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Julio César Castillo Ortiz

¿Y quién es mi prójimo?

El mundo está convulsionando. Ataques terroristas, crisis financieras y políticas, migrantes desesperados buscando refugio en países vecinos son las primeras noticias a nivel internacional. Ante esto, los principales líderes religiosos del cristianismo, junto a líderes  del judaísmo, el islam y el budismo se reunieron para orar por la paz. Ahora bien, si entre las grandes esferas del liderazgo cristiano se han dado pasos concretos para ayudar a los más vulnerables, el pueblo de Dios también debe accionar en pro del prójimo.

Una parábola contundente dentro de la Biblia es la del buen samaritano. Después de leerla es difícil sentirse cómodo, porque es el momento en el que Jesús pretende desacomodar nuestras vidas, nuestra religión, porque nos confronta con nuestro pensamiento errado de creer que podemos estar muy bien con Dios, y al mismo tiempo mal con el hermano.

En la narración del buen samaritano, apreciamos cómo un letrado en la ley mosaica pregunta al Señor: ¿Y quién es mi prójimo?, aquel hombre quiere justificar que existen diferentes clasificaciones entre las personas: las que sí se les debe amar y aquellas que “no caben dentro de la categoría de prójimo”. Sin embargo, a esta capciosa interrogante, Jesús contesta con una parábola, aquella que nos desafía hasta el día de hoy, porque podríamos sentirnos identificados con algunos de sus personajes, pero no muchas veces con el personaje del hombre de Samaria.

La enseñanza refleja a un hombre que cayó en manos de unos ladrones, dejándolo en agonía. Resulta que pasaba por allí un sacerdote, quien al verlo desvió su camino, así también llegó al lugar un levita, que al verlo, se desvió. Pero un samaritano que iba de viaje viendo al hombre se compadeció, se acercó y le curó sus heridas. Luego lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas y se las dio al dueño del alojamiento para que lo cuidara, y en caso que hiciera falta dinero, él pagaría cuando estuviese de regreso.

En el contexto de la parábola, judíos tenían grandes diferencias con los de Samaria, eran enemigos. Claramente Jesús nos demuestra que mientras el sacerdote y el levita, siendo “hermanos judíos” de aquel necesitado, no se dignaron a tenderle la mano, el samaritano venció sus barreras de rivalidades y se dispuso a actuar en bien del perjudicado.
¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?, Preguntó, Jesús al “teólogo”:

“El que se compadeció de él”, contestó el experto en la ley. “Anda entonces y haz tú lo mismo”, concluyó Jesús.
Jesús denuncia una religión falsa, que se reduce a visitas al templo, oraciones, pero que se caracteriza por un inexistente compromiso con el necesitado, incluso por aquellos que son discriminados y rechazados por todos. El hombre letrado que se acercó a Jesús para encontrar una respuesta teológica a la eternidad, se encontró con el obrar del buen samaritano, y al preguntar, ¿y quién es mi prójimo? Jesús derriba cualquier diferencia entre las personas y muestra como prójimo a los que están a nuestro alrededor, a quienes debemos servir y aproximarnos más cuando estén pasando por un mal momento. Porque la verdadera fe en Jesús nos lleva a abrir nuestro corazón y tener misericordia para llorar con el que llora y reír con el que ríe. Porque si crees en Jesucristo que se te note.

El autor es Presidente Asociación Cristiana Jesús está Vivo
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Opinión
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