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cardenal salvadoreño
Trinidad Sevilla Ramírez

¿Es esta patria mi tierra prometida?

Cuando estuve en la formación eclesiástica tuve dos experiencias en los  momentos previos a la oración comunitaria con algo de similitud: una mañana muy fría en Planes de Renderos (El Salvador 1996) me encontré a fray Javier, de Mexicali, leyendo los periódicos acomodado rústicamente en el piso y su motivo era que antes de abrir su corazón a Dios a través de la recitación de los Salmos (Laudes), él debía “ver” qué sucedía en el país que se encontraba para así orar por el dolor ajeno y a la vez proponerse abstenerse cada día de un placer efímero a cambio de una “intención” particular que él seleccionaba a diario para su identificación con el prójimo y no solo hablarle del Evangelio o darle de comer o vestir, implicaba parecerse a él en carencias humanas para llenar el vacío de Dios tal como hizo Francisco el santo de Asís. Posteriormente en la cálida Managua (2004) cuando estaba yo por retirarme de esta opción de vida me encontré a un sacerdote colombiano (secretario del Nuncio) atento, viendo las noticias en horas vespertina previo a la celebración eucarística, me justificó que para poder arrodillarse debía tener en una mano la Biblia y en la otra el acontecer mundial; era su fe y amor a la Iglesia, tener conciencia que el pueblo de Dios aún sufre injustamente y sin esperanza.

Sin mayor esfuerzo hoy en día vemos una sociedad atormentada por carencias materiales y afectivas, familias disfuncionales en aumento y adicciones de todo tipo que degrada a la persona y degenera su personalidad, el latente trauma del exilio y la emigración, carencias en la aplicación de la ciencia urbanística, las mipymes abarrotadas de impuestos y rentas, para la mayoría no hay salarios justos ni una “sana” distribución de la tierra, ni líderes políticos leales a cada partido, y más bien el poder está cada vez más monopolizado por el gobernante “de turno” que ojalá así sea por última vez porque para estas elecciones 2016 parece todo ya escrito. La libertad de expresión y la Constitución en Nicaragua está siendo pisoteada cada día, y “esto” debe transformarse en una verdadera república democrática y no en un colectivo Síndrome de Estocolmo, en el confort de que mientras reciba algún beneficio veré al tirano secuestrador más bien como mi héroe y protector. Nuestra patria, aunque devastada por las generaciones pasadas y presente, debemos resurgirla porque está hecha para la dignidad y la paz con progreso integral.

En las Sagradas Escrituras el número 40 es sinónimo, en pocas palabras, de “cambio”, una generación que termina (superando las pruebas y convirtiendo su corazón) y otra reverdeciente (de consuelo y liberación) que inicia. Ya van 37 años de la revolución popular ¿Será que ahora sí “entraremos” sin miedos ni cadenas ni prejuicios a la tierra que emana leche y miel o nos quedaremos vagando en el desierto de por vida esperando un milagro sin esfuerzo ni fe en común? Hoy muchos recordarán a Nuestra Señora de la Merced (de la misericordia de Dios) que Pedro Nolasco por “inspiración” en Barcelona (1218) puso como símbolo que rescata realmente a los cautivos y los libera para siempre de la mano opresora: ¡Oh madre del Redentor intercede por nosotros que recurrimos a vos! Ya no queremos ser los “miserables, paupérrimos e impotentísimas personas” que defendió el obispo protomártir de América fray Antonio de Valdivieso en 1550. “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, he oído el clamor que les arrancan sus opresores”. Éxodo 3:7.

El autor es teólogo y psicólogo.

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