Para entender el porqué de esta realidad, Efe se acerca a la psicogeografía, una disciplina que se ocupa precisamente del medio geográfico y su influencia en las personas. Lo analiza en su libro el neurocientífico Collin Ellard, y la diseñadora de interior Rosan Bosch lo tiene muy en cuenta en la construcción de escuelas y hospitales.
La diseñadora holandesa Rosan Bosch se ha entregado en cuerpo y alma a la innovación educativa y laboral, a través del diseño de nuevos espacios y mobiliario de colegios, hospitales y lugares de trabajo, convencida de que la psicogeografía sí importa y mucho. “Me parece raro que no aceptemos este hecho. Hacemos como si no tuviera influencia, cuando está comprobado que sí la tiene”, afirma.
El cuerpo de la lata
“El contraste entre nuestras reacciones a los espacios que nos rodean puede leerse en nuestros cuerpos. Se aprecia en nuestra postura, en los patrones de movimiento de nuestros ojos y cabezas e incluso en nuestra actividad cerebral…”.
Así lo afirma el neurocientífico Colin Ellard, en Psicogeografía. La influencia de los lugares en la mente y el corazón, un libro editado por Ariel en el que el autor explica en qué grado influye el entorno en nuestras emociones, pensamientos y respuestas físicas.
Ellard relata que nuestra herencia genética afecta a nuestro comportamiento, incluso a la hora de elegir un lugar para estudiar dentro del aula.
También refiere que la planificación urbanística de un barrio puede convertir ese lugar en un foco de ansiedad o incluso de criminalidad, si la arquitectura elegida resulta muy agresiva.
Así refiere que cuando paseamos por una calle amplia en una zona residencial, con sus inmensas y monótonas extensiones de casas idénticas, cortadas todo por el mismo patrón, experimentamos cómo el tiempo transcurre con una lentitud dolorosa y cómo nos invade el aburrimiento.
Por ello, defiende que entender cómo funcionamos y qué nos motiva puede darnos herramientas para construir un entorno que nos predisponga a sentirnos bien y, por otro lado, evitar que caigamos en trampas cotidianas muy bien diseñadas, como por ejemplo, en los centros comerciales, donde reina una “desorientación programada” que tiene por finalidad guiar el comportamiento del consumidor.