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Alberto Alemán Aguirre

No hay pastillas para dolor de cabeza norcoreano

Ni mayores sanciones económicas ni las presiones de su único aliado han impedido que el régimen de Corea del Norte continúe con los ensayos nucleares y balísticos, desafiando a toda la comunidad internacional.

La política de Pyongyang mantiene las tensiones en el Este asiático y en la península coreana a un nivel muy alto, y dificulta la situación estratégica de todos los actores involucrados. El asunto se complica porque nadie tiene una estrategia efectiva para tratar con ese país gobernado por Kim Jong-un, un líder brutal e imprevisible.

Por un lado, las pruebas nucleares y los lanzamientos de misiles amenazan la seguridad de su próspero vecino Corea de Sur, que junto con su belicoso vecino, sufriría la mayor destrucción en un conflicto abierto. Japón también ve amenazado su territorio y sus espacios marítimos y aéreos.

Los intereses de Estados Unidos, como potencia dominante en Asia y principal aliado de las dos potencias anteriores, también son afectados. Washington mantiene en sus bases 28,500 soldados en Surcorea y 54,000 en Japón.

Y por el otro lado están China y Rusia. Pekín es el principal aliado de Pyongyang. Sin embargo, su máximo interés es la estabilidad. Por criterios estratégicos prefiere la división de la península —resultado de la Guerra de Corea (1950-1953)—, manteniendo a una distancia mayor de sus fronteras a las tropas estadounidenses. La imagen de millones de refugiados huyendo hacia China desde una Norcorea en caos y una megacrisis humanitaria son una pesadilla que persigue a los líderes chinos.  Si bien Rusia es un actor diplomático-militar menor en el Extremo Oriente, en comparación con los tiempos de la Unión Soviética, también tiene intereses. Ni China ni Rusia aceptan la anunciada instalación por EE. UU. del avanzado sistema antimisiles THAAD en Corea del Sur.

Al final del último viaje a Asia del presidente estadounidense, Barack Obama, Corea del Norte hizo su quinta prueba nuclear desde 2006, detonando una bomba de 10 kilotones, la más poderosa hasta la fecha. Se registran 21 ensayos balísticos solo en 2016.

Tanto el primer ministro japonés, Shinzo Abe, como la presidenta surcoreana, Park Geun-Hye, advirtieron sobre los peligros y reclamaron acciones globales. Abe incluso visitó Cuba, donde, entre otras cosas, conversó sobre asuntos de no proliferación nuclear con Raúl Castro y hasta con Fidel Castro. Es mi impresión de que Abe o bien ha enviado un mensaje confidencial a Kim, o bien desea la ayuda de Cuba para la búsqueda de una solución diplomática.

Es claro que las políticas actuales no están evitando que Kim prosiga con su programa nuclear. Para él y su camarilla, la sobrevivencia del régimen comunista es la prioridad absoluta, aún por encima de la supervivencia física de su pueblo. El tercer máximo líder de la familia Kim debe temer el mismo fin ignominioso de Sadam Hussein y Muammar El Gadafi. Su comportamiento denota el convencimiento de que la posesión de armas nucleares para chantajear a EE. UU. y sus aliados es la única garantía de su permanencia en el poder.

La clave de cualquier solución la tiene China que controla los flujos vitales de la economía de su vecino estalinista. Pero surgen ahora dudas sobre cuánta influencia real ejerce Pekín. Por otro lado, los dirigentes chinos prefieren estabilidad y se preocupan menos por detener el programa nuclear norcoreano. Con la mayor probabilidad, Pekín accedería a un arreglo definitivo pacífico que preserve sus intereses de seguridad y estratégicos.

¿Debe Estados Unidos cambiar su política y normalizar las relaciones a cambio de un desarme de Norcorea dentro del marco de la no proliferación nuclear? Es un debate abierto. No es un escenario visible hoy es una tarea para el próximo presidente.

Por ahora, el mundo sigue sin hallar una pastilla para ese molesto dolor de cabeza que es Kim Jong-un.

El autor es analista de asuntos Asia-Pacífico, Taiwan Fellowship Program 2016.
Email: [email protected]

Opinión Corea del Norte Pyongyang archivo
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