

¿Del que escribí hace un tiempo y que evangeliza y ayuda a combatir la drogadicción y el alcoholismo en centenares de adictos desamparados del mercado oriental?

Pues bien, me lo encontré en la capilla de la UCA en la vela de mi hermano Fernando, y cuando indagué sobre su vida, me puso al día de sus aventuras apostólicas. Me dijo que sus dos puestos en la “tomatera” del mercado seguían atestados de desventurados, pero que las alcohólicas de la zona (que eran muchas) se negaban a asistir buscando ayuda porque —suponía acertadamente Manolo— que no lo hacían porque les daba pena ir a exponer sus miserias ante hombres, a pesar de que se perdían de un almuerzo gratuito. Entonces mi primo consiguió hospedaje temporal exclusivo para ellas en el salón de unos hermanos protestantes del mercado. Ya llegan cerca de treinta adictas fijas semanalmente y ya gozan de su propio local, me informó Manolo.

Pero de lo que quería hablarles hoy es de lo que mi primo pudo observar de los evangélicos mientras fue su huésped.

Para solo darme un caso de las actividades religiosas de esos protestantes, me contó de un hombre que lo llevaron todo ensangrentado al salón unas buenas mujeres del barrio. Sucede que —como muchos de ahí me aseguró Manolo— andaba en su tarea de evangelización casa por casa entregando unos folletos propagandísticos de su doctrina, cuando se encontró con un habitante de por ahí que no quiso saber nada de su prédica y le gritó que lo dejara en paz. Pero como el predicador seguía en su perorata la emprendió con un bate de baseball contra nuestro evangélico.

Lo divertido es que el herido no se “sacudió las sandalias” y abandonó el lugar como aconsejaba el propio Jesús, sino que a pesar de la oposición de las mujeres que lo curaron, quiso regresar donde el pelotero porque no había podido entregarle el mentado folleto. Por lo menos en eso fue prudente y solo lo deslizó debajo de la puerta.

Ahí también, observó Manolo, cómo entrenaban a muchos predicadores de la calle para evangelizar en los buses. Me decía Manolo que esos evangelistas aprovechan lo atestado que van los buses para predicar a una obligada “audiencia captiva” —por así decirlo— porque esos pobres usuarios, que transitan en nuestro transporte público, no pueden moverse ni un centímetro y tienen que tragarse a la fuerza los sermones de los evangélicos.

Pero constató Manolo que les da resultado. Son tantas las necesidades, privaciones y enfermedades de nuestro pueblo, que más de alguno en el día queda visitando el templo a donde lo invitaron, en busca de oración, de un milagro, de un gesto compasivo, comprensivo, de fraternidad, humanismo y un poquito de calor humano.

Estos casos que me contó Manolo me han hecho meditar toda la semana. En primer lugar —desde el lado católico— apreciar y admirar hasta en lo más hondo de mi ser la labor que, por unos cuarenta años lleva ya practicando mi primo Manolo en medio de los más necesitados. Precisamente donde trabajan con esa misma gente las hermanitas de la caridad de la orden católica de madre Teresa de Calcuta (que a propósito, va a ser elevada a los altares en estos días).

Y por el otro —desde el lado protestante— la labor evangelística incansable de los evangélicos. ¡Cuánto más eficaces seríamos unidos! Eficaces por las bendiciones prometidas por Cristo ante esa unidad.

El autor es MIEMBRO DEL CONSEJO DE COORDINADORES DE LA CIUDAD DE DIOS.

[email protected]

Opinión Evangelizando templos archivo

COMENTARIOS

  1. jose m. fernandez.
    Hace 8 años

    EXPLOTADORES HIPOCRITAS!!! Dejen tranquilo al pueblo de Nicaragua.Si fueran tan buenos como dicen ustedes mismos de ustedes q’ son,entonces de la manera q’ sea de pedir dinero,y en vez deberían de donar dinero,dejarse de toda esa verborrea barata q’ viven escribiendo,y divulgando!!!

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