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Edmundo Jarquín

Intervención, injerencia y supranacionalidad

En la primera semana de octubre presentaremos un libro, en el cual hemos venido trabajando desde hace bastante tiempo, sobre el gobierno de Ortega. Escrito desde diferentes perspectivas profesionales y procedencias políticas (sandinistas del MRS, sandinistas que no son MRS, liberales, conservadores, sociedad civil), analizamos la naturaleza del gobierno de Ortega. El libro se titula El régimen de Ortega. ¿Una nueva dictadura familiar en el continente?

En la parte que me corresponde anoté lo siguiente, tomado de un libro que hace casi veinte años escribí sobre Pedro Joaquín Chamorro Cardenal: “Los nicaragüenses, que hemos sido una de las sociedades latinoamericanas más profundas y radicalmente desgarradas por nuestras pasiones y odios políticos, y por nuestras rivalidades personales, familiares y regionales, que nos han conducido a los mayores excesos de guerras civiles e intervenciones foráneas  —siempre, invitadas por, o al menos con la complicidad de nosotros mismos—  hemos tendido a ver nuestra historia con el prisma de nuestra radical intolerancia…”

El tema resulta pertinente por la aprobación en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, con celeridad y unanimidad inauditas, de una ley que condicionaría el voto del Gobierno de ese país en los organismos financieros multilaterales y que, por una enmienda que sobrevino, obligaría al gobierno estadounidense a informar sobre la corrupción y, obviamente, sobre delitos transnacionales como el lavado de dinero.

La reflexión del libro sobre Pedro Joaquín se refiere a las intervenciones militares directas y unilaterales de los Estados Unidos en Nicaragua, desde la de Walker hasta las de inicios de siglo XX, que el general retirado Humberto Ortega ha recordado en carta enviada a la embajadora de los Estados Unidos, señora Dogu, con motivo del Nica Act, como se conoce a la ley aprobada en la Cámara de Representantes.

Desde entonces, y en particular a partir de la Segunda Guerra Mundial con el desarrollo del multilateralismo (Naciones Unidas, Declaración Universal de Derechos Humanos, OEA, etc.), hay una nueva realidad y es la supranacionalidad de los derechos humanos y la democracia. Nicaragua ha suscrito todos los tratados internacionales que reconocen esa supranacionalidad y que le obligan y comprometen frente a la misma.

Fue con base en esa supranacionalidad de la democracia y los derechos humanos, que el FSLN, en particular la tendencia tercerista encabezada por los hermanos Daniel y Humberto Ortega, demandaron y obtuvieron la suspensión de la cooperación de los Estados Unidos al régimen de Somoza e incluso demandaron la intervención de la OEA (Organización de Estados Americanos).

Recordemos que en representación de esa tendencia, quien después fuese canciller del gobierno sandinista, ocupó un asiento como miembro de la delegación de Panamá en la OEA para denunciar los abusos del régimen somocista.

En el contexto del ejercicio de esa supranacionalidad y afortunadamente ya no de las intervenciones militares directas, aunque Nicaragua quedó atrapada en la última tempestad de la Guerra Fría y derivamos a la guerra civil de los ochenta, ahora se habla de injerencismo, como lo señala el Gobierno en su comunicado y el hermano de Ortega en su carta, a propósito de la ley que comentamos.

No cabe duda que la entrada en vigencia de esa ley tendría consecuencias negativas para la economía. La reflexión de que sería el pueblo el más afectado, es pertinente, pero no resuelve en absoluto la causa que nos ha conducido a esta situación. La única causa es el creciente autoritarismo de Ortega, su control de todos los poderes del Estado y el colapso del sistema electoral.

La reflexión que cité del libro de Pedro Joaquín, continuaba así: “Si las generaciones actuales no toman apropiadas lecciones de esa recurrencia bárbara y cortan con ella de un tajo asegurando que la construcción democrática que vive Nicaragua no se revierta, entraremos al siglo XXI prisioneros de los fantasmas y horrores de nuestro nada envidiable pasado… Tenemos ahora una genuina oportunidad democrática. No debemos desaprovecharla”.

La hemos desaprovechado, y la causa es Daniel Ortega.

Mientras esa causa no se resuelva, con elecciones verdaderamente libres y creíbles, con observación electoral independiente, no tiene ningún sentido reflexionar sobre los costos y quién los pagará.

Como tampoco hace sentido aguardar a que pasen las elecciones y esperar que el nuevo gobierno (como si hubiese alguna incertidumbre sobre quién “ganará” las elecciones), convoque a un diálogo nacional, como lo propone el general Ortega, que en las condiciones del gobierno de su hermano solamente sería otro contubernio.

El autor fue candidato a la Vicepresidencia de Nicaragua.

COMENTARIOS

  1. Juan
    Hace 8 años

    Los USA no tienen ningun derecho de amenzar a Nicaragua y declarer una Guerra economica cuando Nicaragiua no los esta agrtediendo a ellos. Los problemas en Nicaragua Deben ser resuleto por los nicaraguenses

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