Cuando se pasa el cabo de los años 60 uno debe de empezar a andar con cuidado, pero cuando se cruza el cabo de los 70 ya los riesgos son mayores. Donald Trump es un hombre de 70 años, si llega a la presidencia será el presidente más viejo que ocupe el Salón Oval en la Casa Blanca de los Estados Unidos. Hillary Clinton cuenta con 68 años, si ganase sería la segunda mayor, después de Ronald Reagan, que tenía 69 años cuando juró por primera vez el cargo.
Con esos candidatos toda noticia alrededor de su salud resulta alarmante, y eso es lo que ha pasado con el golpe de calor que la demócrata Hillary Clinton sufrió el domingo, en la conmemoración del 11-S en Nueva York, y la revelación de que durante 48 horas ocultó un diagnóstico de neumonía.
Dos obstáculos se anteponen en su campaña ante tal situación. Primero, la pregunta que muchos se hacen: ¿En verdad la candidata cuenta con la salud suficiente para el cargo que aspira? Debe de recordarse que en el historial médico de Clinton está la contusión en la cabeza que sufrió en 2012 —los médicos le descubrieron después un coágulo—.
El segundo: ¿Por qué ocultó el dictamen? Como muy bien lo dice en un artículo el columnista del diario español El País, Marc Bassets: “En vez de difundir el informe médico sobre su enfermedad el mismo viernes, cuando lo recibió, Clinton no dijo nada. Y no lo divulgó hasta el domingo, forzada por la indisposición que sufrió en el acto del 15º aniversario de los atentados de 2001”.
En el caso de Trump hay que destacar. Primero: actuando con mucha inteligencia Trump evitó usar el incidente contra su rival. Pero en lo relacionado con su salud, estamos peor que el caso de Clinton. Su secretismo ya traspasa todos los límites, según fuentes del mismo diario El País: “Todo lo que Trump ha publicado sobre su salud es una carta de su médico de cabecera en Manhattan, el doctor Harold Bornstein, que reconoció haberla escrito en cinco minutos, mientras una limusina esperaba en la calle para llevársela. Era breve e imprecisa. Declaraba, “de forma inequívoca” y con la hipérbole propia del candidato Trump, que, si ganaba las elecciones, este sería “el individuo más sano jamás elegido para la Presidencia”. En pocas palabras una solemne patraña.
Con esta enfermedad de la señora Clinton, la alarma ha cundido en el campo demócrata, poco a poco va tomando fuerza una cosa que la gente pensante le tiene pavor. Lo único que de verdad importa y satura mentes, periódicos y tendencias es que nada parece dañar el fenómeno Trump. El empresario neoyorquino sigue adelante destruyendo paradigmas, destrozando el lenguaje y demostrando, primero a sus conciudadanos y después al mundo, que todo lo que creíamos haber avanzado y conquistado en los últimos sesenta años era pura ficción.
Uno se pregunta si el pueblo norteamericano va a llegar al suicidio como lo hizo en su tiempo el pueblo alemán al elegir a Hitler y eligen a Trump para su próximo presidente. Trump representa una rebelión que se ha desarrollado en las redes sociales. Y pese a que el pionero en esas tácticas fue Obama, ahora ese proceso electoral se basa en el rechazo, en el cuestionamiento y en el fin de la clase política estadounidense.
Todo el mundo está preocupado, los think tank y los centros universitarios se jalan los pelos, y aunque las grandes cadenas de televisión quieren moderar la píldora, la verdad es que nadie entiende este fenómeno.
El autor es abogado.