Las cumbres en Nueva York pintan en los ojos colores estupefactos. Personalidades de Europa, poetas y músicos como Federico García Lorca y Antonio Dvorak, la consideraron una novedad vertical no solo por la imagen física, sino por el reflejo humano de sus habitantes de tanto diverso carácter. “Nueva York, un monstruo echado de espaldas, con un sexo que no duerme”.
No puedo olvidar en los recientes días cómo El Metropolitan —sede habitual de la ópera— le dedicó un homenaje al ilustrado compositor checo-eslovaco Antonio Dvorak (1841-1904), el mismo que marchó a la urbe alucinado por su estructura a cumplir con la dirección del National Conservatory.
Durante su estadía conoció mucho de la música indiana y negra llevándola al pentagrama con respetuosa fidelidad concentrada en una perspectiva melódica, cuyas huellas pueden encontrarse en la estupenda, emblemática Quinta Sinfonía, precisamente en el recordatorio que se hizo de su obra en los tres meses de dirección presentado en las redes internacionales.
Fue un homenaje para el mundo enamorado de su música tanto operática como sinfónica, el contenido más lleno de semejanzas con la vivencia americana.
Fue La Quinta enriquecida por la nutrida instrumentación de la Filarmónica de Nueva York y posteriormente con la selección que se hizo del “Cuarteto Negro” en ambiente de cámara.
Con solo la puesta en escena de la forma sonata quedó manifestada la sensación mágica y traslativa de sentir a la América de esos tiempos, cuyas efigies fueron captadas con superior maestría en el segundo tiempo, un largo tristemente acompasado en solo una imaginada “cámara lenta” haciendo una fotografía sonora de Nueva York.