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Gabriela Selser fue corresponsal de la Agencia Nueva Nicaragua y luego del diario Barricada. Le tocó cubrir cruentos combates. LA PRENSA/ARCHIVO PERSONAL GABRIELA SELSER

La vida épica de Gabriela Selser

A los 18 años Gabriela Selser sintió una comezón por venir a Nicaragua, donde acababa de triunfar la revolución sandinista.

A los 18 años Gabriela Selser sintió una comezón por venir a Nicaragua, donde acababa de triunfar la revolución sandinista. No se sentía a gusto en México, adonde había llegado tres años antes. En su Argentina natal se había instalado una dictadura y su familia se exilió en esa época de perseguidos y desaparecidos.

Gregorio Selser, escritor y periodista, el papá de Gabriela, era indirectamente el responsable del entusiasmo juvenil de la menor de sus tres hijas por un país desconocido.

En la década del cincuenta Selser había publicado un libro mítico: Sandino, general de hombres libres, que se volvió inspiración para los guerrilleros nicaragüenses que habían derrocado a una larga dictadura. Pero, curiosamente, fue su papá y no su mamá, el más prevenido con el viaje de su hija a la Nicaragua sandinista. Estaba temeroso. Para convencerlo, Gabriela arremetió con una verdad simple: “Yo quiero hacer en la práctica esa revolución teórica de la que siempre me has hablado”. Con ese argumento el biógrafo de Sandino no tuvo más remedio que dejarla ir.

Gabriela Selser, argentina, llegó a Nicaragua en marzo de 1980 para participar en la Cruzada Nacional de Alfabetización, el momento de ilusiones de los años ochenta. LA PRENSA/ARCHIVO PERSONAL DE GABRIELA SELSER

Le costeó el pasaje, la recomendó con unos amigos suyos. En marzo Gabriela Selser aterrizó en una Managua más rural que la de ahora. A los pocos días se calzó las botas, la cotona gris con la insignia de la alfabetización, la pañoleta y el jeans y se enganchó en un camión junto con otros jóvenes alfabetizadores como ella.

A ella la asignaron en San José de Las Casquitas, una comunidad remota a varias horas de Waslala. Allí, la chavala flaca, pelo amarillento y de acento argentino, se quedó seis meses alfabetizando a seis miembros de una numerosa familia de 17.

Todo lo que vivía Gabriela lo registraba en un diario de campo. De esos meses conserva anécdotas ingenuas y felices, como la sorpresa al conocer el palo de limón y de otras frutas como la guayaba que solo había visto en imágenes de libros de Botánica y Ciencias Naturales. También se acuerda de cómo creía que el nacatamal era un fruto de árbol. Así se lo hicieron creer sus colegas alfabetizadoras y cuando ella preguntó que por qué el palo que le habían indicado no tenía nacatamales, le dijeron que solo daba de lunes a viernes, los sábados y los domingos no daba.

Un amigo le llevó un día un nacatamal, lo abrió y descubrió la broma. No podía ser un palo.

Al principio no entendía por qué los siete cerdos del rancho, donde vivía, la perseguían cada vez que iba al monte a defecar.

Hasta que un día los vio comiendo. Sufrió cuando vio cómo le retorcían el pescuezo a una gallina. Llorando, a la orilla del río, le rogó a su papá Juan —su alumno alfabetizado— que por favor no volvieran a matar una gallina delante de ella. No volvió a pasar. En cambio, don Juan le regaló una gallina a la que llamó “Revolución”. Le puso hasta un lazo rojo y la mascota de plumas la seguía a todas partes y se le acurrucaba en las piernas como un perro o un gato.

Gran parte de esas historias Gabriela las cuenta en su libro Banderas y harapos, que presentará en los próximos días. “Es una mezcla de crónica periodística y literatura. Recurro mucho al flashback. Dice mi sobrina, que es actriz, que es un libro muy cinematográfico”, explica Selser, actual corresponsal de la agencia de noticias alemana DPA.

La guerra

Después de la alfabetización Selser quiso quedarse en Nicaragua. Entró a estudiar Periodismo y fue parte del equipo fundador de la Agencia Nueva Nicaragua (ANN), un equipo de periodistas veinteañeros compuesto por seis o siete periodistas y fotógrafos.

Los meses felices de la alfabetización no podían augurar el nuevo tiempo que se avecinaba a la vida de Gabriela, quien saltó de la ANN al diario Barricada, donde se incorporó para cubrir temas militares y la guerra.

Le tocaron intensas jornadas en la Asamblea Nacional durante la redacción de la nueva Constitución Política del país. En esas maratónicas jornadas recuerda la consagración del comandante Carlos Núñez Téllez, pero también recuerda el frente de guerra. Se vuelve a ver a ella misma vestida de verde olivo, con el peso insoportable de un fusil y cartuchos de balas. Tiene muchas fotografías. En una aparece con otros periodistas y en el centro el escritor argentino Julio Cortázar que estuvo en una vigilia por la paz en Bismuna.

Selser, quien vino a alfabetizar, se quedó cubriendo los años de la guerra. LA PRENSA/ARCHIVO PERSONAL DE GABRIELA SELSER

Uno de los momentos más arriesgados lo vivió a la par del fotógrafo Carlos Durán, al que describe gordo y bonachón, quien en uno de los combates abandonó la cámara y le dijo: “Tomá esta m… y hacé fotos”, mientras él se puso a cargar a los heridos.

Falta memoria

En este proceso de reconstruir sus años de corresponsal de guerra, Gabriela se apoyó mucho en la memoria de sus colegas como el fotógrafo Leonardo Barreto, que viviendo ahora en Tailandia carga en una caja con su archivo fotográfico, es su memoria. Pero se valió sobre todo de los archivos periodísticos de Barricada que están en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA).

Gabriela cree que las generaciones que no vivieron esta época están ávidas de conocer más sobre lo que pasó en esa época. Lo constató hace poco cuando estuvo en una clase en la Universidad Centroamericana (UCA) y los alumnos manifestaron mucha curiosidad por saber de esos años.

Finalmente, Gabriela cree que debía escribir para amansar su pasado, dice en alusión a una frase de la escritora colombiana Laura Restrepo, que sobre su libro Demasiados héroes, escribió: “Pasado que no ha sido amansado con palabras no es memoria, es acechanza”.

Descargar  la memoria

Le dolía la espalda, tenía pesadillas, le llovían los males y dolores. Gabriela fue donde la psicóloga y terapeuta Martha Cabrera y descubrió que tenía un trauma. En su vida, hechos dolorosos como: la muerte de su hermana mayor Claudia; de su papá, hace 25 años; pero sobre todo, sus recuerdos de los años ochenta la perseguían, no la dejaban tranquila. Cabrera le sugirió escribir y publicar sus recuerdos. Había comenzado a hacerlo en el año 2000, pero lo había dejado y tras el consejo de la terapeuta lo retomó y terminó hace unos meses.

El ejercicio de descargar su memoria y volver a andar muchos de esos lugares de la mano de su familia de la alfabetización, de los archivos de periódicos y su diario personal, y de antiguos colegas, le han dado alivio. Y le han permitido reencontrar la brújula que perdió tras la pérdida de la revolución que marcó su vida y la de miles de jóvenes en los años ochenta. De eso hablará el próximo 8 de septiembre, cuando presente su libro en la UCA.

"La alfabetización fue la etapa maravillosa de la revolución. Nosotros enseñábamos pero también aprendíamos de la vida. Luego vino la guerra y allí empezó a arruinarse todo, porque por más que la revolución intentaba salir adelante, se arruinaba todo. Creo que no se le dio a Nicaragua un respiro”. Gabriela Selser, periodista y corresponsal de la agencia de noticias DPA.

 

Reportajes GABRIELA SELSER Nicaragua Sandino archivo

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COMENTARIOS

  1. Manuel Gonzalez
    Hace 8 años

    Muy bonito articulo, felicidades.

  2. Mauricio Alberto Paredes Guard
    Hace 8 años

    Para los que participamos, igual que Gabriela, en todo lo de los 80; seguro que nos sentiremos de regreso con el entusiasmo y la fe en los demás, pero sobre todo en nosotros mismos.

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